CLÍNICA DEL ESPECTRO AUTISTA (artículo completo) – Jean-Claude Maleval

A continuación presentamos la versión completa del artículo «Clínica del espectro autista», enviado gentilmente por Jean-Claude Maleval específicamente para la Antena Infancia y Juventud de Bogotá.  el Doctor Maleval es psicoanalista, miembro de la Escuela de la Causa Freudiana y catedrático de Psicopatología de la Universidad de Rennes.  Es autor de los libros Delirios histéricos disociativos y psicosis (1991), La lógica del delirio (1997), La forclusión del Nombre del Padre (2000) y El autista y su voz (2011).

Maleval

La observación de los pasajes del síndrome de Kanner al síndrome de Asperger da a luz en los años ochenta el concepto de espectro del autismo[i].  Lo que ocurrió con Donald Gay Tripplet, cuyo caso clínico es el número uno descrito en el artículo original de Kanner, constituye la mejor demostración y la menos discutible.  Observado alrededor de los años treinta en el  Johns Hopkins Hospital de Baltimore, seguía disfrutando en 2010 de un retiro apacible en el estado del Mississippi. Tras trabajar de cajero en el banco de sus padres, vivía independiente y solitario, manejando todavía su carro y practicando el ocio tal como el golf y los viajes[ii]. Semejantes evoluciones constituyen el núcleo duro del espectro[iii]. Sin embargo, resulta difícil precisar los límites de dicho espectro. En cuanto a las formas más graves, de este lado de la clínica de Kanner, se encuentra un polo incierto, dado que el diagnóstico diferencial con la esquizofrenia infantil es a veces bastante complicado. Por el otro lado, más allá del cuadro clínico de Asperger, se encuentra un polo invisible constituido por autistas que se independizaron y cuyo diagnóstico ocurre a veces muy tardíamente, incluso nunca. Aparentemente, las variadas posiciones que constituyen dicho espectro se podrían referir a diversos tratamientos sobre la perdida de los objetos pulsionales. La construcción de la imagen del cuerpo se revela en su dependencia.

Los autistas a los que los psicoanalistas, tales como Meltzer y Lefort, pasando por Tustin y Bettelheim, dedicaron sus mayores investigaciones son, en su gran mayoría, autistas “prekannerianos”. Son autistas que no alcanzaron el nivel de estructuración de los de Kanner, en su mayoría poco angustiados cuando uno los deja solos con sus objetos.  La localización del goce en un borde, que constituye una defensa característica, resulta o bien ausente o bien solamente esbozada en los autistas “prekannerianos”.

La falta de borde.

 Los documentos  clínicos excepcionales conseguidos por Bettelheim, al estudiar a Laurie y Marcia, y también por los Lefort, por el psicoanálisis de Marie-Françoise, convergen en discernir que los autistas sin “borde protector” « tienen miedo de ser destruidos por el mundo » dice el primero[iv], mientras que los segundos consideran que para ellos « hay que destruir el mundo o el mundo los destruye »[v].  Cualquier entrega de un objeto pulsional agujerea el cuerpo, de tal manera que es omnipresente la amenaza de una verdadera castración.  Así es lo que Tustin consigue del imaginario de un niño autista como la presencia central de un agujero negro.  Ella lo correlaciona con la falta de acercamiento del seno materno, con su pérdida no simbolizada[vi], convergiendo así con el análisis de los Lefort mediante el cual el Otro del autista resulta ser sin falta y, por lo tanto, conlleva un carácter amenazante. Dado que la falta no está simbolizada, se impone al sujeto una castración real.  Los Lefort ponen énfasis en la percepción del cuerpo agujereado que describen los “hablante-seres” (parlêtres) autistas.  La primera niña que me asignaron en el hospital solía empezar invariablemente las sesiones por obstruir de plastilina todos los huecos del cuarto y, luego, su propio ombligo. Este tipo de observación no es tan infrecuente. Los autistas sin “borde”, al tener una relación “transitivista” con los objetos, se encuentran particularmente preocupados por los huecos, los de su cuerpo, pero de igual manera con los de su entorno.  Los huecos de la taza de retrete o del lavamanos les preocupan a menudo. Steve está dibujando un trazo ovalado y comenta  “soy yo”.  Al terapeuta que le señala que este trazo se encuentra hueco, él le responde: “quisiera ser así, sin nariz, ni ojo, ni orejas, ni ano. Así no sale ni entra nada”[vii]. Enfatiza Eric Laurent « una intolerancia a los huecos » en los autistas[viii]. Al cruzarse con ésos, movilizan angustias de pérdida y, por lo tanto, tienden a obstruirlos; mientras que, según Tustin, la entrada en el juego de una pérdida se siente como “un agujero negro lleno de criaturas amenazantes”[ix]. Nos lo confirma Malika cuando, al enfrentarse con un hueco en una silla, se pregunta a si misma preocupada “¿qué tal que salga la muñeca desbaratada si no obstruyes ese hueco[x]?”, de tal manera que se empeña en colmarlo de plastilina mientras comenta «estoy obstruyendo el hueco para que no llegue una muñeca desbaratada adentro”.  Ya había dicho durante una sesión anterior: “perder la caca, es igual que estar desbaratada” y en otra sesión se preguntaba a sí misma: “¿una muñeca desbaratada tiene huecos?”.

