Participación de Miguel Gutiérrez Peláez en el 41 Congreso Colombiano de Pediatría y Puericultura y Primer Encuentro Colombiano de Pediatría y Discapacidad realizado del 19 al 21 de septiembre de 2013 en Bogotá.
Participación de Miguel Gutiérrez Peláez en el 41 Congreso Colombiano de Pediatría y Puericultura y Primer Encuentro Colombiano de Pediatría y Discapacidad realizado del 19 al 21 de septiembre de 2013 en Bogotá.
La siguiente nota nos la ha hecho llegar Diana Paola Currea Triana, Licenciada en Educación con Énfasis en Educación Especial de la Universidad Pedagógica Nacional. En ella presenta su reflexión sobre las actividades realizadas en Bogotá y Medellín en el mes de agosto, a propósito de la visita a nuestro país de Brian R. King.
Un maravilloso hecho para reflexionar es el que cada criatura se constituye como un único y profundo secreto y misterioso. Charles Dickens
Durante la semana del 26 de agosto del 2013 se llevó a cabo una jornada de sensibilización sobre el autismo entre Bogotá y Medellín, allí tuvo lugar un evento académico en donde un grupo de ponentes expertos en la temática y elogiados por su labor frente a esta población, brindaron tanto a padres y a profesionales de múltiples disciplinas, una serie de estrategias claves para lograr un acompañamiento efectivo, que permita una mejora en la calidad de vida no solo de la persona con autismo, sino de su grupo familiar; de igual forma, se dio lugar dentro de esta apretada agenda para disipar dudas, a Brian R. King L.C.S.W., autor de diversos temas de exposición en autismo, coautor del libro: Asperger´s and Related Conditions, con Jessica Kingsley, presidente fundador de Brian R. King International (consultores), consultor de Best Buddies International Autista y padre de tres hijos autistas, quien desde su experiencia como autista asperger y desde el marco de la crianza de sus hijos buscaba derribar aquellos imaginarios equívocos sobre las personas con trastornos del espectro autista y aclarar aquellas particularidades que son ineludibles, las cuales deben ser abordadas adecuadamente para no llegar a la exclusión inminente.
Entre las temáticas expuestas encontramos: aquellas particularidades que los padres deben saber sobre su hijo con autismo, cómo generar estrategias pedagógicas de intervención efectivas y el impacto de los profesionales en educación y del área de la salud en el proceso de aceptación de los padres.
Así mismo, la noche del 28 de agosto Brian R. King respondió varios interrogantes durante el conversatorio realizado minutos antes a la presentación de la obra de teatro, allí las preguntas realizadas fueron: si sus hijos habían sido víctimas de bullying y cómo lo había afrontado y cómo lograba comunicarse de manera efectiva entre los miembros de su familia considerando que todos presentan autismo, ante lo cual, al primer interrogante responde (parafraseando):
“En algún momento mi hijo mayor lo vivió de alguna forma, por lo cual yo hable con las directivas del colegio y les exprese que si no abordaban este tema con eficacia yo ingresaría al aula con él para estar pendiente de sus proceso y garantizar su bienestar”.
A continuación, aborda el segundo interrogante, al cual responde:
Entre los miembros mi familia acordamos ser lo más específicos posibles a la hora de comunicarnos algo, nosotros procuramos no ser muy abstractos en este proceso”.
De igual forma, fue presentada en el Teatro de Bellas Artes en Bogotá la obra de teatro El mundo de Yi-Zu, realizada por los niños, niñas y jóvenes de la Fundación Integrar y Canto Alegre; ésta nos enseñó el valor y la inminente necesidad de la inclusión social de las personas en condición diversa. Allí se relata una historia muy interesante en donde milenios atrás, en los lugares más recónditos de la tierra, los seres no eran humanos, no existían estas divisiones no habían límites y desigualdades, en ese entonces estos seres denominados homínidos, desarrollaron lo que llamamos inteligencia, pero con ella sobrevino la capacidad de excluir al otro y de dañar su propia naturaleza en aras de establecer un mejor estatus. La obra relata la historia de un rey padre de cinco hijas, llamadas La, Le, Li, Lo y Lu, quien debe tomar la decisión de permitirles conocer el mundo, mundo que en su criterio no permite la aceptación de lo diverso. Su preocupación principal radica en el aspecto de sus hijas, que por demás es diferente, y él considera que los habitantes de ese mundo exterior las van a lastimar. Esto lo ha llevado a aislarse, estableciendo una coraza de miedo. Por su parte, las princesas, quienes en el furor de su juventud desean explorar el mundo y tienen la maravillosa ternura e ingenuidad propia de su edad, piden desesperadas a su padre realizar un viaje para explorar ese nuevo contexto. Tanta sería la persistencia de las cinco princesas que el rey accede con gran temor y se aventura, zarpa y recorre mágicos lugares en donde se encuentra con la agradable sorpresa de encontrar otros seres diversos quienes acogieron a sus hijas de la mejor forma y les permitieron descubrir otras posibilidades, al final el rey comprende que el mundo en si es diverso y que sus hijas no son diferentes, que solamente eran diferentes en su percepción.
Cabe resaltar que eventos de este talante se hacen necesarios para crear conciencia apropósito de las poblaciones en condición diversa, que encontrándose en las aulas de nuestro sistema educativo son invisibles antes los ojos de los profesionales de la educación y profesionales de apoyo, quienes por falta de conocimiento temen realizar la intervención, pues consideran que estos niños y niñas deben encontrarse en instituciones especializadas, sin antes considerar aquellas particularidades y potencialidades que, con la debida flexibilización curricular, podrían ser empleadas dentro del desarrollo de la estrategia de intervención, como herramientas de trabajo efectivas. Sería necesario entonces realizar más jornadas en la búsqueda de derribar aquellos mitos que tanto la familia como la escuela no logran dejar de lado, los cuales excluyen todo lo diverso y continúan sepultando los procesos de inclusión. Más bien se podría pensar en tratar de no centrar nuestra completa atención en el déficit y más bien volcar nuestra mirada, como se cita en el inicio de este escrito, en las múltiples posibilidades de descubrir los maravillosos misterios que cada ser, único en su diversidad, tiene para brindar. Solo así la inclusión pasará de ser un hermoso discurso que está en boga hoy por hoy y se convertirá en realidad.
Diana Paola Currea Triana
Licenciada en educacion con énfasis en educacion especial
Universidad Pedagógica Nacional
Autora: Vilma Coccoz
(AME de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de España (ELP) y Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Docente del Instituto del Campo Freudiano. Responsable del Departamento de Psicoanálisis con niños del Nuevo Centro de estudios Psicoanalíticos (NUCEP): institución que desde hace décadas ha investigado muy especialmente la clínica del autismo y las psicosis. Responsable del Grupo de Investigación de las psicosis del NUCEP. Docente de diversas institucionales de orientación lacaniana. Autora y coautora de varios libros, publica regularmente en revistas especializadas en español, francés e italiano. Reside en Madrid, España).
La película I rymden finns inga känslor, del realizador sueco Andreas Ohman, traducido en España como El tonto o el simple Simon tiene como principal protagonista un adolescente afectado por el síndrome de Asperger. Es un indicio del cambio de los tiempos, porque las ficciones contribuyen a hacen pasar lo real al discurso, favoreciendo así su humanización, su incorporación en la vida de los seres hablantes.
Freud estimaba que los atormentados personajes de Dostoievsky anticipaban los hallazgos del psicoanálisis. Las experiencias subjetivas de Raskolnikoff, Dimitri, Aliosha, Ivan…que toman cuerpo en las ficciones literarias del escritor ruso serían homólogas a aquellas que revelaba la traducción analítica de los síntomas. Los sufrimientos y traumas que aquejaban la subjetividad neurótica en su denodada búsqueda de resolución vital, los avatares de la culpa, el peso de los fantasmas, la decadencia del padre para regular el deseo….
