De lo que se pierde la escuela

 
En una mañana sin clientes en la academia de música, (claro todos los niños están en el cole), entra un hombre delgado y tímido con vacilantes preguntas. “¿dictan clases a niños?, ¿y en la mañana hay alumnos?, ¿quién dicta las clases?”
Al confrontarlo en busca de su necesidad cuenta que es un niño diferente, raro, con problemas, pero le gusta mucho la música, dice.
Muy dispuesto, curioso e interesado le pido conocer el niño,
“¿si……está en el carro….. Lo traigo?
¡Claro! con intriga en espera de quien sabe que rareza, aparece un niño de ojos redondos e inmensos, dulce, despierto, vivaz, entrador y encantador, que examina todo con sus grandes ojos y pregunta insistente y obsesivamente  ¿Te gusta la música metálica?, ¿te gusta la música metálica?, ¿ te gusta la música metálica?
En esa mañana de 1994 inicia mi viaje por este extraño síndrome, para el momento desconocido, o mejor, diría yo ignorado, pues fue investigado desde 1885 por el neurólogo francés Gilles de la Tourette de quien lleva su nombre, descrito en textos de miles de años de antigüedad y del que poco se sabía en Colombia.
En sesiones diarias de batería, la arrogante escuela que niega la entrada a quien le resulta incómodo, me dio el placer de compartir con este niño lleno de virtudes y habilidades, tantas o más, como las que tienen quienes creen no tener ninguna “anormalidad”, pues ningún colegio resulta dispuesto a recibir niños con tourett y en la mayoría de los casos son desescolarizados, cuando sus síntomas son marcados y regulares.
El programa impuesto, fácilmente se adaptó a sus particularidades, iniciando con solo sesiones de dos o tres minutos frente a la batería: ¿puedo ir al baño?, ¿puedo ir al baño?, ¿puedo ir al baño?, sus tics vocales y motores , obsesiones y compulsiones, no fueron impedimento para obtener resultados, Solo bastó con proponérselo, acogerlo, abrir brecha para él, en lo metodológico y en lo social y al poco tiempo estaba integrado a la comunidad educativa, con sorprendentes resultados, tocando en un ensamble instrumental, estudiando solo en el salón durante sesiones de más de una hora, además de relacionarse con niños, maestros y padres.
Experiencia que con el tesón de una madre decidida a sacar a su hijo adelante, nos lleva a conformar la asociación del síndrome de tourett en Colombia, en busca de difundir en la comunidad el síndrome, conociendo más casos y conformando un grupo de niños para desarrollar ante todo actividades sociales, con un altísimo impacto terapéutico en los niños y sus familias.
De lo que se pierde la escuela formal al negar el ingreso a niños como este, niños con memoria enciclopédica, oído absoluto, pasión por la historia o la música, creatividad desbordante, seres capaces, ¿de cuánto? no lo sé, eso sí, de lo suficiente para ser felices, impactar positivamente su entorno, construir vínculos y contribuir desde su condición a la construcción de un mundo mejor.
De lo que se pierde la escuela, por esa modalidad perversa de limitar el ingreso midiendo lo que el niño no puede, ignorando lo que puede y desconociendo lo que podría, buscan niños para la escuela y necesitamos escuelas para los niños.
De lo que se pierde…. de una única posibilidad de entender y enseñar a niños, padres, maestros y comunidad de la particularidad humana, de la tolerancia, del amor verdadero, de la condición humana, de la fragilidad del ser, herramientas poderosas para enfrentar la vida y como lo evidencia esta sociedad intolerante y violenta, el aparato educacional fracasa en enseñar.

