Los autistas. Sus objetos, sus mundos (Video) – Eric Laurent

El pasado 19 de noviembre de 2013, el psicoanalista Eric Laurent dictó la conferencia «El autista. Sus objetos, sus mundos» en la autismo_laurentUniversidad de Buenos Aires, Argentina.  
 
El video de la conferencia está disponible en el siguiente link:
 
http://www.youtube.com/watch?v=qbuFCq8vq9U&feature=youtu.be

Lacan y el niño

Extracto de la conferencia dictada por Daniel Roy en febrero pasado en Jornadas del NUCEP (Centro de Estudios Psicoanalíticos), Madrid, España.

 

Techos

 

Daniel Roy

 

“Solo una vez se atraviesa una puerta de nuestra talla”

Jaques Lacan, “Homenaje a Lewis Carroll”

 

La libertad del niño

Tenemos que decirlo de entrada: Jaques Lacan ofrece a los psicoanalistas la posibilidad de volver a los niños más libres de lo que les es posible encontrar. Les abre la vía para permitir a cada niño explotar la parte más singular de lo que él es, sin que sea necesario prometerle una herencia cualquiera. Se ha querido hacer del psicoanálisis – y los psicoanalistas se han prestado a ello – el garante de las mejores transmisiones entre generaciones, y con ello hacer de los niños los notarios de su inconsciente, a condición de que quieran identificarse a un niño. Sin equivoco, Lacan asigna como tarea del analista ante un niño el “impedir de responderse, por ejemplo, incluso con nuestra autoridad, soy un niño” . De esta forma abre la puerta a cada psicoanalista para desprenderse de los ideales de la infancia, los de su propia infancia – como mínimo – pero sobre todo de los que vehiculan los discursos de la época. ¿Con qué objeto? Para permitir al niño atravesar las identificaciones que tienen más valor para él, que han adquirido para él todo su valor al ser las señales de un encuentro, encuentro con la absoluta alteridad, la de un otro o la de un goce que atraviesa el cuerpo. ¿Cómo? Siguiendo las huellas del hueco dejado por este encuentro en el corazón mismo de los dichos del niño, cuando lo educativo no prima para orientar su sentido.

Se descubre entonces, en ello, y es eso la experiencia de la cura analítica para un niño, que su libertad reside en la discordancia que está en corazón de la dependencia que es la suya.

Lacan ha sido el pionero de la exploración de esta dependencia del niño, dependencia real, con el apoyo obtenido en los comienzos de su enseñanza sobre la “prematurización especifica del nacimiento en el hombre” para situar ahí el sedimento sobre el que va a elevarse la dependencia imaginaria, dependencia a la imago del semejante, rápidamente subsumida por una dependencia simbólica, al Otro del lenguaje y de la palabra, que siempre precede al sujeto. Hasta el final de su enseñanza, cuando los paradigmas que la ordenan se habrán desplazado, Lacan sostendrá que el niño “es hablado” por sus padres, pero que “eso no significa que lalengua constituya en algún modo un patrimonio. Es totalmente cierto que es en la forma en que la lengua ha sido hablada y también oída por tal o cual en su particularidad, que algo aparecerá en sueños, en todo tipo de tropiezo, en todo tipo de maneras de decir.”

Es porque él fue el pionero de esta exploración, que pudo descubrir, en la fragua de esta dependencia, el crisol del que surgen las fuerzas de separación, que se funden en la más humilde de las herrerías, la de los pequeños objetos desprendidos del cuerpo.

Así es este gran movimiento que recorre toda la enseñanza de Lacan. Por un lado, en las dehiscencias de su imagen en el espejo del otro, en las fallas, interrupciones, silencios del discurso que le rodea, el niño encuentra el enigma que le permite ubicar donde alojarse; por otro lado, con la pérdida de los objetos de su cuerpo, objeto oral, objeto anal, mirada, voz, que se desprenden de él y de los que él se desprende, el niño descubre nuevas modalidades para ensanchar, agrandar, profundizar su mundo, a través del médium de las pulsiones: apetito de vivir, sed de conocimientos, donaciones e intercambios, profundidad de campo y de cantos.

La libertad del niño, que recorre toda la obra de Lacan, es que a cada uno de sus pasos, puede tomar posición. Es en cada instante Hermes, dios de las encrucijadas, del comercio y de los salteadores de caminos: elije, si es sí o si es no, negocia, recauda. Si se somete, como un niño obediente, a sus parientes ¡es por amor, mientras que ellos se regodean con su autoridad! Si se indigna, semilla podrida ¡es por fidelidad, para no traicionar la imagen que él se ha hecho de su presencia!

Siendo él mismo objeto arrojado al mundo, frágil, a la merced de todos los encuentros, el niño extrae de esta misma condición los recursos que le permiten, en las instituciones sociales propias a la infancia, la familia en primer lugar, “una relación fundada en la libertad” . Es la primera lección de Lacan referente al niño: resuena ya en la risa del niño, en “el niño que os sonríe” y os hace señales “más allá de lo inmediato, […] más allá de toda demanda” .

 

¿Se educa para la paz?

 
 