En las últimas décadas, además de la proliferación de los llamados por Donna Williams “autitestimonios”, han visto la luz personajes literarios como Lisbeth Salander de Milenium, Mattia y Alice, de La soledad de los números primos, Christopher Boone de El misterioso caso del perro a medianoche… Muy distinta es la experiencia subjetiva que presentan estos relatos a los del siglo XIX. Seguramente veremos aparecer, cada vez con más frecuencia, también, películas como la sueca, que me resisto a nombrar con la traducción española. Porque Simon no tiene nada de simple, ni de tonto.
A Simon le interesa el estudio de la Astronomía porque en el Universo reina el silencio y el orden. Cuando la intromisión de las palabras reales de su familia hacen demasiado ruido y se vuelven insoportables –fenómeno que se suele denominar hiperacusia-, él se aísla en un cubículo metálico que hace las veces de nave espacial y se piensa en el espacio, a salvo de las palabras y de sentimientos desbordados. A salvo del caos. Sólo su hermano, simulando una conexión entre la base terrestre y la nave, cambiando el tono de voz, consigue que salga de su encierro.
“Atención, no me toques, tengo Asperger” será el lema de Simon cuando se aventure a andar por la calle.
Hecha con gran sensibilidad y respeto por el singular y extremo sufrimiento autista, esta película es el relato de la salida del estado “congelado” en el que se encontraba Simon, como defensa radical ante la angustia indecible que le producía el contacto con los demás.
A sabiendas de que él no puede vivir sin su hermano, pero que su hermano no puede vivir sin una novia, dedicará todo su esfuerzo a crear el mundo que le conviene. A través de esta peculiar empresa, conseguirá interesarse por el mundo del que antes huía y a disfrutar con los lazos que se van tejiendo gracias a las palabras.
Autora: María Solita Quijano
(Psicoanalista. Asociada de la Nueva Escuela Lacaniana. Docente de la Universidad Los Libertadores).
“Los autistas son sujetos a quienes hay que tomarse en serio. Aquellos de entre ellos que escriben, se expresan para hacer saber que son seres inteligentes y piden ser tratados con más consideración, además de apelar al respeto de sus invenciones elaboradas para contener la angustia. ¿Acaso desearían ellos que se prohibiera legalmente su escucha para someterlos, lo más a menudo sin su consentimiento, a métodos de aprendizaje?¿habrá que tomar partido por obligarlos, o bien por escucharlos?” dice Jean Claude Maleval, psicoanalista francés, en su libro de reciente edición en Francia ¡Escuchen a los autistas! (2012, Grama).
Recientemente estuvo en Bogotá Bryan King y su esposa, los dos autistas, invitados por la Fundación Integrar y la Liga del Autismo. En una serie de actividades en las cuales ellos compartieron sus experiencias y elaboraciones en relación con el autismo, King hizo escuchar una serie de consideraciones respecto a lo él llamó “paternidad positiva”.
En esta importante actividad dirigida a padres de familia, King presentó sus ideas en un estilo directo, sencillo y preciso, y en su estilo resuenan las palabras que propone Maleval.
Las palabras de King tomaron su fuerza de la forma como organizó sus ideas en una serie de oposiciones con las que quiso transmitir la importancia de “ser conscientes de lo hacemos y lo que decimos” porque nuestro lenguaje, como él dijo, tiene consecuencias.
Habló de responsabilidad en oposición a la culpa en el sentido de transmitir al niño que él es el dueño de sus sentimientos y sus decisiones; entiende por culpa que el niño se ubique a partir de lo que se le dice como “lo que me pasa es culpa de alguien más”; dice King “les decimos a otros que son responsables de nuestros sentimientos…cuando le decimos al niño: sabes que eso me enoja” el niño no puede ubicar el enojo como propio sino como del otro, pero a su vez toma ese enojo como una orientación donde “eso –su enojo, el del adulto- me hace enojado.” Así, el niño no puede ubicar el enojo como propio ni aquello que lo origina.
Es lo que Donna Williams, autista de alto nivel, refiere como formas que algunos autistas tienen de dar sentido a las cosas, es decir, tomándolas para sí en su literalidad; esto tiene que ver con la particular relación que tienen los autistas con el lenguaje. Es parte de lo que el psicoanalista escucha, aún en el silencio.
King también se propone oponer “retroalimentar” con “crítica”, que implica decirles a los niños qué tan efectivos están siendo, decirles por ejemplo “…entiendo que estás aburrido o algo, pero no puedo ayudarte si no me dices…. Yo tampoco entiendo, pero eres tú el que tiene que entender, podemos encontrar juntos una herramienta.”
Crítica por el contrario sería señalar todo lo que hizo mal, cosas por las que él ya se siente mal, dice King; decir “deja de gritar” sería una orientación de este tipo, dice King.
“Compasión” frente a “pesar” es para King transmitir que otro ser humano tiene los mismos sentimientos que nosotros; menciona una anécdota suya de ese día: “hoy alguien quería ayudarme a arreglar el cuello de mi camisa y a pesar del lenguaje (no hablo español) entendí que alguien quería cuidarme”. El pesar que es del tipo “mi pobre hijo con autismo, discapacitado…aunque no tenga intensión, hace que los otros lo vean así…”.
Respecto a lo que llama “permiso” opuesto a “imposición”, cuestión especialmente afín con la orientación psicoanalítica que pide escuchar y aprender de los autistas, King considera que el permiso que él propone “es un signo de respeto muy importante para el ser humano”, en oposición a la imposición que es, dice, “cuando ustedes ayudan, dan consejos sin que se les pida, puesto que se acaba de imponer sobre la experiencia del niño”.
Respecto de la comunicación, dice que es importante diferenciar el “clarificar” del “asumir”. Clarificar se refiere, para él, a tomar algo que asumimos y ver si está mal o no “¿te molestó? ¿Te causó incomodidad? Esto me da la posibilidad de enderezar las cosas… Se eliminan los malentendidos, a los niños les ayuda…”. Mientras que asumir “es cuando nos damos el derecho de leer la mente del otro y no tengo que preguntar. Esto nos hace tener problemas, herir sentimientos…”.
Opone “gratitud” a “derecho”, lo que sugiere una perspectiva muy interesante a las implicaciones que él encuentra en lo que promueve la transmisión de lo que se da por derecho en la idea de “tú lo mereces” pues, dice, “promueve una rabia porque no se le da suficientemente rápido o completo…”; mientras que lo que llama gratitud “en su mejor sentido es ser agradecido por lo que se nos da aunque no lo hayamos pedido…”.
Finalmente, dice a los padres que “nos latigamos porque no somos perfectos; pero nadie sabe qué va a pasar con nuestros hijos…hay que permitirse no saber todo, permitirse ser un estudiante, usar el sentido común… ser vulnerable, imperfecto, darnos el permiso de aprender aunque duela”. En sus palabras podemos oír su experiencia de padre y de autista, porque los autistas que como él han enseñado sobre sus invenciones para hacerse un lugar en el mundo, nos dejan saber lo que por nuestra parte, como psicoanalistas, terapeutas, educadores, conviene que sepamos acompañar.
El siguiente escrito de Bernard Seynhaeve nos introduce a Le Courtil, una institución belga que desde hace tres décadas se ocupa de acoger niños denominados “difíciles” o con diversos diagnósticos psiquiátricos (http://www.courtil.be/courtil/). La experiencia transmitida por el autor de esta nota nos sumerge en una institución que ha sabido valerse del psicoanálisis para producir, tanto para los sujetos atendidos como para los propios profesionales, un lugar en el que es posible inventar; que, a ritmo propio, cada sujeto implicado cuente con las condiciones necesarias para que pueda producir su invención singular.
Autor: Bernard Seynhaeve
Le Courtil acoge niños que presentan lo que se denomina “problemas de personalidad” o incluso “problemas de comportamiento”. Desde la perspectiva pedagógica, se trata de niños que no se inscriben —o se inscriben mal— en el lazo social. De ellos se dice que son niños agresivos o, por el contrario, apagados, y nuestra misión consiste en desplegar todos nuestros esfuerzos para intentar su re-integración en la ciudad. Desde la perspectiva médica, se explica que ellos presentan uno de los numerosos mono-síntomas que el mundo contemporáneo ha puesto en el mercado. Son hiper-quinéticos, anoréxicos, bulímicos o disarmónicos, TED [Trastornos Específicos del Desarrollo], o, según el DSM-4, que sus síntomas competen al espectro autístico. En consecuencia, nuestra institución se inscribe en la lógica de la misión reparadora del Otro.