Seminario ¿Qué tratamiento posible para los autismos y las psicosis infantiles? Respuestas del Psicoanálisis

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Este seminario abierto, busca realizar una actualización y puesta al día del debate y de las posturas principales del psicoanálisis lacaniano con relación a la clínica del autismo y las psicosis, en contraste con otros modos de intervención. El recorrido contiene diferentes aspectos: Primeramente interesa especialmente significar la enseñanza de los testimonios escritos existentes de sujetos autistas, acerca de un funcionamiento particular que contiene en sí mismo la “solución” que cada uno encontró; como también darse a la tarea de extraer los principios que fundamentan las diversas propuestas de intervención terapéuticas existentes que derivan en concepciones más o menos ocultas a la luz del interés por entender la subjetividad que está en juego en el autismo. El tratamiento psicoanalítico esgrimirá sus razones a la hora de dar cuenta de lo que orienta su práctica, no sin considerar lo que entiende como una absoluta novedad en el esfuerzo que puede hacer un sujeto para encontrar un lugar menos inhóspito que el del radical aislamiento del Otro. No obstaculizar este esfuerzo es lo que el psicoanálisis encuentra como la dignidad de su acción.
Posteriormente, el campo de las psicosis como tal y el diagnóstico diferencial con los autismos, permitirá nutrir una clínica con las consecuencias éticas que requieren pensar las maneras de tratar los síntomas que un sujeto puede presentar y sostener las estabilizaciones logradas en diferentes ámbitos de desenvolvimiento del niño o del joven.
*Este seminario se enmarca en la línea “Propuestas de Intervención clínica para las psicosis y autismos en niños y jóvenes. Hacia una práctica dialogada”, de La Antena Infancia y Juventud de Bogotá.
Para asistir al seminario se debe tener como condición una práctica de intervención activa y/o estar concernido por el tema en cualquiera de las vertientes posibles: trabajo institucional, investigativo, clínico, educativo, etc.

  • Responsables: Lizbeth Ahumada, Laura Arciniegas, María Solita Quijano, Emilio Herrera
  • Horario: lunes 12:o0am semanal
  • Inicio: febrero 26 de 2017
  • Lugar: Nueva Escuela Lacaniana (Cra. 11B No. 99-54 Of. 602)

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El psicoanálisis lacaniano puede escuchar al autista

 

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El pasado martes 2 de abril, Día Internacional del Autismo, sorprendió la no poca atención que mereció el tema en nuestro medio. Diversos medios de comunicación aludieron a la problemática del autismo e incluso se esforzaron en darle rostro presentando testimonios de jóvenes autistas o de sus padres. Hay que reconocer que el interés que suscitó se tradujo en preguntas genuinas de aquellos para quienes el tema era una verdadera novedad: ¿Qué es eso del autismo?! O para aquellos que ya tenían un prejuicio al respecto producto de alguna lectura ligera o información lejana y desprevenida: son niños que no hablan, que son agresivos, que rehúyen cualquier contacto con su entorno; un verdadero enigma que, paradójicamente, no ha invitado mayormente al acercamiento de su desciframiento o al menos a un entendimiento de este funcionamiento.

Llamó mi atención, en este panorama de “inquietud atenta” por el tema durante ese día, la entrevista aparecida en el diario El Tiempo, página 15, titulada: “Mi hijo puede llegar a ser lo que él quiera, ¿por qué no?”. En efecto, se publica la entrevista hecha a la madre de un niño de 5 años y medio que tiene autismo. No solo es una entrevista conmovedora sino verdaderamente ilustrativa de lo que representa el deseo decidido de una madre por entender, por acercarse a aquello inexplicable que le acontece a su hijo. Al amor, esta madre le añade tal deseo preciso, sin ambages. Y es claro que no se trata de un deseo de saber esquemático, rígido, académico (aunque no lo desconoce), de letra muerta. Más bien se trata de un deseo vivo que implica leer de manera atenta, entre líneas, no solo lo que aparece como una firme voluntad del niño de no establecer un contacto sin mediación con los otros, con el mundo digamos, sino las condiciones en que el niño puede acceder mínimamente, a su manera, a esa relación. Y para eso, hay que consentir, acoger la inmensa novedad que implica que un sujeto establezca su modo de relación; y eso no solo no es fácil sino que en la labor se deben franquear umbrales que rompen con los esquemas de “la vida en común” (muchos padres pueden testimoniar que muchas veces la decisión de seguir el camino que va trazando el trabajo de su niño autista, los deja a ellos mismos sumidos en la idea de estar viviendo en un mundo aparte).

