La palabra de cada uno


Uno de los principios fundamentales de la práctica psicoanalítica es acoger las diferencias subjetivas considerando a cada quien, uno por uno, en su singularidad. Y ello con el fin de que cada uno encuentre su manera de decir, su enunciación personal. Lo que llamamos “estilo”, es el color de la palabra, depende de ese lugar desde donde se habla. Difiere del rol, que puede aprenderse y repetirse; y de los enunciados, del conjunto de lo que se dice.
Ese lugar desde donde hablamos se traduce por una manera de decir, y por lo tanto, por una manera de escuchar.
El lugar desde donde se habla es lo que llamamos “posición subjetiva” y es convocada cuando debemos pronunciarnos ante las cosas importantes en la vida, las cosas en las que nos comprometemos y en las que encontramos una satisfacción.
Desde ese lugar de la palabra pueden surgir auténticos actos de palabra. Un acto es algo muy distinto de un comportamiento. Hanna Arendt, en los años 60, anticipaba lo peor si prosperaba la psicología de la conducta, porque pensaba que ello traería como consecuencia la supresión de las diferencias personales, aquellas que hacen los actos memorables, ejemplares, dignos de ser recordados.
El psicoanálisis nos enseña que la matriz de ese lugar desde donde hablamos se ha forjado a partir de lo que Lacan llama “nuestras necesidades más humildes” durante nuestra experiencia de la infancia. Formamos parte del mundo y de su murmullo constante, de su incesante blablá. Nada nos garantiza que podamos, que sepamos en todo momento hablar desde ese lugar genuino.
Psicoanalizarse enseña a asumir el riesgo de ese lugar, consintiendo al vértigo que supone la ausencia de garantías, cada cual habla en su nombre y además, nada nos asegura que sepamos hacerlo en cada momento. Aunque, por eso mismo, cuando acontece, nos reporta, en términos de Virginio Baio, la alegría del acto ético.
Ese es el lugar que conviene cuando recibimos un jovencito o jovencita en nuestra consulta, el lugar que le otorga la posibilidad de ocupar el suyo, su lugar auténtico en la palabra, su decir propio, que tiene que ir conformándose en el enfrentamiento a poderosas fuerzas: Por una parte, los discursos de los adultos; por otro, la palabra de sus pares y, por último, lo que acontece en su cuerpo. No nos extrañe que se despiste a veces, en el abanico de posibles donde busca probar y probarse a sí mismo que es real, que lo que está viviendo no es un sueño. Por eso Lacan, contrario a toda visión romántica, vinculaba esta época de la vida al despertar. Porque es un momento de encuentro con un imposible, con un límite de la estructura en lo relativo a la sexualidad. (Si pensamos que todo es posible andamos extraviados.) Lacan decía, respecto a las ficciones que prohíben el goce que, si no existieran, habría que inventarlas. Y ello en la medida en que las prohibiciones prefiguran el lugar de lo imposible que salvaguarda el deseo.
Lacan definía al adulto como aquél responsable de su goce, es decir, de las consecuencias de sus actos y palabras. Ironizaba al considerar que, en su mayoría, los adultos se presentan como adulterados.
En el intercambio con los jóvenes, en nuestra necesaria conversación, es importante respetar la disimetría entre adultos y adolescentes. Los jóvenes de hoy tienen un radar muy sensible a la impostura y no actúan como antaño, rebelándose, denunciándola. Se callan, renuncian, lo dan por perdido, se repliegan en un moroso abatimiento.
Nos corresponde a nosotros aclararnos y esforzarnos en ocupar el lugar que conviene para ayudarles en la ardua tarea de afianzar su decir, su manera singular de enfrentarse a la existencia. Cada ser que llega a este mundo debe recorrer ese camino y cada uno representa una experiencia inédita. Así se desprende de lo que dice el poeta Xavier Lete, en una hermosa canción de Miquel Laboa.
Izaren Hautza
El polvo de las estrellas se convirtió un día
En germen de vida
Y de él surgimos nosotros en algún momento
Y así vivimos, creando y recreando nuestro ámbito.
Sin descanso. Trabajando pervivimos
Y a esa dura cadena estamos atados.
(…)
El hombre (…)
Busca afanosamente la sabiduría y la luz
Y en esa búsqueda no conoce el descanso
Se orienta por sendas oscuras
Y va inventando nuevas leyes,
Jugándose en ello la vida.
(…)
Del mismo tronco del que nacimos nosotros
Nacerán otras ramas jóvenes que continuarán la lucha.
(…)
Por la fuerza y evidencia de los hechos
Convertirán en fecunda y racional realidad
Lo que en nosotros es sueño y deseo.
 
¡Qué bueno sería un encuentro de adultos y jóvenes para comentar este precioso poema!