Entonces, ¿es posible alojar el discurso analítico en el corazón de la institución, es decir, subvertir la institución mediante el psicoanálisis? En referencia a la enseñanza de Sigmund Freud, de Jacques Lacan y de Jacques-Alain Miller, la experiencia de Le Courtil intenta responder a esta pregunta.
¿Cómo se inventó Le Courtil? Hubo algo de contingencia. Le Courtil nació de un encuentro, hace 30 años. Un feliz encuentro entre el nuevo director y el joven psiquiatra de la institución permitió que el proyecto comenzara. Alexandre Stevens, psiquiatra de esta institución que acoge niños etiquetados como “débiles”, deseaba tomar a cargo un pequeño grupo de niños, los más difíciles de la institución, con el fin de establecer un lugar de acogida cuya clínica se orientara por el psicoanálisis. Mi deseo de director estaba tomado por esta idea. Poco a poco, numerosos profesionales vinculados al psicoanálisis siguieron rápidamente y contribuyeron a través de su trabajo clínico y teórico en la elaboración de la experiencia.
Para mí, fue el encuentro con el psicoanálisis. Yo estaba atrapado, lleno de anzuelos. La transferencia había operado. Lo particular en esta experiencia institucional es que fue a mí a quien le llegó; yo, que venía de enrolarme como director de esta institución. Los efectos de este encuentro serían asombrosos, considerables e inesperados.
Para mí mismo, en primer lugar. En efecto, yo iba a engancharme rápidamente en una relación analítica que me llevaría al pase.
Para la institución también, ciertamente. Ella cambia algo, pues aquel llamado a dirigirla, se deja interrogar por el discurso del psicoanálisis.
Este encuentro entre el director y el psiquiatra, ambos analizantes, permitió que el discurso analítico se alojara en esta institución y la subvirtiera profundamente. Rápidamente hubo algunas otras personas que llegaron Le Courtil para constituir una verdadera comunidad de trabajo. Esto permitió que, progresivamente, una parte importante del personal hiciera, él mismo, una transferencia analítica, que varios de ellos se engancharan en una experiencia analítica personal y que, cada vez más, los jóvenes candidatos a ocupar las vacantes hayan presentado su candidatura en la medida en que ellos mismos hacían la hipótesis del inconsciente, en la medida en que ya estaban enganchados en una relación analítica. Es esto lo que ha hecho decir a Éric Laurent que, en Le Courtil, los trabajadores son analizantes civilizados. Fue así como se inventó Le Courtil. Era la puerta abierta a ese campo que Jacques Lacan definió como aquel del psicoanálisis aplicado a la terapéutica y que Jacques-Alain Miller ha realzado mediante el invento de un significante para designar el estilo de algunas instituciones del RI3: La práctica entre varios.
Esta experiencia perdura desde hace más de 30 años.
He aquí cómo Alexandre Stevens, quien está desde el origen de la experiencia, define el estilo de Le Courtil:
«Cuando decimos que Le Courtil es una institución orientada por el psicoanálisis, ¿qué designamos concretamente? No hay curas analíticas en Le Courtil, y es muy importante subrayarlo, pero sí un uso práctico del psicoanalista. Queremos, mediante esta alternativa, evitar un doble escollo: el del psicoanalista especialista y el de la institución sala de espera del psicoanalista. El psicoanálisis irriga el trabajo, un gran número de los miembros del equipo están, o han estado prolongadamente, en análisis. Pero el trabajo se hace, en el reparto cotidiano, con los niños. Entonces, ¿qué hacemos?, ¿qué decimos? No hay regla absoluta, pero buscamos dejar, en el caso por caso, un amplio espacio a la invención, al encuentro, a la sorpresa. Porque, para estos niños con un gran sufrimiento subjetivo, la invención —siempre un poco sintomática— es esencial, es una parte de su solución, ella les permite estabilizarse o comenzar a producir una solución.
En Le Courtil, sostenemos estas invenciones del sujeto en todos los niveles de la vida cotidiana. Los talleres, que ritman las jornadas y que son el lugar principal de su elaboración, son dejados a la libertad y a la creatividad de los intervinientes (así llamamos a todos los que trabajan sobre el terreno, sean educadores o responsables). No hay objetivo a priori por alcanzar.
El trabajo con los padres funciona sobre el mismo principio. Son recibidos a un ritmo que se decide caso por caso. En principio, los padres no pueden entrar en la parte Le Courtil donde vive su hijo, a fin de respetar la intimidad del joven y, en consecuencia, son recibidos en una oficina. Pero puede haber excepciones.
La pedagogía también está presente en Le Courtil. Cada vez que es posible, se inscriben los jóvenes en el régimen escolar, ordinario o especializado, y para aquellos que necesitan una labor pedagógica más personalizada, igualmente en la institución hay una estructura interna, llamada preciosamente “El Despertar”.
El efecto terapéutico de nuestro trabajo cotidiano también está ligado al hecho de hacer la vida agradable. Los grupos Le Courtil no son grupos terapéuticos, sino grupos de vida: placer y juego tienen su lugar allí».
Así, Le Courtil es la invención de una institución en la cual uno puede inventar.
Autora: Carolina Koretzky
(Psicóloga clínica en el Hospital infanto-juvenil “Clos Benard”. Psicoanalista en liberal. Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne et de l’AMP. Doctora en psicoanálisis, Universidad de Paris VIII).
Paula vino a consultar al servicio ambulatorio del hospital donde ejerzo como psicóloga clínica. Se trata de un servicio infanto-juvenil orientado por el psicoanálisis lacaniano. Paula, con apenas 14 años, decidió ella misma consultar: « Me estoy volviendo loca, ayúdeme. Hablo sola, hay cosas muy extrañas que me suceden este último tiempo ». De entrada, Paula me pareció una muchacha valiente y determinada a sentirse mejor y que no retrocede al momento de afrontar lo insoportable.
Paula es una joven a cargo de la asistencia pública desde su nacimiento. Su vida fue marcada por una multiplicidad de lugares de acogida: hogares sustitutos, centros para menores, orfelinatos. Todas las tentativas de un retorno a su domicilio fueron desastrosas. Su madre, toxicómana, tuvo dos niños que dejo en su país de origen. Cuando llego a Francia conoce al padre de Paula, también toxicómano, con quien sigue aun casada. Tres niñas nacieron de esta unión. Las dos primeras fueron dadas en adopción. No fue el caso de Paula ya que su madre nunca quiso separarse de ella. Cuando Paula tiene cuatro años, la familia viaja al país de origen de la madre. Allí, Paula conoce a su abuela materna quien tiene el mismo nombre que ella. En el momento en que yo la recibo en la consulta, Paula vive en un hogar sustituto y ve a sus padres únicamente los fines de semana.
Un lugar donde lo « extraño » puede ser dicho
“Me estoy volviendo loca” me repite Paula, le pregunto entonces: “pero, ¿cómo lo sabe?”. Paula pudo a partir de esta pregunta detallar el tipo de fenómeno psicótico del cual era objeto: “hablo sola en la calle, siento desde chica que alguien me sigue, y con los muchachos las cosas son siempre difíciles ya que ¡todos me aman demasiado!”
Sin embargo, un evento en particular la asusto mucho: “he escuchado una voz…esa voz dijo ‘Paula’, es todo.” Le pregunté los detalles y las circunstancias de aparición de esa voz: “acababa de salir de la escuela, iba a tomar el tren, estaba hablando sola en la calle, durante el recorrido pasé al lado de una iglesia y allí escuché ‘Paula…’, fue muy raro, tuve miedo, tengo miedo aun ya que mi abuela también se llamaba ‘Paula…’, no sé, me pregunto si es ella quien me está llamando para que estemos juntas”.