Susana, así se llama la madre de la entrevista, de talante investigativo –es bióloga, demuestra que se ha ocupado de leer y estudiar el tema desde diversas perspectivas disciplinares; pero también nos narra lo que ocurre cuando deja de leer los signos de la realidad circundante para empezar a leer los signos subjetivos de su hijo Gabriel, y a entender o proveer de cierto significado la acción del niño, su elección por ciertos objetos y no otros, sus manifestaciones de angustia o temor, etc. Es decir, intenta ver en lo que hace Gabriel un mensaje de búsqueda laboriosa de cómo poder relacionarse con el Otro sin sentir su presencia como una invasión masiva que lo anula como ser. Porque es verdad, hay que vivir al Otro de determinada manera para necesitar edificar una barrera que lo mantenga a distancia. Nos describe entonces Susana un mundo vigoroso de elementos simbólicos en Gabriel a los que ella no duda en prestarse (y prestar a otros: terapeutas y entorno educativo) para facilitar la tarea de organizar, lo que se presenta como aislado y disperso. O sea, no se trata de la organización establecida según los parámetros del Otro social, sino de la organización de lo que el niño da a ver. En este sentido, nos relata cómo va tratando de nombrar para Gabriel aquello que ve como una demarcación de una cierta elección, relativa por cierto al ámbito de deseo en que los padres se desenvuelven, la biología. Así, la figura del delfín como objeto preponderante en el contexto de vida de Gabriel, cobra todo su valor. Algo se transmitió para él de sus padres, y es esto lo que Susana puede interpretar y explicar a otros, hay no solo que respetar este objeto que delimita algo para Gabriel dentro de su mundo, sino que además hay que alentar el camino que conlleva la ampliación de esta delimitación pero entiéndase, a partir de ella. De igual manera, nos dice, intenta localizar en el tiempo y el espacio los momentos en que Gabriel es presa de una gran zozobra que manifiesta con un llanto profundo. Los padres intentan atemperar la angustia incontrolable de Gabriel, lo acompañan, incluso le facilitan el contacto con el agua en un suave baño, pero en sí mismo son momentos que por ahora van siendo localizados sin imponer el orden (que no es igual a la organización a la que aludimos antes) o acudir a castigos persuasivos o, etc. Se logra detectar que en estos momentos es patente que un desvalimiento muy grande cobra el ser de Gabriel y sus padres, no sin sufrimiento por la impotencia que esto conlleva, lo acompañan e intentan poner sobre ese vacío radical, alguna imagen o algún símbolo que ayude a tomar distancia de esa masiva sensación para el niño.

Ahora bien, cuando Susana nos narra el drama que ha significado su búsqueda de entornos y/o propuestas terapéuticas para su hijo, hay una que nos llama la atención, puesto que es planteada como ejemplo de las desviaciones y las incongruencias en que se puede incurrir al desconocer la problemática del autismo. Ella cuenta que en una ocasión a alguien se le ocurrió ¡hablarle del psicoanálisis! A lo que ella respondió (no sabemos si a su interlocutor): ¡Qué absurda idea, si su niño no hablaba! Efectivamente, él, su niño, Gabriel, no habla; pero esto claramente no hizo retroceder a Susana a la hora de tomar lo que Gabriel hacía como algo no ajeno al lenguaje o a la comunicación. La interpretación de esta intencionalidad de comunicar del niño (cuestión que funda en todo niño la relación con el otro; es decir es el otro el que significa un grito, por ejemplo en el recién nacido, como un llamado, como algo pleno de sentido. Es lo que el psicoanalista Jacques Lacan plantea: es el Otro el que determina que una señal sea un mensaje, una intención de pedido) Ella misma no creía que porque no había un uso efectivo de la palabra, porque no se producía el acto mismo de hablar (el lenguaje funcional del que hablan terapistas del lenguaje y educadores), no había algo que entender en lo que Gabriel decía sin decir –con la palabra, es claro.

Este señalamiento de Susana respecto al psicoanálisis me evocó enseguida un pequeño texto, que en realidad puede ser tomado como un manifiesto, del psicoanalista francés Jean Claude Maleval, elaborado como aporte a la cruzada por el Año Internacional del Autismo en Francia, designada como “gran causa nacional” (el pasado año 2012): Con los mismos signos de admiración que podemos asumir en las palabras de Susana, Maleval titula su texto: ¡Escuchen a los autistas! (es un libro que no excede las 40 páginas y que argumenta la pertinencia del abordaje psicoanalítico del autismo). Así, tanto lo que la entrevistada nos relata como lo que nos dice Maleval coinciden en un punto (desplazando la cuestión del habla como tal), y es que: ¡hay algo que escuchar! Seguramente este enunciado Susana lo suscribiría, puesto que es lo que nos dice respecto a lo que laboriosamente ha ido construyendo para Gabriel, terreno que permitirá que Gabriel haga su propia construcción, porque él trabaja permanentemente en eso.