Es muy común que se trastornen al descubrir un objeto roto o incompleto. Tanto las pocas palabras que a veces pronuncian los autistas más comprometidos ( “roto, estropeado, arrancado, golpeado”), como las agresiones repentinas, los quebramientos y los lanzamientos de objetos, las puestas en escena violentas (muñecas golpeadas, mordidas, asesinadas, descuartizadas) revelan temores de perjuicios y de destrucciones. Según los Lefort, “cuando lo real no está articulado, el pequeño sujeto está agujereado y el Otro no lo está, lo que puede prefigurar que la castración de la persona permanece irremediablemente en lo real”[xi]. Por no tener inscrita una falta simbólica en el campo del Otro, los autistas sin borde se sienten mutilados o convertidos en desechos. Se revelan estorbados por objetos de goce cuya cesión se vive como una verdadera castración. La retención ilegal de objetos pulsionales es correlativa de la presencia de un Otro amenazante y destructor.  Con frecuencia padecen de mutismo y encoprésis, tienen la mirada muerta, se tapan los oídos.  Ante un Otro amenazante, pueden tender a tener actos violentos y conductas autoagresivas (arañarse, morderse, golpearse la cabeza), hasta la automutilación.  En un mundo tan peligroso, constituye la inercia un método de defensa privilegiado: Marcia se dice a sí misma “una niña fuerte para no hacer nada”[xii]. Al no respetar este trabajo se puede fomentar el desencadenamiento de episodios de violencia. “Al iniciar el menor movimiento para ayudarla, dice, esta niña totalmente encogida en sí misma y hasta entonces inerte, se arrojaba furiosamente hacia adelante, se colgaba de nuestra garganta y procuraba estrangularnos”[xiii].

Los objetos que les llaman la atención para manejar la pérdida en la realidad están convocados por su aspecto concreto y no como representativos. Rompen y arrojan mucho y usan fácilmente oposiciones al tratar de dominar el hueco: vaciando y llenando, abriendo y cerrando, rompiendo y arreglando, etc.

La sintomatología clínica de los autistas sin borde es muy heterogénea: enseña posiciones subjetivas muy distintas. Si uno los abandona a ellos mismos, los hay quienes prefieren la automutilación, otros la inercia, los hay que se ponen hiperactivos, violentos o que tienen tendencia a fugarse, etc.  Todos son solitarios, muestran trastornos del lenguaje y no hacen demandas. Los comportamientos de inmutabilidad se quedan discretos, a veces  ausentes, de tal manera que hace falta uno de los mayores elementos para hacer la diferencia con la esquizofrenia infantil. Solo queda el momento en que aparecen los trastornos: tienen lugar desde el inicio en el autismo, mientras que, en el esquizofrénico ocurren después de un desarrollo aparentemente normal durante los primeros años de vida.  Esta diferencia que uno encuentra en la mayoría de los libros contemporáneos resulta poco discriminativa: existen esquizofrenias insidiosas, mientras que el autismo puede ser diagnosticado muy tardamente. El polo prekanneriano del autismo es heterogéneo, mal conocido y difícil de distinguir de las psicosis infantiles.

La evolución que conduce a la construcción  o a la elección del borde resulta ser el mejor elemento clínico para poder hacer la diferencia. Sin embargo, parece que el autista se dirige hacia los objetos para manejar su perdida, mientras que el esquizofrénico más bien recurre al significante. El recurso a objetos o a comportamientos comodín se diferencia algunas veces de las formas más severas del autismo: Marie-Françoise utiliza a veces igualmente el marino o el biberón para obturar el ojo, Laurie se pega al cuerpo de su educadora, Marcia no cesa de operar un manoseo complejo con sus dedos para aislarse del mundo, etc. Ya Marie-Francoise lleva muy presente el comportamiento muy característico de coger la mano del otro para hacerle realizar un gesto que el propio autista podría realizar. Este comportamiento sirve sobre todo para evitar una solicitud que podría movilizar la falta. Firma entonces, según los Lefort,  “una relación Real con el cuerpo del Otro que fracasa en recortar ahí objetos”[xiv].