“¿Una iglesia?” le pregunté. “Si, una iglesia católica, yo iba siempre como mi abuela a la iglesia cuando fui a verla a la isla”. Le pedí entonces que me contara algún recuerdo preciso de ella y con su abuela. Paula narro aquella vez en que en la iglesia, junto a su abuela, ella tuvo una revelación: de repente, Paula se dio cuenta que tenía una familia católica, que todos sus hermanos eran católicos pero ella no entiende por qué no fue bautizada. Aparece otro recuerdo junto a su abuela: de niña Paula tenía un sueño: construir un árbol genealógico. Su madre se negaba a responder a sus preguntas diciéndole “pregúntale a tu abuela”. El fallecimiento de esta última acabó con el sueño de Paula. De regreso a Francia, Paula es nuevamente retirada de su familia y va a vivir a un orfelinato.
Paula prosigue: “antes de escuchar la voz, recuerdo que estaba pensando en la muerte, me preguntaba que es la muerte. De repente me di cuenta que mi abuela estaba muerta, aunque ya lo sabía claro, pero de pronto me di realmente cuenta de eso y me dije: ‘¡pero está muerta!’”. Es esa la frase que precede a la alucinación auditiva.
Al final de esta primera entrevista Paula me cuenta que tiene un cuaderno en donde escribe lo que le sucede. La invito a traerme sus escritos.
La historia sin fin
La vez siguiente Paula vino con un texto en donde detalla las desgracias de su vida. La última frase me interpelo: “tengo siempre la impresión de no existir”. Le pregunté qué quiere decir en esa frase, ella me responde: “Todo ha sido inventado… ¡todo! La música, la literatura, todo…yo a usted la veo, pero, ¿cómo sé que usted me ve a mi?”. En otra entrevista, Paula me dice: “¿para que sirve todo esto? ¿Estudiar, trabajar, si vamos todos a morir? Yo veo a la gente en la calle, van a la oficina, a los bares, ¿se preguntan ellos también si van a morir? Yo me lo pregunto todo el tiempo…Yo siento que vivo para morir”. Paula recuerda que esta impresión comenzó después de haber visto la película “La historia sin fin”. En esa película un niño lee una historia que se termina en el momento en que el libro se cierra… todas las aventuras de la película no son más que aquello que el niño lee.
Solo hace falta cerrar el libro para que todo se termine. Paula denuncia los semblantes del mundo, ese mundo que solo es un sueño, une invención creada por los pobres hombres que se entretienen esperando que se cumpla lo que ya está escrito, que el libro se cierre. Paula tiene la certeza que todo es semblante. Su ironía se expone sin velo, no cuenta con un Nombre del Padre que le permite creer (être dupe) en algo.
De la iglesia a la basílica
Las sesiones se prosiguen. La transferencia ya fuertemente instalada, Paula cuenta con las sesiones como un espacio de palabra donde poder dar testimonio de lo que le ocurre. “Le quiero contar lo que me sucedió en la iglesia de Nuestra Señora”. Alejada de la gente, Paula escucha una voz que le dice “tú eres la hija de…”. Paula queda perpleja frente a esta frase interrumpida en donde se puede fácilmente escuchar la vertiente mortífera[1]. De hecho, mi hipótesis es confirmada ya que justo después, Paula me pregunta: “Dígame, ¿en las iglesias, hay tumbas?”. Recordemos el contexto de aparición de la primera voz y la vertiente interpretativa de Paula: quizás su abuela la este llamando. ¿Qué podía yo responderle? Frente a los dos significantes “iglesia” y “tumba” opté por una pluralización del significante “iglesia”. Le dije que no lo sabía, pero que hay otros lugares de culto a parte de las iglesias. Paula me dijo: “las capillas, los claustros, las basílicas…¡pero claro! ¡Es en la Basílica de Saint-Denis que hay tumbas! Las tumbas de los reyes de Francia”.
“Mi gran pasión es la historia”
Nuestras entrevistas continúan. Ellas no son únicamente un depósito de perplejidades y de voces, sino también un lugar de elaboración de un nuevo saber. Los reyes de Francia interesan muchísimo a Paula. También le gustaría investigar la historia de Roma y de Egipto. Es siempre el mismo punto que le importa: “quiero saber cómo nacieron, como murieron y quien fue el sucesor”. Cualquiera sea el tema, el establecimiento de un comienzo, de un fin y de una sucesión de generaciones es la preocupación central de Paula. Nuestros encuentros le permiten organizar un material en gran desorden. El saber universal es nuestra fuente: buscamos libros y enciclopedias sobre los reyes de Francia. Paula saca fotocopias, hace cuadros, compara épocas. Lleva también un cuaderno en donde escribe en la tapa “Cronología”: allí Paula anota la fecha de nacimiento y de muerte de cada rey y el nombre del sucesor. Luego aparecen tres otros cuadernos de notas: 2. Dinastía merovingia, 3. Periodo carolingio y 4. Dinastía Capeta.
Los reyes de Francia: de la historia sin fin a una historia limitada
La investigación sobre de los reyes de Francia es un trabajo sobre las generaciones. Ese trabajo implica que, para cada rey, haya un comienzo y un final. Los reyes de Francia tienen el valor, a diferencia de la abuela, de tener una fecha de nacimiento y de muerte. Igual que la abuela, los reyes son católicos, pero están enterrados en una basílica y definitivamente muertos, entonces, no pueden hablar. Estos reyes son el reverso de la abuela, ya que cuando Paula cree escuchar el llamado de la abuela, la vida y la muerte se encuentran totalmente confundidas. La abuela puede a todo momento surgir y llamar desde la iglesia. Paula, en un movimiento metonímico, logra pasar de la “iglesia” (lugar de la abuela muerta-viva) hacia la “basílica” (lugar de los reyes de Francia muertos). Su solución, como un guante que se da vuelta, parte del punto más insoportable para ella.
El significante del Nombre del Padre no opera una oposición entre la vida y la muerte, y la forclusión de este mismo vuelve en lo real. Ese retorno aparece bajo la forma de una alucinación en donde la vida y la muerte se vuelven indisociables: los muertos hablan. El riesgo de la interpretación delirante “quizás mi abuela me esté llamando” es inminente. Por el contrario, el trabajo histórico de Paula vía el operador “reyes de Francia” es un esfuerzo de separación entre la vida y la muerte. El primer cuaderno “Cronologia” es un ejemplo perfecto de este trabajo ya que allí no es la información que prima sino el orden que se introduce. La lectura del texto de Eric Laurent Interpréter la psychose au quotidien nos aclara acerca del trabajo emprendido con Paula: “Apuntar al sinthome, es subrayar, volver a los significantes, aislarlos, separarlos de la cadena significante, darles todo su lugar, desprenderlos de la cadena significante del sujeto”[2]. Esta dirección de la cura no busca reanimar la cadena S1-S2 que podría acarrear un desbande delirante. El orden producido por la cronología busca al contrario introducir los cortes y los silencios.
Si la “historia sin fin” hace de Paula una increyente en los semblantes y pone en cuestión todo sentimiento de vida, quizás que esta nueva historia que comienza, una historia con fin, la historia de los reyes de Francia, le dará un instrumento del cual servirse a su manera.
El pasado martes 2 de abril, Día Internacional del Autismo, sorprendió la no poca atención que mereció el tema en nuestro medio. Diversos medios de comunicación aludieron a la problemática del autismo e incluso se esforzaron en darle rostro presentando testimonios de jóvenes autistas o de sus padres. Hay que reconocer que el interés que suscitó se tradujo en preguntas genuinas de aquellos para quienes el tema era una verdadera novedad: ¿Qué es eso del autismo?! O para aquellos que ya tenían un prejuicio al respecto producto de alguna lectura ligera o información lejana y desprevenida: son niños que no hablan, que son agresivos, que rehúyen cualquier contacto con su entorno; un verdadero enigma que, paradójicamente, no ha invitado mayormente al acercamiento de su desciframiento o al menos a un entendimiento de este funcionamiento.
