Todas las entradas de: Juan Pablo Ruiz

No son polvo, son diamante

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El asunto es simple, me dijo un americano que llegó como profesor de inglés y se quedó en Colombia: nosotros tenemos el verbo to be equivalente en español a dos verbos ser o estar…
El comentario toma más sentido a raíz del intercambio con el dueño de una tradicional pastelería, un francés, quien se encarga de preparar el refrigerio de los niños en un programa de vacaciones. Este pastelero francés, a pesar de tener un próspero negocio con tres sucursales, me recibe de manera sencilla en la cocina preparando pasteles y cubierto de harina, cual ratón de panadería. Está en lo que es –pensé. Pero el comentario realmente sacude mis pensamientos, una vez salgo de la pastelería. En efecto, el conductor del taxi que tomo comenta: Soy abogado pero estoy manejando taxi, ser y estar -me dije. Así, se llenan mis pensamientos: soy médico, soy abogado, soy músico, soy …, soy…, ser… Soy lo que hago…, hago lo que soy.
Será entonces que por este…. “simple asunto” es que por estas tierras de habla hispana el servidor público no sirve al público, el juez no es justo, el constructor no construye etc. etc. Pocos son lo que hacen, parece.
Y aquí es donde entra en la historia la escuela, el lugar donde se culmina la labor de la genética, donde nos terminamos de hacer, pues somos una mágica y maravillosa combinación de lo que traemos y a donde llegamos; y es la escuela, esa que día a día desplaza la labor educativa de los padres y la tribu, la responsable de lo que somos, de si lo que descubrimos, y de si estamos en lo que somos; ya ni siquiera alimentamos nuestras propias crías, lo hace la escuela.
La escuela debería ser el camino seguro al encuentro de sí, a la realización personal, al espejo mágico que revela la realidad y edifica la identidad, la llave del éxito que garantiza ingresos y ubicación social. ¿Lo logra? Muy, muy pocos son los afortunados que reciben todos, o algunos de estos dones de la escuela.
Es frecuente en mi labor de músico, asistir al testimonio de algún oficinista que narra lo que soñó ser y no es, de quienes están en el lugar opuesto de sus sueños y de sus posibilidades. Cuántos llegaron con sus mochilas llenas de condiciones para el deporte, la danza, la literatura, la pintura, la música, la poesía; pero con el infortunio de llegar a la escuela, donde se recibe con anhelo a quien trae en su equipaje la memoria, el don numérico o lingüístico; esa escuela, donde se estratifica el saber, dejando siempre en el menor rango, lo artístico y creativo. Cuántos fueron enviados por la escuela muy, pero muy lejos de lo que verdaderamente son.
Esta mirada miope de las condiciones humanas pudo tener esperanza de corrección cuando Howard Gardner, hace ya más de dos décadas, acuña el término inteligencias múltiples; así, al parecer, además de miopía la escuela padece de sordera, pues los proyectos educativos que de manera real trabajan desde la condición subjetiva y sus posibilidades, son proyectos alternativos y están lejos de la regla general, pues en su mayoría, continúan empeñados en calificar al músico como talentoso y al matemático como inteligente, aun creyendo tener el monopolio del conocimiento, produciendo en serie, preocupados más por los logros económicos que humanos, vaciando bolsillos en sus arcas, para después leer en los diarios “mínimo tres años de experiencia”.
Quienes logramos estar en lo que somos, movidos por la pasión, para quienes el aprender fue recordar, y debimos enfrentar duras batallas para que la escuela no nos hiciese olvidar a qué vinimos, y aunque contamos con la suerte de que aun la clínica no invadía los terrenos de la educación, con la terapia y la medicación, no fue nada fácil enfrentar una escuela que segrega, discrimina y excluye, para quien, unos son polvo y otros diamante.
Como sería este mundo de diferente, si cada labor estuviese hecha con verdadera pasión, si cada puesto de trabajo estuviese habitado por el que nació para él, si el objetivo primario fuese el goce del hacer, si la educación lograra esculpir a cada individuo desde lo que es, y no desde lo que quiere que sea.
Solo cuando la escuela transforme su labor en una labor artesanal, uno a uno y hecho a mano, labrando el destino de cada ser desde su particularidad; podrá crear la materia prima adecuada para la construcción de un mundo mejor, que no es ya una utopía, sino más bien una necesidad que requiere de todo el potencial humano, que todos estén en lo que son; y esto, solo una nueva escuela lo puede lograr.