foto víctor florián
 
Por Victor Florián
 
Que los problemas de la democracia y la política, la cultura de la paz y el papel de la educación sean de interés común no es difícil advertirlo en este momento, pues sin lugar a dudas un examen de cifras y estadísticas podrá llevarnos al hundimiento en la perplejidad. ¡Defendamos la vida, hay que defender la vida!, son voces que no pueden pasar inadvertidas ante el fenómeno de la violencia objetivamente perceptible y, en cuanto tal, de múltiples dimensiones y efectos. Violencia que a lo largo de la historia del país se despliega en sus diferentes formas: intrafamiliar, sexual en niños y niñas, reclutamiento de niños y jóvenes, bullying escolar, crecimiento de desplazados del campo a la ciudad por el conflicto armado.
Nuestra Constitución colombiana de 1991, artículo 22, nos dice, sin rodeos, que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Afirmación bien sencilla como puede parecer, pero al mismo tiempo tan compleja cuando se la examina en sus alcances teóricos y en su realización práctica. Es un derecho fundamental y se exagera apenas al admitir que no se puede alcanzar con fórmulas mágicas y recetas publicitarias ni que depende solamente de la voluntad de un individuo o de un deseo colectivo. La paz no es un simple deseo y es preciso reconocer al menos en clave aristotélica que cuando se quiere ir primeramente al por qué, al conocimiento por las causas y a su pluralidad en una misma cosa o fenómeno, no basta detenernos en ellas teóricamente cuando creemos conocer. Sabemos que hay que generar empleo, emprender reformas y mejorar las condiciones de vida , que hay que ir más allá de ese discurso que perteneciendo a la esfera de la paz no sería más que un flatus vocis, un vacío de pensamiento o un pensamiento del vacío que le daría la razón a Mefistófeles cuando reconoce “que sería mejor que nada existiera… porque todo lo que existe es digno de ser destruido”, o a la sabiduría del viejo Sileno con su reveladora sentencia a la raza efímera y miserable de mortales (Nietzsche, Nacimiento de la tragedia).
Hoy día podemos preguntarnos qué fuerza es esa que tanto tiempo se ha mantenido tan activa en medio de nosotros como una característica que nos recuerda al soberano antiguo con su derecho de vida y muerte o forma del poder ejercido como “un derecho de captación”, especie de derivado de la patria potestad entre las familias romanas, derecho del padre para disponer de la vida de los hijos y de los súbditos, pero también de suprimirla. Tenemos claro que es un fenómeno que esculpe nuestro panorama social a tal punto que hemos olvidado que constituye no algo reciente, sino permanente en nuestra historia, quizás ahora con una mayor diversificación y demarcación de “zonas de miedo”.
“La corta vida de Carlos”, se lee, es una nota periodística complementaria a la información sobre el asesinato de un joven de 14 años, que cursaba noveno grado, cantaba rancheras y por esto aspiraba a llegar a ser mariachi (El Tiempo, 3 de octubre de 2013). Podríamos continuar con otra información todavía más dramática y escandalosa que afecta nuestra existencia cotidiana porque involucra entre los victimarios de la violencia sexual a un familiar (39 por ciento), a un conocido (9 por ciento), a un amigo de la casa (9 por ciento), a un vecino ( 8 por ciento). En otro caso, luego de que el presunto asesino de un niño de cinco años fuera enviado a la cárcel, hay el contraste más desconcertante del “pido perdón” como si la fórmula ritual del perdón contribuyera a borrar lo que en sí es imperdonable.
“La guerra y el valor han hecho cosas más grandes que el amor al prójimo” declara Nietzsche al proponer y proclamar el superhombre y , por consiguiente, al hombre de una nueva cultura. El hombre creador, inventor, en posesión de la voluntad creadora y liberado ya de ideales trascendentes como Dios, la moral, sustituye los valores tradicionales por sus contrarios: el amor al prójimo por el amor a lo más lejano, la humildad por el orgullo, la paz por la guerra. Pero lo que se juega en esa sustitución es una inversión en la manera de evaluar y de valorar y, por tanto, una fidelidad permanente a la vida. Las armas es una verdad de Perogrullo, no engendran vida, eso lo sabemos.
El tema, el vocabulario, el miedo, siguen apoderándose de las mentes de todos. Es en este contexto como vemos aparecer un mundo diferente de zonas por las que da miedo caminar. Son nueve sectores en Bogotá llamados “zonas de miedo” por los riesgos que implican transitar por ellos y ser víctima de algún delito.
Esta breve reflexión sobre los índices de la violencia sin ninguna pretensión de diagnóstico deja suficiente claridad sobre dos fenómenos que llaman la atención y por esto mismo son preocupantes para las instituciones de gobierno, salud, educación, la Dirección de Seguridad y el ICBF en la perspectiva de poner término a todo aquello que está causando sufrimiento y dolor. En segundo lugar, el maltrato infantil, el abuso sexual seguido del asesinato de la víctima, la vulneración contra niñas y adolescentes en embarazos tempranos requieren acciones inmediatas que garanticen el derecho a vivir y desarrollarse dignamente.
Infantia en sus raíces latinas significa incapacidad de hablar. Giorgio Agamben emprende una interesante discusión a partir de la siguiente pregunta problemática: ¿existe algo que sea una in-fancia del hombre?. ¿ Cómo es posible la in-fancia en tanto que hecho humano? Y si es posible, ¿cuál es su lugar? La discusión es llevada a un plano lingüístico y circular por el cual infancia y lenguaje se remiten mutuamente, “la infancia es el origen del lenguaje y el lenguaje, el origen de la infancia”(p.66). Lo que distingue al hombre del animal no es la lengua en general, sino la diferencia entre lengua y habla, entre lo semiótico y lo semántico, sistema de signos y discurso, afirma. Ahí están la historia (pero no como proceso cronológico) y el hombre como ser histórico.
 
 
 

"Lo que el autista nos enseña"

He aquí un extracto del seminario que dictara Vilma Coccoz en La Alianza Francesa, el 26 de octubre pasado, en el contexto de La semana del autismo promovida por La Antena Infancia y Juventud (Línea de investigación Clínica de las psicosis y los autismos. Hacia una práctica dialogada) con el auspicio de La Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis-Bogotá:
 