Llamó mi atención, en este panorama de “inquietud atenta” por el tema durante ese día, la entrevista aparecida en el diario El Tiempo, página 15, titulada: “Mi hijo puede llegar a ser lo que él quiera, ¿por qué no?”. En efecto, se publica la entrevista hecha a la madre de un niño de 5 años y medio que tiene autismo. No solo es una entrevista conmovedora sino verdaderamente ilustrativa de lo que representa el deseo decidido de una madre por entender, por acercarse a aquello inexplicable que le acontece a su hijo. Al amor, esta madre le añade tal deseo preciso, sin ambages. Y es claro que no se trata de un deseo de saber esquemático, rígido, académico (aunque no lo desconoce), de letra muerta. Más bien se trata de un deseo vivo que implica leer de manera atenta, entre líneas, no solo lo que aparece como una firme voluntad del niño de no establecer un contacto sin mediación con los otros, con el mundo digamos, sino las condiciones en que el niño puede acceder mínimamente, a su manera, a esa relación. Y para eso, hay que consentir, acoger la inmensa novedad que implica que un sujeto establezca su modo de relación; y eso no solo no es fácil sino que en la labor se deben franquear umbrales que rompen con los esquemas de “la vida en común” (muchos padres pueden testimoniar que muchas veces la decisión de seguir el camino que va trazando el trabajo de su niño autista, los deja a ellos mismos sumidos en la idea de estar viviendo en un mundo aparte).
Susana, así se llama la madre de la entrevista, de talante investigativo –es bióloga, demuestra que se ha ocupado de leer y estudiar el tema desde diversas perspectivas disciplinares; pero también nos narra lo que ocurre cuando deja de leer los signos de la realidad circundante para empezar a leer los signos subjetivos de su hijo Gabriel, y a entender o proveer de cierto significado la acción del niño, su elección por ciertos objetos y no otros, sus manifestaciones de angustia o temor, etc. Es decir, intenta ver en lo que hace Gabriel un mensaje de búsqueda laboriosa de cómo poder relacionarse con el Otro sin sentir su presencia como una invasión masiva que lo anula como ser. Porque es verdad, hay que vivir al Otro de determinada manera para necesitar edificar una barrera que lo mantenga a distancia. Nos describe entonces Susana un mundo vigoroso de elementos simbólicos en Gabriel a los que ella no duda en prestarse (y prestar a otros: terapeutas y entorno educativo) para facilitar la tarea de organizar, lo que se presenta como aislado y disperso. O sea, no se trata de la organización establecida según los parámetros del Otro social, sino de la organización de lo que el niño da a ver. En este sentido, nos relata cómo va tratando de nombrar para Gabriel aquello que ve como una demarcación de una cierta elección, relativa por cierto al ámbito de deseo en que los padres se desenvuelven, la biología. Así, la figura del delfín como objeto preponderante en el contexto de vida de Gabriel, cobra todo su valor. Algo se transmitió para él de sus padres, y es esto lo que Susana puede interpretar y explicar a otros, hay no solo que respetar este objeto que delimita algo para Gabriel dentro de su mundo, sino que además hay que alentar el camino que conlleva la ampliación de esta delimitación pero entiéndase, a partir de ella. De igual manera, nos dice, intenta localizar en el tiempo y el espacio los momentos en que Gabriel es presa de una gran zozobra que manifiesta con un llanto profundo. Los padres intentan atemperar la angustia incontrolable de Gabriel, lo acompañan, incluso le facilitan el contacto con el agua en un suave baño, pero en sí mismo son momentos que por ahora van siendo localizados sin imponer el orden (que no es igual a la organización a la que aludimos antes) o acudir a castigos persuasivos o, etc. Se logra detectar que en estos momentos es patente que un desvalimiento muy grande cobra el ser de Gabriel y sus padres, no sin sufrimiento por la impotencia que esto conlleva, lo acompañan e intentan poner sobre ese vacío radical, alguna imagen o algún símbolo que ayude a tomar distancia de esa masiva sensación para el niño.
Ahora bien, cuando Susana nos narra el drama que ha significado su búsqueda de entornos y/o propuestas terapéuticas para su hijo, hay una que nos llama la atención, puesto que es planteada como ejemplo de las desviaciones y las incongruencias en que se puede incurrir al desconocer la problemática del autismo. Ella cuenta que en una ocasión a alguien se le ocurrió ¡hablarle del psicoanálisis! A lo que ella respondió (no sabemos si a su interlocutor): ¡Qué absurda idea, si su niño no hablaba! Efectivamente, él, su niño, Gabriel, no habla; pero esto claramente no hizo retroceder a Susana a la hora de tomar lo que Gabriel hacía como algo no ajeno al lenguaje o a la comunicación. La interpretación de esta intencionalidad de comunicar del niño (cuestión que funda en todo niño la relación con el otro; es decir es el otro el que significa un grito, por ejemplo en el recién nacido, como un llamado, como algo pleno de sentido. Es lo que el psicoanalista Jacques Lacan plantea: es el Otro el que determina que una señal sea un mensaje, una intención de pedido) Ella misma no creía que porque no había un uso efectivo de la palabra, porque no se producía el acto mismo de hablar (el lenguaje funcional del que hablan terapistas del lenguaje y educadores), no había algo que entender en lo que Gabriel decía sin decir –con la palabra, es claro.
Este señalamiento de Susana respecto al psicoanálisis me evocó enseguida un pequeño texto, que en realidad puede ser tomado como un manifiesto, del psicoanalista francés Jean Claude Maleval, elaborado como aporte a la cruzada por el Año Internacional del Autismo en Francia, designada como “gran causa nacional” (el pasado año 2012): Con los mismos signos de admiración que podemos asumir en las palabras de Susana, Maleval titula su texto: ¡Escuchen a los autistas! (es un libro que no excede las 40 páginas y que argumenta la pertinencia del abordaje psicoanalítico del autismo). Así, tanto lo que la entrevistada nos relata como lo que nos dice Maleval coinciden en un punto (desplazando la cuestión del habla como tal), y es que: ¡hay algo que escuchar! Seguramente este enunciado Susana lo suscribiría, puesto que es lo que nos dice respecto a lo que laboriosamente ha ido construyendo para Gabriel, terreno que permitirá que Gabriel haga su propia construcción, porque él trabaja permanentemente en eso.
El psicoanálisis como experiencia acoge a los niños cuando ellos lo pueden requerir; los niños con autismo no han sido la excepción. ¡Al contrario! Hay una clínica que lo demuestra, que puede razonar su práctica, que se configura como un espacio en el que el niño encuentra que su trabajo incesante es alojado; porque sí, hay que entender que aquello que parece un disparate o un sinsentido para el observador, para el niño es un modo de elaborar lo que resulta insoportable por un exceso del que es presa; en este sentido es un niño que no cesa de trabajar; y, el psicoanalista, que valora esa producción y la acompaña, provee ese deseo de acoger la invención del niño (el modo que encuentra para ir mediando en la relación con el otro) como única y de ahí halar el hilo con la ruta que el niño va trazando. En este sentido el psicoanalista toma en serio aquello que tan justamente Donna Williams, en su libro “Alguien en algún lugar” describe a partir de su experiencia: “el (niño) autista busca un guía para que lo siga”. Y esto, entendido dentro del contexto de un tratamiento analítico cobra un valor clínico para ubicar lo singular en cada niño que da la forma irrepetible a este encuentro. Un guía presto a seguir el recorrido subjetivo de un niño, pero también alguien que puede contribuir a encausar lo que aparece como intratable. Esto, para Antonio Di Ciaccia, psicoanalista italiano, da cuenta de lo que es lícito de parte del particular guía (lugar al que puede estar conminado un psicoanalista), en lo que se refiere a ciertos franqueamientos necesarios en el propio circuito de la vida y del deseo de cada niño autista: “un suave forzamiento”; contrariando así la idea de imposiciones o forzamientos que no tienen nada que ver con lo que el niño pone a disposición como modo de operar con aquello que lo angustia. Decir lo que ocurre cuando un niño se encuentra con un psicoanalista es fundar las razones de ese encuentro y alojar lo que el sujeto trae para darle cabida como una producción que implica un esfuerzo enorme de su parte y que se valora y acoge plenamente. Así, el niño y el psicoanalista, encuentro posible que determina un espacio privilegiado para dar cabida a los modos de prueba que el niño hace, cuando está decidido a ello, en el intento de establecer un marco de eso que no lo abandona y que lo aísla del otro. En este sentido la salida o la resolución tiene el límite de este marco justamente, porque no se puede medir una invención propia, como toda invención, con algo normativo, es la esencia de lo original: es inconmensurable. El encuentro con un otro puede ser decisivo, pero para que ese encuentro se produzca debe haber un consentimiento de los involucrados; sin embargo, como en el amor, favorecer las condiciones es un modo de otorgar posibilidad a que ocurra. Hay en este sentido varios testimonios recogidos en primera persona, como también testimonios recogidos por otros, padres o familiares, que dan cuenta de lo crucial para alguien, para un niño con autismo, de que se produzca. La serie es larga, pero podemos al menos nombrar algunos: Temple Grandin, Daniel Tammet, Donna Williams, Birger Selling, Jacqueline Berger y muchos otros. Algunos de ellos tienen la capacidad del habla, otros nó, Pero eso no les ha impedido hacerse escuchar. Ciertamente, es verdad, debe haber alguien atento, que otorgue al signo una escucha posible, alguien que desee escuchar en lo que se cifra, un modo único de decir.