El psicoanálisis como experiencia acoge a los niños cuando ellos lo pueden requerir; los niños con autismo no han sido la excepción. ¡Al contrario! Hay una clínica que lo demuestra, que puede razonar su práctica, que se configura como un espacio en el que el niño encuentra que su trabajo incesante es alojado; porque sí, hay que entender que aquello que parece un disparate o un sinsentido para el observador, para el niño es un modo de elaborar lo que resulta insoportable por un exceso del que es presa; en este sentido es un niño que no cesa de trabajar; y, el psicoanalista, que valora esa producción y la acompaña, provee ese deseo de acoger la invención del niño (el modo que encuentra para ir mediando en la relación con el otro) como única y de ahí halar el hilo con la ruta que el niño va trazando. En este sentido el psicoanalista toma en serio aquello que tan justamente Donna Williams, en su libro “Alguien en algún lugar” describe a partir de su experiencia: “el (niño) autista busca un guía para que lo siga”. Y esto, entendido dentro del contexto de un tratamiento analítico cobra un valor clínico para ubicar lo singular en cada niño que da la forma irrepetible a este encuentro. Un guía presto a seguir el recorrido subjetivo de un niño, pero también alguien que puede contribuir a encausar lo que aparece como intratable. Esto, para Antonio Di Ciaccia, psicoanalista italiano, da cuenta de lo que es lícito de parte del particular guía (lugar al que puede estar conminado un psicoanalista), en lo que se refiere a ciertos franqueamientos necesarios en el propio circuito de la vida y del deseo de cada niño autista: “un suave forzamiento”; contrariando así la idea de imposiciones o forzamientos que no tienen nada que ver con lo que el niño pone a disposición como modo de operar con aquello que lo angustia. Decir lo que ocurre cuando un niño se encuentra con un psicoanalista es fundar las razones de ese encuentro y alojar lo que el sujeto trae para darle cabida como una producción que implica un esfuerzo enorme de su parte y que se valora y acoge plenamente. Así, el niño y el psicoanalista, encuentro posible que determina un espacio privilegiado para dar cabida a los modos de prueba que el niño hace, cuando está decidido a ello, en el intento de establecer un marco de eso que no lo abandona y que lo aísla del otro. En este sentido la salida o la resolución tiene el límite de este marco justamente, porque no se puede medir una invención propia, como toda invención, con algo normativo, es la esencia de lo original: es inconmensurable. El encuentro con un otro puede ser decisivo, pero para que ese encuentro se produzca debe haber un consentimiento de los involucrados; sin embargo, como en el amor, favorecer las condiciones es un modo de otorgar posibilidad a que ocurra. Hay en este sentido varios testimonios recogidos en primera persona, como también testimonios recogidos por otros, padres o familiares, que dan cuenta de lo crucial para alguien, para un niño con autismo, de que se produzca. La serie es larga, pero podemos al menos nombrar algunos: Temple Grandin, Daniel Tammet, Donna Williams, Birger Selling, Jacqueline Berger y muchos otros. Algunos de ellos tienen la capacidad del habla, otros nó, Pero eso no les ha impedido hacerse escuchar. Ciertamente, es verdad, debe haber alguien atento, que otorgue al signo una escucha posible, alguien que desee escuchar en lo que se cifra, un modo único de decir.