«Durante esta semana de trabajo en Bogotá, he percibido una expectativa sobre lo que el discurso analítico, sobre lo que los psicoanalistas lacanianos tienen que decir, con el fin de encontrar orientaciones precisas para conseguir navegar, de una manera más liviana, en este complicado mundo que nos ha tocado vivir. Efectivamente, el título de este seminario es ya un indicio de nuestra posición respecto al autismo. La posición del discurso analítico es una posición ética: aquella que se deriva de estar en disposición de aprender del autista, no de enseñarle. El verbo “aprender” está en juego, pero las personas se invierten. Existe una divisoria de aguas: por un lado, la psicología cognitivo comportamental pretende enseñar al autista; el autista es el sujeto que tiene que aprender: tiene que aprender a comunicarse, tiene que aprender a asearse, tiene que aprender economía, tiene que aprender habilidades sociales…; de otro lado, desde la perspectiva del psicoanálisis, las personas que acompañan al autista (sus padres, sus analistas, sus educadores, en fin, sus otros de referencia) están en disposición de aprender de él. Esta divisoria de aguas responde a principios de la práctica: se ve cómo estos principios éticos determinan una práctica completamente distinta. Pues bien, durante este rato voy a intentar explicarles algunas de las peculiaridades del tratamiento del autismo, en el psicoanálisis de orientación lacaniana.
Desde que Sigmund Freud concibió los primeros pilares en los que iba a asentarse lo que él llamó la nueva ciencia del espíritu —que bautizó con el nombre de psicoanálisis—, poderosos enigmas del comportamiento humano comenzaron a entregar su razón de ser, a la vez que se afianzaba una nueva manera de tratar los síntomas que incluía la idea de causalidad psíquica, de causalidad inconsciente.
Freud no se ocupó del autismo como síndrome o cuadro patológico. El autismo fue descrito por primera vez por Leo Kanner, en 1943, y nombrado como “autismo infantil precoz”, destacando como síntomas el aislamiento y la inmutabilidad. Poco tiempo después, en 1944, sin que hubiera relación entre ambos, en otro contexto, Hans Asperger inicia su desarrollo sobre el síndrome que lleva su nombre. El primero, el “autismo infantil precoz”, queda como una interfaz entre psiquiatría y psicoanálisis; el segundo, el “síndrome de Asperger”, toma un derrotero educativo, pues Asperger propone, desde el inicio, una pedagogía curativa. O sea, desde el inicio, en el campo de lo que llamamos autismo, ya están las problemáticas de lo clínico y de lo educativo.
En los años 50, el doctor Jacques Lacan inició su enseñanza en París. A lo largo de 30 fructíferos años, se sometió al riguroso y firme propósito de desentrañar las preguntas que suscita nuestra existencia, en tanto determinada por el lenguaje. Definió nuestra humanidad como seres de palabra, como “parlêtre”, o sea: ser hablante [parler=hablar, être=ser], en la medida en que —lo dice con todas las letras— el lenguaje no sólo es un medio de comunicación, no sólo es un medio de información… el lenguaje hace al ser, no habría ser sin el lenguaje. Los animales no se plantean ese problema; en cambio, para nosotros, no es una cuestión fácil. De acá se deriva un principio del psicoanálisis es: no hay sujeto sin Otro. El psicoanálisis es esencialmente social, porque no hay sujeto sin Otro. Por eso Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo —su gran texto social, de psicología social—, dice que la lógica con la que estudiamos la relación del sujeto con su pareja, con su madre… con cualquiera de sus otros, es la misma lógica con la que debemos analizar la relación del sujeto con la comunidad, es decir, lo que toma forma de Otro para él. Lo que para el ser hablante toma forma de Otro, simbólico, trasciende el ámbito de su familia y lo vincula a la comunidad. A la escuela, por ejemplo, en cuyo caso los profesores serán representantes de unos primeros otros. Para Freud, la nueva ciencia del espíritu, la nueva doctrina de la subjetividad que él elaboró, no es independiente de una dimensión social. El sujeto no es sin el Otro.
Por todo esto, el autista se nos presenta como el mayor enigma: ¿cómo es posible que insistan en rechazar al Otro? El autista pone en jaque este principio fundamental de que el sujeto no es sin el Otro. Y no es que el autista no tenga su Otro. Pero, ¿qué tipo de Otro tiene?
El otro principio analítico (el primero es: no hay sujeto sin Otro) es: no hay sujeto sin síntoma. Gustaba Lacan de citar la Biblia. De hecho, en el Seminario 23 llega a formular un nuevo Génesis, menos cretinizante que el mito de la manzana maldita. Con la manzana maldita, quedamos fregados por el pecado. En cambio, en el Génesis que propone Lacan, en el misterio de la encarnación del inconsciente en nuestro cuerpo, lo que surge no es la subjetividad del pecado, sino la subjetividad sintomática. La ciencia del espíritu llamada psicoanálisis no propone ninguna psicología normal… ¡lo normal es lo que le parece bien a cada uno! Cuando alguien se pronuncia sobre la anormalidad de otro, es sencillamente porque no le gusta, no le cae bien y, entonces, dice: “éste no es normal”; y, cuando le toca a él, también toma esta forma: se pregunta, de sí mismo, ¿qué será esto?… ¡no es normal! Siempre es una medida personal.
En el principio era el verbo… eso sí lo toma Lacan textualmente de la Biblia. El verbo —dice en el Seminario 20— no es un significante tan estúpido, tan necio. Si no sabemos situarnos en relación a los verbos, no estamos situados en relación con la palabra. Por eso, muchas veces el autista no arma una frase completa. Una de las cosas que llama la atención, es la dificultad para hablar en primera persona; es decir, conjugar su ser en la frase dirigida al otro, tomando una posición de enunciación: “yo digo”. De hecho, cuando lo consiguen, consideramos que hemos avanzado muchísimo, porque quien puede enunciar su palabra a través de los verbos y dirigirse a otro, ya responde a la estructura misma de la subjetividad: está él y está el otro, a quien se dirige mediante el verbo, le habla.
En el comienzo era el verbo —que Lacan lo transforma en: en el comienzo era el acto—… En el comienzo no es el origen, sino el lugar del ser, dice Lacan. El lugar del ser en la palabra. Hemos olvidado lo complicado que es este asunto, porque —retomando las palabras de Lacan— ya estamos suficientemente adulterados. La conquista del lugar de la palabra es el trabajo de los primeros años de la vida. Si esto no se hace, resulta muy complicado. Para algunos, esto es tan complicado que no llega a ocurrir durante mucho tiempo, a veces nunca. Entonces, la realidad de la palabra no es algo sencillo. Lacan se dedicó 30 años a esto: cada semana se consagró a la disciplina férrea de no decir lo mismo nunca, de cada vez aportar algo nuevo. Por eso, su enseñanza es tan diversa y tan interesante. De principio a fin, el asunto de Lacan era ese: tratar de desentrañar la complicada lógica del ser hablante, de la relación con la palabra, de la relación con el otro, de la relación con el deseo y con la satisfacción, de todo lo que está implicado en la estructura del ser hablante.
La psicología moderna, la llamada psicología cognitivo comportamental, pretende reducir todo el dramatismo de una vida humana a la identificación de sus comportamientos. Por supuesto, Lacan tomó otra opción: la trabajosa opción de retomar los descubrimientos de Freud y hacerlos avanzar, ponerlos a la altura de la época, sin ahorrarse ninguna dificultad, tomando —para ponerlos al día con todos los descubrimientos— la lingüística, la lógica, la topología, la historia de la filosofía, etc. Este trabajo de Lacan es realmente inagotable. Pero el objetivo siempre es el mismo. Por eso, cuando decían que era un filósofo, un pensador, se enfadaba: “¡soy un psicoanalista!”, decía. Por supuesto, después agregó todo lo que él elaboró y se han hecho lecturas desde distintos campos: hay filosofías lacanianas, políticas lacanianas, éticas lacanianas. Pero la intención de Lacan era netamente clínica: saber todo eso, para hacer una práctica analítica eficaz, para que la acción del psicoanalista que se ofrece para llevar a alguien —autista o no autista— sea eficaz, para que resuelva el problema que esa persona tiene; eso es función del psicoanalista. Freud mismo dice: la enfermedad es un concepto práctico: la persona que tiene un síntoma, tiene una dificultad funcional en su cuerpo, en su mente, en la relación con los otros. Entonces, la práctica analítica tiene que servir para resolver ese problema de funcionamiento.