Sí, para cada uno de nosotros, seres hablantes, al principio de nuestros días, el verbo estaba ahí…y era del Otro. A cada uno de nosotros, seres hablantes, nos fue instilado el lenguaje, gota a gota, por nuestros próximos. Es bien sabida la importancia que tiene para nuestra subjetividad que los otros, nuestros próximos, no sean anónimos. Que en aquellos que nos arrojaron al mundo, hayamos podido reconocer un deseo, con nombre y apellido, de participar en nuestro principio. Cada uno de nosotros atrapó, por la inmersión en las turbias aguas del incesante parloteo que llamamos humanidad, algunas ramitas para mantenerse a flote en este dicharachero ambiente de deseo, sentido, imperativos, gritos y susurros.
En cada uno de nosotros se ha reiterado el ensayo de la experiencia singular de nacer a la vida como alguien que puede decir “yo”. Cada uno de nosotros proviene de las necesidades más humildes, y desde el más absoluto desamparo va afianzándose en la vida, tratando de apropiarse del Verbo del Otro para ser, nosotros, cada uno, Verbo, y cada uno, uno. Lacan no dejaba de manifestar su asombro ante el desconocimiento manifiesto de esta realidad tan evidente.
En el verbo se conjuga el pronombre y la acción de la gramática libidinal: gracias al verbo nos hacemos oír, llevando a ratos, la voz cantante, cuando en realidad, somos siervos de un discurso cuyo alcance ignoramos. Gracias al verbo nos hacemos ver, porque al ser vistos nuestra imagen se distingue y podemos reconocerla como propia. Gracias al verbo obtenemos, al ser escuchados y por ser vistos, una ignota satisfacción que nos otorga un cuerpo y con ello, el movimiento.
En algunos de nosotros, los llamados autistas, el Verbo se congela. Ellos, los autistas no se hacen ver ni oír. Ellos, los autistas, temen y tiemblan ante la voz y la mirada que se añade al Verbo del Otro. Ellos no hacen uso del verbo para ser en el decir, para reclamar su lugar e imponerse. Ellos se refugian en el silencio o profieren parrafadas sin sentido, ecos, retazos sin enunciación. ¿por qué han renunciado al placer del sentido? ¿Por qué se niegan a la vida en el Verbo refugiándose en enigmáticas estereotipias?
Insondable decisión del ser, el suyo es un trabajo extremo de defensa ante la angustia inconmensurable que se desprende de estar privado del Verbo y, con ello, del aquí y allí, del mañana y el pasado, del yo y el tú, de lo que distingue lo mío y lo ajeno, de las alegrías y penas que nos aportan las palabras.
Debido a esa precariedad son presa fácil de la ferocidad evaluadora que dictamina valores deficitarios en su rasero estadístico, mortificante e inclemente. Cuando algunos se rebelan a sus autoritarios dictámenes y, en su desesperación, aúllan o se agitan, hiperactivos, se les aplica el recurso a la diosa Química.
La vida en el Verbo, la diversidad inmensa de la humanidad hablante nada importa a los cautivos en el atractivo hipnótico del adjetivo “científico”. Ellos sirven voluntariamente al mercadeo que todo lo intoxica con su lenguaje de gestión, y la mano no les tiembla al firmar sus condenas: “incurable”. Ellos han sido eximidos de la responsabilidad que requiere el Verbo. Su garantía son las imágenes del cerebro, los cargos, las acreditaciones universitarias, los fármacos. Siervos de un discurso ciego y embrutecido se envalentonan llegando a despreciar el saber acumulado durante veinte siglos de pensamiento ético y político, de clínica, lógica y literatura. La prensa garantiza su supervivencia con monótona insistencia.
Ellos pregonan que el complejo dramatismo de la vida humana se reduce a conductas cuyas pruebas fueron arrancadas a las ratas. Pero el animal, preso en la Necesidad, puede y, de hecho, prescinde de la lógica. En cambio, el ser hablante la precisa aunque la ignore, para orientarse en el Verbo y conseguir tejer, con los hilos de deseo, la Vida. Servir al discurso freudiano supone haber renunciado a la idea de Voluntad en pos de elegir amarrarse y someterse a su lógica, que coloca en su debido lugar la Causa, la causa del decir, que es la causa del deseo. Desde allí, invitamos a los autistas a servirse del Verbo, a advenir al ser una vez vencidas en nosotros las tentaciones autoritarias, las mismas que exigen nuestro sacrificio a dioses oscuros.
He visto a padres atemorizados, avergonzados, desesperados. Les he visto abatidos, traumatizados por un diagnóstico que temen como a un destino inexorable, decepcionados por tratamientos incomprendidos, agotados por infructuosas búsquedas y evaluaciones, frustrados por el escaso resultado de pautas, consignas y programas de habilidades.
Pero, sobre todo, les he visto tristes, por desconocer la razón por la cual su función de padres había quedado truncada y un abismo les separaba de su hija, de su hijo, a pesar de todos los esfuerzos.
Con muchos de ellos hemos afrontado juntos un camino arduo, a sabiendas de las dificultades que nos esperaban. A veces es necesario luchar a brazo partido. Lo hemos hecho. Y también hemos disfrutado de los logros y alegrías por las sorpresas de las conquistas, que insuflaban nuevos ánimos para seguir en la orientación que aporta el saber del psicoanálisis, el único saber que toma en cuenta el sujeto en su particularidad.
Lacan no dudó en calificar el ímpetu que se deriva del descubrimiento de Freud de fuerza revolucionaria. No se equivocaba: de la misma manera que Philippe Pinel consiguió liberar a los desgraciados enfermos mentales de las horribles cadenas que les impedían hasta la mínima dignidad del movimiento, tenemos que luchar hoy contra unas cadenas, no menos espantosas, por ser invisibles. Son las modernas cadenas que atan y someten a los “a-normales” a los dictados ciegos de la ideología de la evaluación, y que consiguen provocar la sugestión y el espanto, amparados en consignas sobre genética, biología, neuronas y tutti quanti.
El psicoanálisis nos da la convicción y la fuerza para levantarnos y hacer oír nuestras voces junto a todos aquellos que la recuperan con nosotros, día a día, en un trabajo tan digno como discreto: Cada día, un poquito más de libertad, unos pasos más para afianzarse en un mundo cada vez más hostil a la singularidad, a lo que Lacan gustaba llamar las infinitas formas que presenta la adaptación a lo real, la infinita variedad y colorido de nuestras, sin embargo, precarias existencias.