Sin embargo, en medio de los autistas  prekannerianos, parece que los hay que no se dirigen hacia la construcción de un borde. Según Tustin, son los más difíciles de curar.  Ella hace una diferencia importante entre los niños “crustáceos”, que se quieren proteger con una “concha”, y los niños “amebas”, que no tienen borde. Asegura que estos últimos son  “pasivos, flojos y reaccionan solamente a través de comportamientos puramente fisiológicos, tal como crisis de temblor, de estornudo, de bostezo, de tos, es decir, en el registro de la expulsión inmediata […] En cambio, los niños « crustáceos » interponen un comportamiento elaborado entre el estímulo y su reacción. Se chupan la lengua, hacen burbujas de baba, brincan, castañetean, tensan los músculos: tantas reacciones dominadas por sensaciones para señorear la consciencia de un choque al cual sucumbieron los niños  flojos”[xv]. Escribe que procuran rodearse de una  “concha”. Divisa precursores de la construcción del borde a través de “sensaciones-formas” creadas por sensaciones corporales suaves tal como el desagüe de la orina afuera del cuerpo, burbujas de baba alrededor de la boca, baba untada sobre objetos exteriores, o también la diarrea y el vómito. Sujetar  un objeto exterior, o apoyarse suavemente contra él, mecerse, revolotear, tanto como movimientos estereotipados de las manos y del cuerpo pueden producir igualmente esto tipo de sensaciones. Las formas creadas de esa manera sobre las superficies corporales son sentidas como no separadas del cuerpo del sujeto […] No compartidas con otras personas, son, como los objetos autísticos, particulares al niño […] Apaciguantes y calmantes, constituyen un especie de tranquilizante engendrado por el cuerpo»[xvi].

La asunción de una pérdida traumática parece constituir un paso necesario para que advenga un borde que sea más que una «boca-agujero»: un verdadero objeto mediador entre el sujeto y el Otro. ¿Cómo llegar a él? Por respeto a las iniciativas del niño, según Bettelheim; en particular en su modo de tratamiento de los objetos de goce, como dejar sus excrementos en el retrete u orinar sobre sí mismo, lo que técnicas de condicionamiento no podrían tolerar. En una perspectiva semejante los Lefort insisten en la capacidad del Otro para hacer surgir una demanda, sabiendo que no lo logran a partir de la necesidad.

El borde deja de ser un boca-agujero salido de una experiencia vivida de mutilación para devenir en un mediador cuando es movilizado para la puesta en obra de un comportamiento de frontera que separa el mundo asegurado[xvii] del autista del mundo peligroso que se extiende más allá.

Bettelheim anota como decisivo en el progreso de Laurie el momento en el que ella comenzó a romper el papel en largas tiras haciendo fronteras. Estas fueron “sus primeras actividades espontáneas deliberadas y sobre todo simbólicas. Eran verdaderamente su invención, su creación a partir de materiales externos a fin de dominar sus tensiones internas”[xviii]. Es de anotar que estas actividades se centran en el tratamiento concreto de una pérdida. Durante horas, a partir de hojas de papel, ella producía largas tiras rasgándolas concéntricamente a partir de un borde, hasta alcanzar el centro. Perfeccionó este procedimiento comenzando por un recorte del centro seguido de su rechazo acompañado de una expresión de disgusto[xix]. Este núcleo de vida “elusivo y siempre frustrante”[xx] es relacionado por Bettelheim con el seno materno, objeto primordial de goce. Este fragmento clínico es ejemplar de la construcción del borde mediador a partir de una elaboración de pérdida de un objeto de goce.

El proceso toma una forma muy diferente en David, el niño que sugirió a Tustin la noción de caparazón autístico. Ella señala que en los estados de inercia que caracterizan al autismo profundo es destacable que los niños no tengan enfermedad somática. Desde luego en la cura de David la aparición de un absceso en el índice de la mano derecha pudo haber constituido un rodeo. Se trata para él de una experiencia terrorífica: él la califica de “monstruo”, de “pus mala” que ha brotado (salpicado) y que él ha nombrado “jugo de muerte”. El fenómeno le evoca una erupción volcánica. Tustin distingue en este “potente psicodrama” un momento dinámico que conduce a David a construir él mismo un monstruo en plastilina con el fin de expulsar la cosa separada al mismo tiempo recubriéndola. “El cuerpo extraño expulsado, anota, parece llevarse un pedazo del sujeto”. Algún tiempo más tarde será con una caja de cartón que David elabore una armadura protectora con la que Tustin debe constatar, a pesar de sus prevenciones, que concierne al objeto autístico, que el hecho de revestirlo constituye un progreso en la cura[xxi]. La evolución del “hablante-ser” (parlêtre) autista parece escandida por momentos de una pérdida dominada. “La inclusión de lo nuevo, anota E. Laurent, debe acompañarse de la extracción de otra cosa. Cuando puede tener lugar, esa extracción se produce a través de un acontecimiento de cuerpo, y que hay que considerar, no como efecto de significación, sino como una extracción de goce– así el sujeto alcanza a ceder algo de la carga de goce que afecta su cuerpo y esto sin que tal cesión de goce le sea demasiado insoportable”[xxii].