Pero, claro: el problema de funcionamiento, el síntoma subjetivo, requiere poder discernir realmente cuál es su lógica. Y bien, tiene dos partes: de un lado, una parte inconsciente, una parte de palabras inconscientes que han quedado como huellas de las encrucijadas vitales a las que nos hemos enfrentado; y, de otro lado, tiene una parte más opaca que no aparece a primera vista, que requiere un trabajo analítico para llegar a ella. A esta última parte, Freud la nombró de diferentes maneras: libido, ello, pulsión… y Lacan la transformó en goce, y la distinguió del síntoma, cuando produce un goce nocivo, cuando está demasiado presente la pulsión de muerte (para tomar otro concepto freudiano); o sea, distinguió el goce nocivo de la modalidad del goce no tan nocivo para el sujeto, más vinculado a la vida que —todos lo sabemos— no es un camino de rosas. La vida tiene momentos hermosos, divertidos, pero también hay esta perspectiva de dificultad.
Así, los autistas también presentan sus síntomas, pero no entendemos muy bien cuál es el funcionamiento de esos síntomas, cuál es su estructura. Usualmente se describen como el aislamiento (se aíslan de los demás), las ecolalias (repiten lo que el otro dice), las estereotipias (estructura repetitiva incesante: no poder parar, no hay límite). Los autistas presentan la mayor dificultad frente a la concepción social del ser humano. En el Seminario 3 —sobre las psicosis—, Lacan dice que el psicótico muestra la objeción al mitsein hedeggeriano: tiene una dificultad para estar con otros. El desencadenamiento de Schreber acarrea precisamente esta ruptura: él deja de estar con otros. Así, el síntoma autista presenta esto en su vertiente más pura. Ahora bien, si somos freudianos, los síntomas, incluso los más radicales como el síntoma autista, son intentos de curación. Freud concibió los síntomas no como un déficit, sino como un intento de curación, como una creación positiva mediante la cual el sujeto intentar resolver una encrucijada vital que se le vuelve insoportable y que lo angustia enormemente. Este es el principio de la construcción del síntoma en el psicoanálisis. No hay sujeto sin síntoma, porque todo sujeto hablante se defiende de algo insoportable, se defiende de la angustia. En el caso del autista, la defensa es radical: se defiende de que nos acerquemos, se defiende de nosotros, por eso se aísla.
En consecuencia, todo tratamiento posible del autismo requiere tomar en cuenta, en primer lugar, esta consideración: que el autista está obligado a defenderse de nosotros. Dicho de otra manera: el Otro del autista es amenazante, perseguidor, intrusivo. Así, la persona que se acerca, incluso con las mejores intenciones, intentando ser simpático (para tocarlo, abrazarlo, cuidarlo o para enseñarle), da en la dirección del síntoma, en la dirección de su dificultad y, entonces, el autista que supuestamente está en la disposición de paciente, de ser curado, se ve obligado a defenderse de su propio terapeuta, de las personas que pretenden ayudarles. Esa es, entonces, lo primero a tener en cuenta, con la frustración que esto trae para la persona que pretende curarlo, claro, porque es muy duro, la clínica del autismo es muy dura… salvo que se tome en consideración la lógica del síntoma autista.
Entonces, la lógica del síntoma autista, desde la perspectiva freudiana y lacaniana del psicoanálisis, responde a una causalidad psíquica. Como decíamos antes, en el principio de cada uno de nosotros está el verbo, está la palabra, está el poder tomar la palabra. Así, tenemos que ver, en el principio, cuál es la causalidad, qué pasó. Pero, en relación con la causalidad, hay otra división de aguas: la causalidad psíquica y la causalidad genética (que ahora está muy en boga).
François Ansermet, psicoanalista de la École de la cause freudienne, una persona a la que admiro mucho, puso en marcha un servicio de neonatología, que dio lugar a un libro maravilloso llamado La clínica del origen, donde se da cuenta de la asistencia psicoanalítica a los bebés en riesgo y a sus padres, así como a los profesionales. Hay un trabajo subjetivo para acoger un nacimiento con dificultades: desde el hermafroditismo hasta problemas físicos de todo tipo… bebés en riesgo. Muchos autismos se desencadenan ahí, en el nacimiento. He tenido un caso así: un niño que estuvo tres meses en una incubadora, multi-operado, con luces todo el tiempo sobre él, personas que vienen a mirarlo, lejos de su mamá y de su papá… para ese niño, desde el principio, ¿qué es el Otro? En el principio, ¿qué posibilidad de subjetividad hay, cuando sólo se es un objeto que está siendo mirado todo el rato? Fue muy emocionante, en una sesión, cuando yo le hablé de esto: lo mucho que él había sufrido en el momento de nacer. Entonces, me pidió ir a una habitación; en esa época, yo tenía la consulta en mi casa y él la conocía perfectamente. En la habitación de mi hijo, se puso bajo una manta e hizo una ficción de nacimiento: se tiró en la cama y pataleaba como un bebé. Por fin, él había podido representar lo que esto fue. Mientras en la incubadora él estaba inmovilizado, durante la reconstrucción de todo lo traumático que fue su nacimiento, estuvo moviéndose y pataleando un rato. De ahí se levantó con una sonrisa, como diciendo: ¡por fin! Aquí se ha logrado algo, ha habido un reconocimiento, una palabra sobre lo que pasó.
Cuando un niño está tan mal físicamente, como en este caso, sólo se preocupan de la parte orgánica, no se ocupan de la parte subjetiva, de lo que significa el atentado de las luces y las exploraciones constantes. Para alguien que no tiene la defensa autística (no se ha formado la defensa autística), no entiende lo que está pasando… y su mamá tampoco puede explicárselo, pues sólo la dejan entrar muy poco tiempo a la incubadora; ella siente que es completamente impotente para llegar a su bebé. Entonces, la separación ya está; ya se produce la falta de comunicación entre la mamá y su bebé. La ruptura del lazo con el otro. Por eso, una de nuestras principales preguntas es cómo hacer para construir o reconstruir un lazo con el otro, cuando se ha visto perturbado.
Muchas veces se piensa que los analistas nada tienen que ver con profesionales como los neurobiólogos, los neurolingüistas. Pues bien, el psicoanalista François Ansermet y Ariane Giacobino, una médica genetista, escribieron un libro fantástico, llamado Autismo: a cada uno su genoma. Allí se demuestra que es imposible seguir hablando de la causalidad genética del autismo: “La idea de la genética como ciencia de la determinación de lo mismo ha volado en pedazos. Se piensa que uno viene de dos, pero, paradójicamente, dos veces una mitad acaba en una infinidad de posibles, como si un patrimonio genético particular pudiera corresponder a combinaciones nuevas de dos mitades conocidas. Si medio más medio da una infinidad de uno, de uno para cada uno, ¿la diferencia se oculta dentro de éste? Este uno puede comprenderse como el conjunto de los 46 cromosomas que nos constituyen, de la misma manera que estos 46 cromosomas pueden ser situados como el soporte de los 24 mil genes de los que estamos compuestos. Dos por 12 mil genes forman también un individuo y cada gen es, a su vez, constituido de millares de bases de ADN. Como si se tratara de un sistema de muñecas rusas, cada fracción explorada se abre del lado de una complejidad y una infinidad sorprendentes”.
Nuestra época se caracteriza, entre otras, por una resistencia a la causalidad psíquica. Se intenta explicar y controlar lo que escapa a lo humano, a partir de bases biológicas, se intenta hacer desaparecer los enigmas del sujeto, esperando reemplazarlos por certezas controladas. El sujeto no es supuesto estar él mismo en la base de los trastornos que presenta; él no puede hacer nada con ellos, son sus genes. Los efectos del ambiente sobre esto, la estructura de su cerebro, son los responsables de hacerlo como es. Lo psíquico viene a eclipsarse bajo los efectos de estos postulados, relativos a las bases biológicas de los trastornos psíquicos. Queda, entonces, formulado el siguiente sofisma: primera proposición: se admite que existen trastornos psíquicos; segunda: la hipótesis de que tienen una base biológica; tercera: demostrar, o creer demostrar, esta base biológica; cuarta; si se tiene una base biológica, estos fenómenos no son psíquicos. De donde la conclusión: no existen trastornos psíquicos. Este razonamiento sagaz es particularmente virulento en los debates sobre el autismo, especialmente al ser evocadas sus bases genéticas.
En cambio, el psicoanálisis de orientación lacaniana sostiene la causalidad psíquica del autismo y la sitúa en lo que Lacan llamó “insondable decisión del ser”, que deja abierta la posibilidad de una nueva elección, a partir de ofrecer unas condiciones apropiadas para designar la radicalidad de sus defensas. Como explicaba el doctor Jean Claude Maleval, la obsesión por el diagnóstico precoz puede incluso resultar contraproducente. En muchos de los testimonios de autistas adultos, se ve muy bien que les ayudó el no haber sido diagnosticados y haber mantenido una vida dentro de parámetros “normales” [….]. »
La versión completa se publicará posteriormente.
 