El derecho a esconderse
Cuando el padre de Germán, de ocho años, recurrió a mí no era incauto: ya había visitado un centro especializado en Asperger. Ilustrado, de mentalidad cartesiana, dudaba de la cientificidad del psicoanálisis. Su hijo, un prodigio en lenguas, matemáticas, historia, música, se mostraba absolutamente asocial desde pequeño. Los chicos lo atacaban y vilipendiaban y los profesores se hartaban de sus infantilismos y rarezas. Germán tenía un sistema propio para aprender y se mostraba inflexible ante los intentos de conducirle por la senda común. No comprendía el empeño en que renunciara a sus originales sistemas si sus resultados eran correctos. En el encuentro que mantuvimos entonces Germán se mostró afable y tranquilo. Impasible y educado, me informó sobre algunas de sus singulares capacidades.
Confrontados a la elección, sus padres decidieron la opción terapéutica “científica” a fin de potenciar sus habilidades sociales, confiando en que la causa del desarreglo estuviera en los neurotransmisores y pudiera corregirse con recompensas y castigos. Años después, volvieron a llamarme, a los nulos resultados de la terapia se sumaba el pasaje inevitable de la pubertad que amenazaba con socavar sus sólidos pilares intelectuales. Estaba agitado, hiperactivo, ya no se concentraba como antes y los extraordinarios resultados caían en picado.
En casa, las estereotipias arreciaban y privarle de su maquinita de videojuegos era al precio de la furia y la desesperación. En el colegio se quejaban de su comportamiento y aunque los profesores seguían reconociendo sus extraordinarias dotes, la situación se tornaba insostenible con quejas, amenazas y amonestaciones.
En sus sesiones fue desgranando sus múltiples intereses. También exploraba las fallas del sistema educativo, su irracionalidad, deplorando los caprichos de los adultos. Con lucidez detectaba en ellos los signos de lo que Lacan calificó su “adulteración”. El don de la palabra en el marco de las sesiones se tradujo en la mejora de su comportamiento en clase y en una notable pacificación. Con frecuencia me reunía con sus padres, especialmente con su padre, principal referente de Germán, escéptico y disgustado por la insensatez de una mente tan brillante. Creía que, igual que sus padres, estudiantes brillantísimos, su hijo debía pasar sin mácula por la vida académica. Pensaba que si no lo conseguía era debido a alguna falla en la sinapsis, o a su falta de esfuerzo. Poco a poco fue cambiando la mirada vigilante, escrutadora de los padres que se volvieron más tolerantes y tranquilos.
Entretanto, Germán obtuvo un espacio opaco a la mirada de sus padres, un territorio íntimo que ellos aprendieron a respetar, admitiendo ciertas mentirijillas, haciendo la vista gorda frente a “cosas de chavales”. Cuando comprendieron la razón de su falta de atención en clase advino la convicción de que estábamos en la buena vía: Germán “desconectaba” porque las lecciones no eran estimulantes. Intentaba por todos los medios quedarse quieto pero no lo conseguía, entonces su angustia crecía y surgían movimientos para calmarse. Este descubrimiento marcó un antes y un después: la falla no recaía sobre su hijo sino en la evaluación de la clase que no contemplaba su excepcionalidad, sino que, al contrario, la repudiaba. El resultado del cambio de perspectiva de un trabajo en el que participaron los adultos implicados fue que la vida familiar y escolar se fue normalizando, eso sí, a partir del reconocimiento y el respeto de la particularidad de Germán. En estos momentos están elaborando juntos el diseño de un futuro universitario a la altura de su talento fuera de lo común.
Freud nos ha enseñado que debemos ser muy cuidadosos con la acusación y revelación de las mentiras infantiles puesto que ellas tienen su origen en “enérgicos motivos del alma infantil”. Lacan, en la misma línea, nos enseñó que cuando el niño dice el perro hace “miau” y el gato “guau” inicia el uso de la metáfora. De ahí su disgusto ante la corrección pedagógica por parte de los adultos: no se trata de un error, al pequeño le produce regocijo usar las palabras más allá de su sentido comúnmente aceptado. Freud llamó a este goce de las palabras, principio del placer. Gracias a este uso del lenguaje aprendemos a escondernos, a no ser transparentes, a tener un deseo incógnito: en el “mentir” respecto de la realidad radica la potencialidad creadora de las palabras, cuna de la poesía y de las invenciones.
Para una educación freudiana
En nuestro trabajo con los autistas, verificamos la alegría que trae consigo el restablecimiento del lazo entre padres e hijos, el gusto que conlleva el poder continuar con su labor simbólica de educación. En un momento dado ésta se ha interrumpido y los padres no consiguen realizar su función más elevada, la de atemperar en sus hijos el desamparo consustancial al ser humano. Este tiene dos aspectos, uno exterior, que determina la necesidad de alimento y cobijo y otro, “interior”, vinculado a las angustias que produce el parásito que introduce el lenguaje en el ser hablante: una tendencia incomprensible a la destrucción, a atacarnos nosotros mismos que Freud llamó pulsión de muerte. Y que contraviene el principio del placer, la vida. Más precisamente, la vida consiste en la lucha que cada uno de nosotros, humanos, hablantes, libra, contra esta tendencia, día tras día. Respecto a esta fuerza, tan íntima como ignota, lo que los padres pueden hacer es limitado. Sin embargo, en lo que consiguen hacer radica su fuerza moral y su transmisión: en ello cobran sentido los signos de amor, y en éstos se asienta la eficacia de la educación. Cuando esos signos no se perciben, y cuando, por no percibirse escasean, o enmudecen, un autismo afecta a la relación del niño con sus padres y la noble función educativa se interrumpe, se malogra.
El recorrido que hacemos con los padres que admiten manifestarse concernidos por estas dificultades se hace posible por el derecho que conceden a sus hijos a poder engañarles un poco, el derecho que les otorgan a esconderse, a no ser transparentes. Y ello en la medida en que aceptan, en lo íntimo de ellos mismos, una zona opaca a la mirada de la evaluación, no evidente, que Freud llamó inconsciente y cuyo reconocimiento nos cambia la vida, que se vuelve entonces más humilde y humana, pero también, más eficaz e interesante.
Existe la mirada que encierra, la mirada que da una perspectiva, la mirada que te hace sentir que estás creciendo, la mirada que se clava en ti, la mirada que reconoce el eco del semejante, la mirada que separa, la mirada que disloca, la mirada que tranquiliza, la mirada que aliena, la mirada que confiere existencia al Otro en tanto que ser separado de su propia existencia…
Y es que la mirada, como lo podemos constatar cada día en nuestra vida cotidiana, resulta ampliamente influida por la idea que tenemos de aquello que una etiqueta, una categoría, una palabra designan.
Si me presento ante vosotros como periodista o como madre concernida por la problemática autista, o como cualquier otra cosa que elija poner por delante, la mirada que vais a poner en mi, en mi intervención de hoy, resultará ligeramente diferente, aparecerá determinada por lo que sabéis de tal o cual categoría que me designa como incluida en un grupo.
Yo escribí el libro “Salir del autismo” con la esperanza de producir un cambio aunque fuera pequeño, aunque fuera mínimo, en la mirada que cada uno de nosotros ponemos en las personas que agrupamos bajo el significante de autismo.
– Para que se miren de otra manera los desórdenes visibles, los síntomas que saltan a la vista y que a veces, incluso, petrifican a los que tenemos en frente, aniquilando la posibilidad de su pensamiento al provocarles reflejos de miedo o de angustia.
– Para que estas manifestaciones sean comprendidas por lo que son: manifestaciones de sufrimiento, y no como la rúbrica de un estado de deficiencia irremediable o como algo amenazante para uno mismo.
Cuando miramos las cosas de esta manera -y esto es tan importante para un niño con dificultades que, como todos los demás niños, es un sujeto en construcción- estamos dando a este niño otra pequeña oportunidad de “terminar de nacer”, según la expresión que tanto me gusta de Barbara Donville o, lo que es lo mismo, de entrar en la sociedad.
Y es aquí donde está en juego la mirada de cada uno de nosotros y no sólo la de los padres o de los allegados está en juego: es necesario que esta sociedad tenga ganas de comprender lo que está en juego para niños que no crecen de manera ordinaria, es necesario también que acoja los desvíos dentro de una normalidad ambiental, que entienda que en estas diferencias hay también una fuente de riqueza y creatividad.
