En el principio era el verbo

Imagen de Alejandra Mavroski - http://www.flickr.com/photos/adenocorticotropina/336295941/
Imagen de Alejandra Mavroski – http://www.flickr.com/photos/adenocorticotropina/336295941/

Sí, para cada uno de nosotros, seres hablantes, al principio de nuestros días, el verbo estaba ahí…y era del Otro. A cada uno de nosotros, seres hablantes, nos fue instilado el lenguaje, gota a gota, por nuestros próximos. Es bien sabida la importancia que tiene para nuestra subjetividad que los otros, nuestros próximos, no sean anónimos. Que en aquellos que nos arrojaron al mundo, hayamos podido reconocer un deseo, con nombre y apellido, de participar en nuestro principio. Cada uno de nosotros atrapó, por la inmersión en las turbias aguas del incesante parloteo que llamamos humanidad, algunas ramitas para mantenerse a flote en este dicharachero ambiente de deseo, sentido, imperativos, gritos y susurros.
En cada uno de nosotros se ha reiterado el ensayo de la experiencia singular de nacer a la vida como alguien que puede decir “yo”. Cada uno de nosotros proviene de las necesidades más humildes, y desde el más absoluto desamparo va afianzándose en la vida, tratando de apropiarse del Verbo del Otro para ser, nosotros, cada uno, Verbo, y cada uno, uno. Lacan no dejaba de manifestar su asombro ante el desconocimiento manifiesto de esta realidad tan evidente.
En el verbo se conjuga el pronombre y la acción de la gramática libidinal: gracias al verbo nos hacemos oír, llevando a ratos, la voz cantante, cuando en realidad, somos siervos de un discurso cuyo alcance ignoramos. Gracias al verbo nos hacemos ver, porque al ser vistos nuestra imagen se distingue y podemos reconocerla como propia. Gracias al verbo obtenemos, al ser escuchados y por ser vistos, una ignota satisfacción que nos otorga un cuerpo y con ello, el movimiento.
En algunos de nosotros, los llamados autistas, el Verbo se congela. Ellos, los autistas no se hacen ver ni oír. Ellos, los autistas, temen y tiemblan ante la voz y la mirada que se añade al Verbo del Otro. Ellos no hacen uso del verbo para ser en el decir, para reclamar su lugar e imponerse. Ellos se refugian en el silencio o profieren parrafadas sin sentido, ecos, retazos sin enunciación. ¿por qué han renunciado al placer del sentido? ¿Por qué se niegan a la vida en el Verbo refugiándose en enigmáticas estereotipias?
Insondable decisión del ser, el suyo es un trabajo extremo de defensa ante la angustia inconmensurable que se desprende de estar privado del Verbo y, con ello, del aquí y allí, del mañana y el pasado, del yo y el tú, de lo que distingue lo mío y lo ajeno, de las alegrías y penas que nos aportan las palabras.
Debido a esa precariedad son presa fácil de la ferocidad evaluadora que dictamina valores deficitarios en su rasero estadístico, mortificante e inclemente. Cuando algunos se rebelan a sus autoritarios dictámenes y, en su desesperación, aúllan o se agitan, hiperactivos, se les aplica el recurso a la diosa Química.
La vida en el Verbo, la diversidad inmensa de la humanidad hablante nada importa a los cautivos en el atractivo hipnótico del adjetivo “científico”. Ellos sirven voluntariamente al mercadeo que todo lo intoxica con su lenguaje de gestión, y la mano no les tiembla al firmar sus condenas: “incurable”. Ellos han sido eximidos de la responsabilidad que requiere el Verbo. Su garantía son las imágenes del cerebro, los cargos, las acreditaciones universitarias, los fármacos. Siervos de un discurso ciego y embrutecido se envalentonan llegando a despreciar el saber acumulado durante veinte siglos de pensamiento ético y político, de clínica, lógica y literatura. La prensa garantiza su supervivencia con monótona insistencia.
Ellos pregonan que el complejo dramatismo de la vida humana se reduce a conductas cuyas pruebas fueron arrancadas a las ratas. Pero el animal, preso en la Necesidad, puede y, de hecho, prescinde de la lógica. En cambio, el ser hablante la precisa aunque la ignore, para orientarse en el Verbo y conseguir tejer, con los hilos de deseo, la Vida. Servir al discurso freudiano supone haber renunciado a la idea de Voluntad en pos de elegir amarrarse y someterse a su lógica, que coloca en su debido lugar la Causa, la causa del decir, que es la causa del deseo. Desde allí, invitamos a los autistas a servirse del Verbo, a advenir al ser una vez vencidas en nosotros las tentaciones autoritarias, las mismas que exigen nuestro sacrificio a dioses oscuros.


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