«Lo que el autista nos enseña»

He aquí un extracto del seminario que dictara Vilma Coccoz en La Alianza Francesa, el 26 de octubre pasado, en el contexto de La semana del autismo promovida por La Antena Infancia y Juventud (Línea de investigación Clínica de las psicosis y los autismos. Hacia una práctica dialogada) con el auspicio de La Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis-Bogotá:

 

«Durante esta semana de trabajo en Bogotá, he percibido una expectativa sobre lo que el discurso analítico, sobre lo que los psicoanalistas lacanianos tienen que decir, con el fin de encontrar orientaciones precisas para conseguir navegar, de una manera más liviana, en este complicado mundo que nos ha tocado vivir. Efectivamente, el título de este seminario es ya un indicio de nuestra posición respecto al autismo. La posición del discurso analítico es una posición ética: aquella que se deriva de estar en disposición de aprender del autista, no de enseñarle. El verbo “aprender” está en juego, pero las personas se invierten. Existe una divisoria de aguas: por un lado, la psicología cognitivo comportamental pretende enseñar al autista; el autista es el sujeto que tiene que aprender: tiene que aprender a comunicarse, tiene que aprender a asearse, tiene que aprender economía, tiene que aprender habilidades sociales…; de otro lado, desde la perspectiva del psicoanálisis, las personas que acompañan al autista (sus padres, sus analistas, sus educadores, en fin, sus otros de referencia) están en disposición de aprender de él. Esta divisoria de aguas responde a principios de la práctica: se ve cómo estos principios éticos determinan una práctica completamente distinta. Pues bien, durante este rato voy a intentar explicarles algunas de las peculiaridades del tratamiento del autismo, en el psicoanálisis de orientación lacaniana.

Desde que Sigmund Freud concibió los primeros pilares en los que iba a asentarse lo que él llamó la nueva ciencia del espíritu —que bautizó con el nombre de psicoanálisis—, poderosos enigmas del comportamiento humano comenzaron a entregar su razón de ser, a la vez que se afianzaba una nueva manera de tratar los síntomas que incluía la idea de causalidad psíquica, de causalidad inconsciente.

Freud no se ocupó del autismo como síndrome o cuadro patológico. El autismo fue descrito por primera vez por Leo Kanner, en 1943, y nombrado como “autismo infantil precoz”, destacando como síntomas el aislamiento y la inmutabilidad. Poco tiempo después, en 1944, sin que hubiera relación entre ambos, en otro contexto, Hans Asperger inicia su desarrollo sobre el síndrome que lleva su nombre. El primero, el “autismo infantil precoz”, queda como una interfaz entre psiquiatría y psicoanálisis; el segundo, el “síndrome de Asperger”, toma un derrotero educativo, pues Asperger propone, desde el inicio, una pedagogía curativa. O sea, desde el inicio, en el campo de lo que llamamos autismo, ya están las problemáticas de lo clínico y de lo educativo.

En los años 50, el doctor Jacques Lacan inició su enseñanza en París. A lo largo de 30 fructíferos años, se sometió al riguroso y firme propósito de desentrañar las preguntas que suscita nuestra existencia, en tanto determinada por el lenguaje. Definió nuestra humanidad como seres de palabra, como “parlêtre”, o sea: ser hablante [parler=hablar, être=ser], en la medida en que —lo dice con todas las letras— el lenguaje no sólo es un medio de comunicación, no sólo es un medio de información… el lenguaje hace al ser, no habría ser sin el lenguaje. Los animales no se plantean ese problema; en cambio, para nosotros, no es una cuestión fácil. De acá se deriva un principio del psicoanálisis es: no hay sujeto sin Otro. El psicoanálisis es esencialmente social, porque no hay sujeto sin Otro. Por eso Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo —su gran texto social, de psicología social—, dice que la lógica con la que estudiamos la relación del sujeto con su pareja, con su madre… con cualquiera de sus otros, es la misma lógica con la que debemos analizar la relación del sujeto con la comunidad, es decir, lo que toma forma de Otro para él. Lo que para el ser hablante toma forma de Otro, simbólico, trasciende el ámbito de su familia y lo vincula a la comunidad. A la escuela, por ejemplo, en cuyo caso los profesores serán representantes de unos primeros otros. Para Freud, la nueva ciencia del espíritu, la nueva doctrina de la subjetividad que él elaboró, no es independiente de una dimensión social. El sujeto no es sin el Otro.

Por todo esto, el autista se nos presenta como el mayor enigma: ¿cómo es posible que insistan en rechazar al Otro? El autista pone en jaque este principio fundamental de que el sujeto no es sin el Otro. Y no es que el autista no tenga su Otro. Pero, ¿qué tipo de Otro tiene?

El otro principio analítico (el primero es: no hay sujeto sin Otro) es: no hay sujeto sin síntoma. Gustaba Lacan de citar la Biblia. De hecho, en el Seminario 23 llega a formular un nuevo Génesis, menos cretinizante que el mito de la manzana maldita. Con la manzana maldita, quedamos fregados por el pecado. En cambio, en el Génesis que propone Lacan, en el misterio de la encarnación del inconsciente en nuestro cuerpo, lo que surge no es la subjetividad del pecado, sino la subjetividad sintomática. La ciencia del espíritu llamada psicoanálisis no propone ninguna psicología normal… ¡lo normal es lo que le parece bien a cada uno! Cuando alguien se pronuncia sobre la anormalidad de otro, es sencillamente porque no le gusta, no le cae bien y, entonces, dice: “éste no es normal”; y, cuando le toca a él, también toma esta forma: se pregunta, de sí mismo, ¿qué será esto?… ¡no es normal! Siempre es una medida personal.

En el principio era el verbo… eso sí lo toma Lacan textualmente de la Biblia. El verbo —dice en el Seminario 20— no es un significante tan estúpido, tan necio. Si no sabemos situarnos en relación a los verbos, no estamos situados en relación con la palabra. Por eso, muchas veces el autista no arma una frase completa. Una de las cosas que llama la atención, es la dificultad para hablar en primera persona; es decir, conjugar su ser en la frase dirigida al otro, tomando una posición de enunciación: “yo digo”. De hecho, cuando lo consiguen, consideramos que hemos avanzado muchísimo, porque quien puede enunciar su palabra a través de los verbos y dirigirse a otro, ya responde a la estructura misma de la subjetividad: está él y está el otro, a quien se dirige mediante el verbo, le habla.

En el comienzo era el verbo —que Lacan lo transforma en: en el comienzo era el acto—… En el comienzo no es el origen, sino el lugar del ser, dice Lacan. El lugar del ser en la palabra. Hemos olvidado lo complicado que es este asunto, porque —retomando las palabras de Lacan— ya estamos suficientemente adulterados. La conquista del lugar de la palabra es el trabajo de los primeros años de la vida. Si esto no se hace, resulta muy complicado. Para algunos, esto es tan complicado que no llega a ocurrir durante mucho tiempo, a veces nunca. Entonces, la realidad de la palabra no es algo sencillo. Lacan se dedicó 30 años a esto: cada semana se consagró a la disciplina férrea de no decir lo mismo nunca, de cada vez aportar algo nuevo. Por eso, su enseñanza es tan diversa y tan interesante. De principio a fin, el asunto de Lacan era ese: tratar de desentrañar la complicada lógica del ser hablante, de la relación con la palabra, de la relación con el otro, de la relación con el deseo y con la satisfacción, de todo lo que está implicado en la estructura del ser hablante.