A contracorriente del discurso que categoriza con exceso los síntomas hasta perder el deseo de buscarles un sentido…, quisiera hacer oír que existe la posibilidad de una evolución positiva de los síndromes autistas, que los niños calificados de «autistas» no están programados para permanecer encerrados dentro de su estructura ni para ser esencialmente autistas, que hay tantos autismos como niños diagnosticados como tales, que una vez establecido el diagnóstico y los sufrimientos reconocidos, hay que olvidarlo para construir el camino singular de cada uno, porque no hay un modelo, queda todo por inventar para cada sujeto, en cada caso y esto exige una energía considerable para los padres y para todos los que se ocupan de ellos.
El deber de la sociedad entera es ayudarles. Ellos necesitan ayuda material, necesitan recursos, pero ante todo necesitan esta fraternidad de una mirada que no evalúa antes de comprender, que no se siente en peligro por la diferencia, que, incluso y sobretodo, busca alimento en esta diferencia. Ahí empieza la reparación mediante el vínculo, ahí empieza un intercambio mutuo. Abrir este camino es un trabajo largo y agotador, pero da sus frutos y esto tan sólo se puede plantear si terminamos con la convicción de que el estado autístico es una fatalidad: un defecto insuperable de genes y de neuronas defectuosas. Ello será posible sólo si la angustia por el futuro deja de teñir las miradas y ellas pueden abrirse al presente.
Es el miedo el que actualmente nos lleva a clasificar a los niños en categorías cada vez más afinadas según sus comportamientos. Es, realmente, el miedo el que hace leer cualquier diferencia con el prisma de la deficiencia, de la falta. Las denominaciones estancas que tienden a excluir del campo de la humanidad común se multiplican cada vez más para preservarnos de algo que, de otro modo, nos tocaría demasiado íntimamente.
Y, sin embargo, ¿es preciso recordarlo? Entre lo patológico y lo normal hay un continuo. Sí, ¡uno se puede deslizar de un lado a otro en los dos sentidos, en un momento dado, en una vida, con una o dos generaciones de por medio!
He escrito este libro con la aspiración de llegar a un público exterior del que se podría denominar «el mundo del autismo», un público más amplio que el de los padres, el entorno en sentido amplio, porque la mirada que se pone en los síntomas de un niño en construcción es capital; ya que el pequeño humano, el muy pequeño ser humano, cualquiera que sea su manera de crecer, sean cuales sean sus enfermedades, sus sufrimientos, se construye, en primer lugar, ante la mirada de los otros. Hay miradas que abren a un porvenir, que abren perspectivas o, a la inversa, que encierran.
Hay miradas, proyecciones relacionadas con el vocabulario empleado y con la fijeza que transmiten, que sostienen o, por el contrario, que hieren aún más.
He querido centrar esta intervención en el tema de la mirada en el autismo infantil porque hay dos maneras de contemplar a los niños con dificultades tan importantes de relación y de comportamiento: o bien mirarlos a través de lo que les falta o bien considerar, en primer lugar, sus capacidades.
Un niño atrapado en la problemática del autismo es devorado por angustias multiformes, por miedos cuya intensidad no nos imaginamos. Estamos hablando de niños que no han podido investir la mirada del Otro como algo que contiene, algo que permite explorar un espacio seguro entre él y el Otro, que le permita sentir que existe en un continum con límites.
En estas condiciones, la mirada siempre puede producir fracturas, puede resultar punzante, perseguidora. En estas condiciones, también, el don de una mirada benévola, que contiene, que se deja guiar por lo que ocurre en el momento, en términos de emoción, de relación, es tanto más necesaria y
reparadora.
Este don es la gratuidad plena y entera. Es lo contrario de una mirada cerrada, de la mirada del que sabe, que proyecta demasiadas imágenes que no se corresponden con lo que el niño siente. Se trata de una mirada que no se deja enseñar por el niño.
Estos niños, más que otros, durante más tiempo que otros, estos niños necesitan una mirada que busca una concordancia emocional y afectiva para comprometerse en el vínculo con el otro, con la mutualidad que esto supone.
El titubeo de la mirada supone el abandono de la búsqueda de una certeza, supone tomar el riesgo de no saber, de equivocarse. Pero no se vive sin riesgo y éste es más fecundo, más portador de vida que las proyecciones poco gloriosas que les encierran, rápidamente, en un destino seguro, categorizado según los principios teóricos válidos para todos.
Cuando se habla de los más pequeños, con los que todo queda por construir -en los estudios científicos, se evoca, cada vez más a menudo, la plasticidad neuronal- la mirada que se detiene en el “pleno” es más creativa, es la que devuelve el individuo a su existencia entera, como individuo, porque respeta lo que hay de positivo, porque empuja hacia el salto existencial, sin reducir la dimensión del ser a sus dificultades.
Esta mirada ofrece la posibilidad de seguir en lo cotidiano ya que todo se juega en lo cotidiano, en los pequeños hechos y gestos, en las palabras menudas, así como en los tiempos de atención y de educación.
Una pregunta que sigue sin respuesta, un acto inapropiado frente a una demanda -aunque esta demanda sea, ella también, inapropiada-, se añade a las heridas que alimentan un sentimiento de inexistencia ya demasiado
imponente.
Esta mirada otorga la capacidad de dar seguridad, de contener, la necesidad de controlar sus propios miedos, de interrogarse sin cesar sobre lo que alimenta nuestra propia mirada sobre el mundo y sobre el Otro. Esto lleva a veces a confrontarse con vértigos personales porque los terrores que sienten estos niños son también los nuestros, sentidos en un momento u otro de nuestra existencia, dominados, poco a poco, gracias a la suerte, al amor de los seres queridos…
Si estamos bien es también porque hemos escapado al estupor, entendida como petrificación de las emociones pero, en cada uno de nosotros, hay huellas de estas heridas existenciales, de estos grandes miedos fundamentales relacionados con el temor a la muerte. Y no se precisa gran cosa para reactivarlos.
No hay una manera única de estar en el mundo, una manera única de triunfar en la vida sino que cada ser humano se construye integrando en su interior las diferentes miradas de los otros. Y la mirada está cargada de nuestros sentimientos conscientes pero también de nuestras emociones inconscientes.
No he querido dar testimonio de mi historia personal sino de este peso de la mirada para que cada uno de nosotros se sienta concernido. He experimentado a lo largo de mi recorrido como madre el consuelo de la mirada que ayuda a sentirse orgullosa, que ayuda a sortear dificultades, a encontrar soluciones, a tomar conciencia de su propia mirada sobre su niño, y a estar feliz de cambiarla, porque le alegra la vida al sentirse pertenecer a la comunidad de los otros. También he experimentado la amargura de miradas que hunden en un papel de víctima, que excluyen, que minan la confianza en uno mismo, que descalifican.
Los padres no pueden estar solos aunque se agrupen entre ellos. Necesitan a toda la sociedad para inventar sin cesar nuevas soluciones, reales y humanas, que no estén únicamente bajo el semblante de la inclusión, sino que les permitan una inscripción verdadera en la comunidad humana; arreglos singulares que hacen atemperar la angustia ante el mundo y que permiten a las creatividades singulares realizarse en pos del enriquecimiento de todos.
El bienestar no puede conformarse con respuestas estandarizadas, protocolarias, reproductibles de uno a otro, que engendren guetos. No existen soluciones masivas al autismo y la vía de la esperanza me parece que se encuentra en la preservación de la variedad, en la agilidad de las pequeñas estructuras que promueven la creación.
Los niños gravemente perturbados necesitan, más que nada, una mirada que no evalúe antes de ver, que no lo mida todo con un rasero estándar, una mirada que dé a los otros la posibilidad de ser plenamente lo que es, por muy extraño e incómodo que sea.
Una mirada que de existencia, que no busque dominar. Es una mirada que da, que sostiene, que comparte, que no afirma su superioridad aunque sea por la vía indirecta de la piedad.