De lo que se pierde la escuela

 
En una mañana sin clientes en la academia de música, (claro todos los niños están en el cole), entra un hombre delgado y tímido con vacilantes preguntas. “¿dictan clases a niños?, ¿y en la mañana hay alumnos?, ¿quién dicta las clases?”
Al confrontarlo en busca de su necesidad cuenta que es un niño diferente, raro, con problemas, pero le gusta mucho la música, dice.
Muy dispuesto, curioso e interesado le pido conocer el niño,
“¿si……está en el carro….. Lo traigo?
¡Claro! con intriga en espera de quien sabe que rareza, aparece un niño de ojos redondos e inmensos, dulce, despierto, vivaz, entrador y encantador, que examina todo con sus grandes ojos y pregunta insistente y obsesivamente  ¿Te gusta la música metálica?, ¿te gusta la música metálica?, ¿ te gusta la música metálica?
En esa mañana de 1994 inicia mi viaje por este extraño síndrome, para el momento desconocido, o mejor, diría yo ignorado, pues fue investigado desde 1885 por el neurólogo francés Gilles de la Tourette de quien lleva su nombre, descrito en textos de miles de años de antigüedad y del que poco se sabía en Colombia.
En sesiones diarias de batería, la arrogante escuela que niega la entrada a quien le resulta incómodo, me dio el placer de compartir con este niño lleno de virtudes y habilidades, tantas o más, como las que tienen quienes creen no tener ninguna “anormalidad”, pues ningún colegio resulta dispuesto a recibir niños con tourett y en la mayoría de los casos son desescolarizados, cuando sus síntomas son marcados y regulares.
El programa impuesto, fácilmente se adaptó a sus particularidades, iniciando con solo sesiones de dos o tres minutos frente a la batería: ¿puedo ir al baño?, ¿puedo ir al baño?, ¿puedo ir al baño?, sus tics vocales y motores , obsesiones y compulsiones, no fueron impedimento para obtener resultados, Solo bastó con proponérselo, acogerlo, abrir brecha para él, en lo metodológico y en lo social y al poco tiempo estaba integrado a la comunidad educativa, con sorprendentes resultados, tocando en un ensamble instrumental, estudiando solo en el salón durante sesiones de más de una hora, además de relacionarse con niños, maestros y padres.
Experiencia que con el tesón de una madre decidida a sacar a su hijo adelante, nos lleva a conformar la asociación del síndrome de tourett en Colombia, en busca de difundir en la comunidad el síndrome, conociendo más casos y conformando un grupo de niños para desarrollar ante todo actividades sociales, con un altísimo impacto terapéutico en los niños y sus familias.
De lo que se pierde la escuela formal al negar el ingreso a niños como este, niños con memoria enciclopédica, oído absoluto, pasión por la historia o la música, creatividad desbordante, seres capaces, ¿de cuánto? no lo sé, eso sí, de lo suficiente para ser felices, impactar positivamente su entorno, construir vínculos y contribuir desde su condición a la construcción de un mundo mejor.
De lo que se pierde la escuela, por esa modalidad perversa de limitar el ingreso midiendo lo que el niño no puede, ignorando lo que puede y desconociendo lo que podría, buscan niños para la escuela y necesitamos escuelas para los niños.
De lo que se pierde…. de una única posibilidad de entender y enseñar a niños, padres, maestros y comunidad de la particularidad humana, de la tolerancia, del amor verdadero, de la condición humana, de la fragilidad del ser, herramientas poderosas para enfrentar la vida y como lo evidencia esta sociedad intolerante y violenta, el aparato educacional fracasa en enseñar.