La psicología moderna, la llamada psicología cognitivo comportamental, pretende reducir todo el dramatismo de una vida humana a la identificación de sus comportamientos. Por supuesto, Lacan tomó otra opción: la trabajosa opción de retomar los descubrimientos de Freud y hacerlos avanzar, ponerlos a la altura de la época, sin ahorrarse ninguna dificultad, tomando —para ponerlos al día con todos los descubrimientos— la lingüística, la lógica, la topología, la historia de la filosofía, etc. Este trabajo de Lacan es realmente inagotable. Pero el objetivo siempre es el mismo. Por eso, cuando decían que era un filósofo, un pensador, se enfadaba: “¡soy un psicoanalista!”, decía. Por supuesto, después agregó todo lo que él elaboró y se han hecho lecturas desde distintos campos: hay filosofías lacanianas, políticas lacanianas, éticas lacanianas. Pero la intención de Lacan era netamente clínica: saber todo eso, para hacer una práctica analítica eficaz, para que la acción del psicoanalista que se ofrece para llevar a alguien —autista o no autista— sea eficaz, para que resuelva el problema que esa persona tiene; eso es función del psicoanalista. Freud mismo dice: la enfermedad es un concepto práctico: la persona que tiene un síntoma, tiene una dificultad funcional en su cuerpo, en su mente, en la relación con los otros. Entonces, la práctica analítica tiene que servir para resolver ese problema de funcionamiento.

Pero, claro: el problema de funcionamiento, el síntoma subjetivo, requiere poder discernir realmente cuál es su lógica. Y bien, tiene dos partes: de un lado, una parte inconsciente, una parte de palabras inconscientes que han quedado como huellas de las encrucijadas vitales a las que nos hemos enfrentado; y, de otro lado, tiene una parte más opaca que no aparece a primera vista, que requiere un trabajo analítico para llegar a ella. A esta última parte, Freud la nombró de diferentes maneras: libido, ello, pulsión… y Lacan la transformó en goce, y la distinguió del síntoma, cuando produce un goce nocivo, cuando está demasiado presente la pulsión de muerte (para tomar otro concepto freudiano); o sea, distinguió el goce nocivo de la modalidad del goce no tan nocivo para el sujeto, más vinculado a la vida que —todos lo sabemos— no es un camino de rosas. La vida tiene momentos hermosos, divertidos, pero también hay esta perspectiva de dificultad.

Así, los autistas también presentan sus síntomas, pero no entendemos muy bien cuál es el funcionamiento de esos síntomas, cuál es su estructura. Usualmente se describen como el aislamiento (se aíslan de los demás), las ecolalias (repiten lo que el otro dice), las estereotipias (estructura repetitiva incesante: no poder parar, no hay límite). Los autistas presentan la mayor dificultad frente a la concepción social del ser humano. En el Seminario 3 —sobre las psicosis—, Lacan dice que el psicótico muestra la objeción al mitsein hedeggeriano: tiene una dificultad para estar con otros. El desencadenamiento de Schreber acarrea precisamente esta ruptura: él deja de estar con otros. Así, el síntoma autista presenta esto en su vertiente más pura. Ahora bien, si somos freudianos, los síntomas, incluso los más radicales como el síntoma autista, son intentos de curación. Freud concibió los síntomas no como un déficit, sino como un intento de curación, como una creación positiva mediante la cual el sujeto intentar resolver una encrucijada vital que se le vuelve insoportable y que lo angustia enormemente. Este es el principio de la construcción del síntoma en el psicoanálisis. No hay sujeto sin síntoma, porque todo sujeto hablante se defiende de algo insoportable, se defiende de la angustia. En el caso del autista, la defensa es radical: se defiende de que nos acerquemos, se defiende de nosotros, por eso se aísla.

En consecuencia, todo tratamiento posible del autismo requiere tomar en cuenta, en primer lugar, esta consideración: que el autista está obligado a defenderse de nosotros. Dicho de otra manera: el Otro del autista es amenazante, perseguidor, intrusivo. Así, la persona que se acerca, incluso con las mejores intenciones, intentando ser simpático (para tocarlo, abrazarlo, cuidarlo o para enseñarle), da en la dirección del síntoma, en la dirección de su dificultad y, entonces, el autista que supuestamente está en la disposición de paciente, de ser curado, se ve obligado a defenderse de su propio terapeuta, de las personas que pretenden ayudarles. Esa es, entonces, lo primero a tener en cuenta, con la frustración que esto trae para la persona que pretende curarlo, claro, porque es muy duro, la clínica del autismo es muy dura… salvo que se tome en consideración la lógica del síntoma autista.

Entonces, la lógica del síntoma autista, desde la perspectiva freudiana y lacaniana del psicoanálisis, responde a una causalidad psíquica. Como decíamos antes, en el principio de cada uno de nosotros está el verbo, está la palabra, está el poder tomar la palabra. Así, tenemos que ver, en el principio, cuál es la causalidad, qué pasó. Pero, en relación con la causalidad, hay otra división de aguas: la causalidad psíquica y la causalidad genética (que ahora está muy en boga).

François Ansermet, psicoanalista de la École de la cause freudienne, una persona a la que admiro mucho, puso en marcha un servicio de neonatología, que dio lugar a un libro maravilloso llamado La clínica del origen, donde se da cuenta de la asistencia psicoanalítica a los bebés en riesgo y a sus padres, así como a los profesionales. Hay un trabajo subjetivo para acoger un nacimiento con dificultades: desde el hermafroditismo hasta problemas físicos de todo tipo… bebés en riesgo. Muchos autismos se desencadenan ahí, en el nacimiento. He tenido un caso así: un niño que estuvo tres meses en una incubadora, multi-operado, con luces todo el tiempo sobre él, personas que vienen a mirarlo, lejos de su mamá y de su papá… para ese niño, desde el principio, ¿qué es el Otro? En el principio, ¿qué posibilidad de subjetividad hay, cuando sólo se es un objeto que está siendo mirado todo el rato? Fue muy emocionante, en una sesión, cuando yo le hablé de esto: lo mucho que él había sufrido en el momento de nacer. Entonces, me pidió ir a una habitación; en esa época, yo tenía la consulta en mi casa y él la conocía perfectamente. En la habitación de mi hijo, se puso bajo una manta e hizo una ficción de nacimiento: se tiró en la cama y pataleaba como un bebé. Por fin, él había podido representar lo que esto fue. Mientras en la incubadora él estaba inmovilizado, durante la reconstrucción de todo lo traumático que fue su nacimiento, estuvo moviéndose y pataleando un rato. De ahí se levantó con una sonrisa, como diciendo: ¡por fin! Aquí se ha logrado algo, ha habido un reconocimiento, una palabra sobre lo que pasó.

Cuando un niño está tan mal físicamente, como en este caso, sólo se preocupan de la parte orgánica, no se ocupan de la parte subjetiva, de lo que significa el atentado de las luces y las exploraciones constantes. Para alguien que no tiene la defensa autística (no se ha formado la defensa autística), no entiende lo que está pasando… y su mamá tampoco puede explicárselo, pues sólo la dejan entrar muy poco tiempo a la incubadora; ella siente que es completamente impotente para llegar a su bebé. Entonces, la separación ya está; ya se produce la falta de comunicación entre la mamá y su bebé. La ruptura del lazo con el otro. Por eso, una de nuestras principales preguntas es cómo hacer para construir o reconstruir un lazo con el otro, cuando se ha visto perturbado.