 

La palabra de cada uno


Uno de los principios fundamentales de la práctica psicoanalítica es acoger las diferencias subjetivas considerando a cada quien, uno por uno, en su singularidad. Y ello con el fin de que cada uno encuentre su manera de decir, su enunciación personal. Lo que llamamos “estilo”, es el color de la palabra, depende de ese lugar desde donde se habla. Difiere del rol, que puede aprenderse y repetirse; y de los enunciados, del conjunto de lo que se dice.
Ese lugar desde donde hablamos se traduce por una manera de decir, y por lo tanto, por una manera de escuchar.
El lugar desde donde se habla es lo que llamamos “posición subjetiva” y es convocada cuando debemos pronunciarnos ante las cosas importantes en la vida, las cosas en las que nos comprometemos y en las que encontramos una satisfacción.
Desde ese lugar de la palabra pueden surgir auténticos actos de palabra. Un acto es algo muy distinto de un comportamiento. Hanna Arendt, en los años 60, anticipaba lo peor si prosperaba la psicología de la conducta, porque pensaba que ello traería como consecuencia la supresión de las diferencias personales, aquellas que hacen los actos memorables, ejemplares, dignos de ser recordados.
El psicoanálisis nos enseña que la matriz de ese lugar desde donde hablamos se ha forjado a partir de lo que Lacan llama “nuestras necesidades más humildes” durante nuestra experiencia de la infancia. Formamos parte del mundo y de su murmullo constante, de su incesante blablá. Nada nos garantiza que podamos, que sepamos en todo momento hablar desde ese lugar genuino.
Psicoanalizarse enseña a asumir el riesgo de ese lugar, consintiendo al vértigo que supone la ausencia de garantías, cada cual habla en su nombre y además, nada nos asegura que sepamos hacerlo en cada momento. Aunque, por eso mismo, cuando acontece, nos reporta, en términos de Virginio Baio, la alegría del acto ético.
Ese es el lugar que conviene cuando recibimos un jovencito o jovencita en nuestra consulta, el lugar que le otorga la posibilidad de ocupar el suyo, su lugar auténtico en la palabra, su decir propio, que tiene que ir conformándose en el enfrentamiento a poderosas fuerzas: Por una parte, los discursos de los adultos; por otro, la palabra de sus pares y, por último, lo que acontece en su cuerpo. No nos extrañe que se despiste a veces, en el abanico de posibles donde busca probar y probarse a sí mismo que es real, que lo que está viviendo no es un sueño. Por eso Lacan, contrario a toda visión romántica, vinculaba esta época de la vida al despertar. Porque es un momento de encuentro con un imposible, con un límite de la estructura en lo relativo a la sexualidad. (Si pensamos que todo es posible andamos extraviados.) Lacan decía, respecto a las ficciones que prohíben el goce que, si no existieran, habría que inventarlas. Y ello en la medida en que las prohibiciones prefiguran el lugar de lo imposible que salvaguarda el deseo.
Lacan definía al adulto como aquél responsable de su goce, es decir, de las consecuencias de sus actos y palabras. Ironizaba al considerar que, en su mayoría, los adultos se presentan como adulterados.
En el intercambio con los jóvenes, en nuestra necesaria conversación, es importante respetar la disimetría entre adultos y adolescentes. Los jóvenes de hoy tienen un radar muy sensible a la impostura y no actúan como antaño, rebelándose, denunciándola. Se callan, renuncian, lo dan por perdido, se repliegan en un moroso abatimiento.
Nos corresponde a nosotros aclararnos y esforzarnos en ocupar el lugar que conviene para ayudarles en la ardua tarea de afianzar su decir, su manera singular de enfrentarse a la existencia. Cada ser que llega a este mundo debe recorrer ese camino y cada uno representa una experiencia inédita. Así se desprende de lo que dice el poeta Xavier Lete, en una hermosa canción de Miquel Laboa.
Izaren Hautza
El polvo de las estrellas se convirtió un día
En germen de vida
Y de él surgimos nosotros en algún momento
Y así vivimos, creando y recreando nuestro ámbito.
Sin descanso. Trabajando pervivimos
Y a esa dura cadena estamos atados.
(…)
El hombre (…)
Busca afanosamente la sabiduría y la luz
Y en esa búsqueda no conoce el descanso
Se orienta por sendas oscuras
Y va inventando nuevas leyes,
Jugándose en ello la vida.
(…)
Del mismo tronco del que nacimos nosotros
Nacerán otras ramas jóvenes que continuarán la lucha.
(…)
Por la fuerza y evidencia de los hechos
Convertirán en fecunda y racional realidad
Lo que en nosotros es sueño y deseo.
 
¡Qué bueno sería un encuentro de adultos y jóvenes para comentar este precioso poema!