Muchas veces se piensa que los analistas nada tienen que ver con profesionales como los neurobiólogos, los neurolingüistas. Pues bien, el psicoanalista François Ansermet y Ariane Giacobino, una médica genetista, escribieron un libro fantástico, llamado Autismo: a cada uno su genoma. Allí se demuestra que es imposible seguir hablando de la causalidad genética del autismo: “La idea de la genética como ciencia de la determinación de lo mismo ha volado en pedazos. Se piensa que uno viene de dos, pero, paradójicamente, dos veces una mitad acaba en una infinidad de posibles, como si un patrimonio genético particular pudiera corresponder a combinaciones nuevas de dos mitades conocidas. Si medio más medio da una infinidad de uno, de uno para cada uno, ¿la diferencia se oculta dentro de éste? Este uno puede comprenderse como el conjunto de los 46 cromosomas que nos constituyen, de la misma manera que estos 46 cromosomas pueden ser situados como el soporte de los 24 mil genes de los que estamos compuestos. Dos por 12 mil genes forman también un individuo y cada gen es, a su vez, constituido de millares de bases de ADN. Como si se tratara de un sistema de muñecas rusas, cada fracción explorada se abre del lado de una complejidad y una infinidad sorprendentes”.

Nuestra época se caracteriza, entre otras, por una resistencia a la causalidad psíquica. Se intenta explicar y controlar lo que escapa a lo humano, a partir de bases biológicas, se intenta hacer desaparecer los enigmas del sujeto, esperando reemplazarlos por certezas controladas. El sujeto no es supuesto estar él mismo en la base de los trastornos que presenta; él no puede hacer nada con ellos, son sus genes. Los efectos del ambiente sobre esto, la estructura de su cerebro, son los responsables de hacerlo como es. Lo psíquico viene a eclipsarse bajo los efectos de estos postulados, relativos a las bases biológicas de los trastornos psíquicos. Queda, entonces, formulado el siguiente sofisma: primera proposición: se admite que existen trastornos psíquicos; segunda: la hipótesis de que tienen una base biológica; tercera: demostrar, o creer demostrar, esta base biológica; cuarta; si se tiene una base biológica, estos fenómenos no son psíquicos. De donde la conclusión: no existen trastornos psíquicos. Este razonamiento sagaz es particularmente virulento en los debates sobre el autismo, especialmente al ser evocadas sus bases genéticas.

En cambio, el psicoanálisis de orientación lacaniana sostiene la causalidad psíquica del autismo y la sitúa en lo que Lacan llamó “insondable decisión del ser”, que deja abierta la posibilidad de una nueva elección, a partir de ofrecer unas condiciones apropiadas para designar la radicalidad de sus defensas. Como explicaba el doctor Jean Claude Maleval, la obsesión por el diagnóstico precoz puede incluso resultar contraproducente. En muchos de los testimonios de autistas adultos, se ve muy bien que les ayudó el no haber sido diagnosticados y haber mantenido una vida dentro de parámetros “normales” [….]. »

La versión completa se publicará posteriormente.

 

Extracto de la conferencia "La experiencia del inconsciente en la infancia" dada por Vilma Coccoz en la Universidad del Rosario. Bogotá, octubre 24 de 2013

Autora: Melissa Diaz Caicedo
Pintura: Melissa Diaz Caicedo

 
 
 
 
 
 
 
1) En el principio, el lugar
 
La preposición “en” sugiere que se trata de un lugar en donde el inconsciente puede alojarse, que se distingue de otros al que hacemos referencia, por ejemplo, cuando hablamos del inconsciente en la neurosis, en la mujer, en las psicosis…Cuando hablamos de los niños ese lugar toma como referencia primera y evidente el cuerpo, siendo la distinción más común aquella la referida a la edad y a la estatura, incluso cuando hacemos referencia a la responsabilidad jurídica, en cuyo caso se habla de “menores.” Por eso, si el título hubiese sido el inconsciente “de” los niños el sentido sería muy otro, la preposición “de” apuntaría a señalar la pertenencia, que sugeriría algo específico del inconsciente de los niños. Haría pensar en un rasgo privativo del conjunto que universalizaría la infancia y permitiría distinguir este inconsciente del de los adultos.
Debe haber una justificada razón por la que no se hace uso de la formulación como “el inconsciente en los adultos.” Quizás por ello Lacan prefería hablar de los “adulterados.” En su libro Mi enseñanza, Lacan comenta que sólo gracias al psicoanálisis consiguió desprenderse de la idiotización inducida por la escuela secundaria. Lo dice en medio de su reflexión crítica acerca de la cultura, a la que describe como aquello que “alivia de la función de pensar”. Lo que se denomina, por ejemplo, “movimiento cultural” tiene, en sus palabras, efectos de mezcla y homogenización. Desde este punto de vista, la cultura nos captura con lugares comunes, engulle y tritura todo “pensamiento con aristas” y nos empuja a comprender, a dar un sentido de inmediato. Nos vuelve perezosos. Por eso elogia Lacan la lógica, más precisamente, las lógicas llamadas débiles o inconsistentes, porque en ellas el pensamiento se vuelve interesante, al topar con imposibles, con indecidibles, con elementos que escapan a la lógica de la contradicción. No sólo eso, el pensamiento se vuelve tanto más atractivo cuando, además de resistir a nuestro empeño de aprehensión, nos revela nuestra condición de sujetos divididos, -una parte de nosotros mismos ignorada- y convoca nuestra responsabilidad también por esta dimensión. El psicoanálisis nos convoca a responder de nuestros pensamientos inconscientes, como ya lo formulado Freud en su texto La responsabilidad moral por el contenido de los sueños. Ser responsable de su inconsciente, de su modo de goce, es la invitación para volverse una persona mayor en este mundo cada vez más asolado por el infantilismo.
El inconsciente revela ser un conjunto de pensamientos singulares, rebeldes a la uniformidad, que se piensan tenazmente, que recorren una y otra vez las mismas vías, independientes de la voluntad y la conveniencia. El inconsciente en los niños responde a la misma lógica, supone una ubicación en un cuerpo singular, con un nombre singular. El niño es un analizante por entero reza el principio del CEREDA, en su experiencia analítica se le convoca a ser responsable de su decir en el peculiar diálogo analítico en el que el inconsciente será convocado a ex –sistir. Palabra que debe ser escrita como nos enseñó Lacan, con un guión que indica su paso a lo real, su traducción en la conducta. Los pensamientos, los de cada ser hablante, han surgido en la emergencia. Así lo dice Freud: “Intereses prácticos y no sólo teóricos ponen en marcha la investigación sexual infantil” La curiosidad, el interés por el saber trasunta una urgencia existencial, está destinado a encontrar una respuesta a la pregunta acerca del deseo en el cual, por el cual, hemos nacido. Un deseo no anónimo. En el principio, dice Lacan, está el lugar; y buscamos que pueda incluirse en el deseo del Otro, en el discurso del Otro. En cada encrucijada vital nos vemos obligados a encontrar las palabras que nos permitan orientarnos para mantenernos a flote, para no sucumbir. Sucumbir es fácil, decía Freud, pero nada enseña. Extraemos un saber de resistir, del conflicto, de la incomodidad.
2) El psicoanálisis es un discurso nuevo sobre el goce
Freud inaugura un saber nuevo sobre la subjetividad que toma en consideración los efectos del lenguaje en los cuerpos que hablan. Es una definición lacaniana del inconsciente: “el misterio de los cuerpos que hablan.” Fue escuchando a sus pacientes, y también concernido por lo que escuchaba, es decir, considerándose responsable y parte activa del diálogo que él había inaugurado sobre la causa de los síntomas, como llegó a considerar los síntomas como un jeroglífico, como un texto cifrado. Consiguió desentrañar su sentido ignorado a partir de suponer una causa sexual que habita en una zona incógnita de la subjetividad –y la llamó Otra escena- Pensamientos inconscientes, pensamientos no pensados pero articulados, ordenados en una lógica tan astuta como inaccesible a la consciencia, albergan la solución al malestar que de forma disfrazada se expresa en los síntomas. A través del análisis, del desciframiento, la forma de la neurosis adulta se vincula a la neurosis infantil. Entre ambas, la amnesia, la acción de la represión ha roto los enlaces, ha deformado el texto, lo ha adulterado. Por eso la extrañeza que despierta la infancia es análoga a la que despierta el inconsciente. Nuestra memoria continua se remonta a los años de aprendizaje de la escritura, de lo anterior sólo quedan algunas imágenes indelebles; algunos retazos, incomprensibles, “recuerdos encubridores.” Mediante al análisis se rescatan del tendencioso olvido que ha sepultado las vivencias que agitaron el alma infantil y cuya impronta sigue viva en la forma de lo que Freud denomina “el factor infantil”, el factor de goce, libidinal, cuya huella traumática no cesa de escribirse en el síntoma entendido, con Lacan, como un “acontecimiento del cuerpo.” Algunos autores se deslizaron rápidamente a una idea evolutiva, zanjaron lo incómodo del descubrimiento freudiano interpretándolo en términos de desarrollo. Pero no existe la libido infantil y la adulta, el goce ignora el día, la noche, las estaciones. Nada sabemos sobre la infancia sin la experiencia analítica; no es accesible a la observación, por eso, la infancia despierta hilaridad, indiferencia, desprecio, incomprensión, fascinación.
Si tomamos la definición de “factor” dejando de lado la intuitiva comprensión de la referencia al tiempo lineal, aparecen acepciones mucho más apropiadas para entender “lo infantil” en el discurso freudiano. Una de ellas lo identifica con el “hacedor”; es por tanto el principio activo, pulsional. Otra, derivada de su uso en matemáticas, asimila el factor a “cada una de las cantidades que se multiplican para formar un producto.” Si el síntoma es una formación del inconsciente, el factor infantil, es la sustancia libidinal, de goce, añadida a los pensamientos que forma parte de la producción sintomática.
 3) La infancia: una solución existencial
Pero, ¿qué nos enferma? En palabras de Lacan: “En el nivel de la enfermedad, hay pensamiento que circula, (…) al punto que, y lo enuncia con un acento un tanto bíblico, se podría decir que las neurosis dependen estrechamente de la máxima: “Piensen unos en otros”. Sin saberlo, estamos enfermos de pensar en los otros, y ese pensamiento está encarnado. Ese es el verdadero misterio de la encarnación, el de nuestro inconsciente en nuestro cuerpo. Más aún, se trata de un pensamiento encarnado que no quiere aprehenderse como tal, porque de eso el sujeto no quiere saber nada. Tal es la definición de la represión: ante las exigencias de lo real, ante una determinada coyuntura vital, la represión es equivalente a un acto psíquico, a “un juicio que rechaza y escoge.” Es el gran enigma del inconsciente de cada uno, ¿por qué razón no se quiere saber nada de eso? ¿Por qué se prefiere olvidar?
Esos pensamientos no pensados, inconscientes, toman forma como “los pensamientos en los otros” que rigen nuestra conducta, son el resultado de nuestra experiencia de la infancia, el producto de nuestras “necesidades más humildes”, según a expresión de Lacan. Forman parte de nuestra solución personal a las exigencias de la vida. (Not des lebens freudiano) Son pues, respuestas existenciales que fuimos construyendo para poder avanzar. Esos pensamientos no pensados y encarnados forman nuestra tela significante, en la que nos sujetamos y en la que encontramos una satisfacción; aunque pueda estar teñida de displacer llegando incluso a ser nociva, nos aferramos a ella. No es de extrañar que Freud, una vez advertido de la importancia decisiva de los primeros años, confiese que le parece indigno dejar en manos del azar, de los accidentes, las razones de nuestro carácter. Asombrado, descubre en el juego de su nieto de 19 meses, la sutil lógica en la que se asienta el deseo de separación del pequeño, una vez experimentada la ausencia del Otro. Así adviene la primer conquista del ser hablante, gracias al apoyo del par significante (fort- da, ahora está-ahora no) y de una bobina, un objeto, el niño avanza en el “espacio de encantamiento” que supone el mundo más allá de la cuna. Freud supo captar la enorme trascendencia de ese juego inventado por el pequeño y Lacan le dio toda su relevancia al extraer el primer logro vital surgido en la angustia. Ese asombro es el que deberíamos mantener ante la palabra de los niños, ante lo original que sucede en la infancia.
 4) “Son ellos los que saben”
En su texto El niño y el saber , dice Miller que “niño” es el nombre que se otorga al sujeto en la medida en que está abocado a la enseñanza bajo las especies de la educación. El discurso del amo le impone una ablación de goce, una renuncia a la satisfacción de las pulsiones para que el niño pueda recibir marcas de identidad que el Otro le ofrece. El niño deberá consentir a esta pérdida. El psicoanálisis considera que el saber de los niños es auténtico y merece ser respetado. En el discurso analítico el niño es considerado un ser de saber, no sólo un ser de goce. Los niños saben mucho más de lo que los adultos suponen:
-Acerca del lenguaje. En ocasión de una entrevista conjunta con una madre y Sergio, su hijo de cinco años, empeñada ella en corregirle sus errores gramaticales, sus sentidos inapropiados, el niño buscó en una caja de juguetes, encontró una pieza con un símbolo que reconoció de inmediato y exclamó: “ah, esto pertenece a la serie Lazytown. Es emblemático!”
-Acerca de los secretos de familia. Ivan, de nueve años, padecía unas fobias de tal virulencia que llegó a negarse a ir a clase. Poco a poco iría confiando a su analista que cada acción en el interior de su casa estaba balizada por fobias que tomaban nombres distintos. Las más terroríficas surgían en el pasillo que lleva al dormitorio de sus padres. Demasiado prendado de su mujer el padre, demasiado ardiente ella. El niño era su complemento narcisista, envueltos en un constante abrazo que provocaba las quejas del padre impotente para distraerles de esa mutua captura.
-Acerca del deseo de los padres, aunque más no sea por el hecho de ser su síntoma. Así Elisa, una niña de once años atormentada por terribles obsesiones, -entre las más dolorosas, el pensamiento de que sus padres pudieran morir-, llegaría a confesar que ella quiere mucho más a su madre que a su padre, a quien le ve todas las fallas. Por eso intenta estar más tiempo con él, ponerse a su lado, para que él no lo advierta. Formación reactiva, le llamó Freud.
-En fin, concluye Miller, los niños tampoco se engañan acerca del carácter de semblante de ciertos saberes, del halo de ignorancia que los rodea, y en donde ellos encuentran su apoyo. Rubén, de ocho, pediría hablar en la sesión, de las mentiras del gobierno, de lo poco que se preocupan de las personas que necesitan trabajo. Quería asegurarse de que su opinión importa, de que merece ser escuchado.
De más está decir la lucidez con la que captan entre sus maestros y profesores quiénes se preocupan verdaderamente por los niños, por enseñar, y quiénes se aprovechan de su dominio para violentar a los alumnos.