¿Existen límites al interior del espectro del autismo? ¿Un autista sin borde puede llegar a ser un autista de alto nivel? El testimonio de Tammet lo deja suponer ya que relata conductas precoces y persistentes de violencias auto-infringidas. “A la edad de dos años, cuenta, yo había escogido una cierta pared de mi salón para golpear mi cabeza de manera repetitiva. Balanceando mi cuerpo hacia adelante y hacia atrás, proyectaba fuertemente mi cabeza según un tiempo preciso y regular. A veces me goleaba tan fuerte que me hacía heridas. Mi padre corría a alejarme de la pared cuando escuchaba el sonido familiar de mi cabeza contra la pared, pero yo volvía hacia ella y comenzaba otra vez. En otras ocasiones me sumergía en violentas cóleras, dándome manotazos en la cabeza una y otra vez, y chillando todo lo que podía”[xxiii]. ¿Cómo comprender tales malos tratos infringidos a sí mismos? Según Laurent por la tentativa de operar una separación con la excitación mortal que invade sus cuerpos. Él nota una hyperkinesis fundamental de estos sujetos que da testimonio de su esfuerzo para eliminar una cosa que los fastidia con el fin de hacer un agujero en la presencia amenazante del Otro. Sin duda tienen acceso a una dimensión en la que nada falta. Para aquellos que no llegan a construir un borde nada puede todavía faltar. “No hay agujero, señala Laurent, de modo que nada puede ser extraído para ser puesto en ese agujero que no existe. Es esto lo que provoca en estos niños crisis de angustia increíbles, por ejemplo cuando están frente a una puerta o cuando van al baño y no pueden separarse de sus heces: en el registro de lo real no hay agujero, salvo el que trata de crear una automutilación”[xxiv].

 

El borde aislante

Para los autistas kannerianos, la intolerancia al agujero se hace más discreta, a veces inclusive desaparece. La presencia del objeto se afirma: se muestra menos pegado al cuerpo. Su función de boca-agujero se hace imprecisa. Se convierte en captador del goce pulsional, permite dominarlo y protege del deseo del Otro. A Kanner lo sorprendió la diferencia de tratamiento operado entre los objetos y las personas en los autistas que él observó. Al entrar en su oficina, los niños iban inmediatamente hacia los cubos, los juguetes o a los otros objetos aparentando no prestar ninguna atención a las personas. A condición de no interferir su relación con los objetos, el niño podía jugar alegremente con ellos durante horas. Actualmente son muchos los que no se despegan de la televisión   donde miran repetidamente la misma película o solo se interesan en video juegos, otros manipulan bolas (canicas) interminablemente, trituran arena o clasifican objetos.

Estos últimos ya no se utilizan en actividades de autoestimulación; su manejo es apaciguante y tranquilizante. Un distanciamiento con ellos se ha operado, el sujeto ya no busca incorporarlos.

Además de las satisfacciones obtenidas por su compañía, la fascinación que ellos suscitan sirve de truco para la adquisición de conocimientos. “Yo me apasionaba por las clasificaciones y colecciones de todas clases, testimonia Williams. Reportaba en la casa las obras especializadas que encontraba en la biblioteca que trataban de las diferentes especies de gatos, de aves, de flores, de casas, de trabajos artísticos, de hecho todo lo que podía hacer parte de conjuntos más bastos y encontrar su lugar en una jerarquía clasificatoria […] Mi pasión por las clasificaciones no se detenía en las enciclopedias. Cuando leía el directorio, contaba cuidadosamente el número de Brown, incluso el número de variaciones alrededor de un nombre particular al menos para establecer la cuenta exacta de nombres raros… Exploraba a mi manera los conceptos de uniformidad, de conservación y de coherencia”[xxv].

El manejo de objetos aislantes se articula con frecuencia con conductas de inmutabilidad. “Adoraba copiar, fabricar y poner en orden todo y no importa qué, cuenta Williams. Tenía una predilección por la serie de volúmenes de nuestra enciclopedia. Siempre verificaba si las letras y las cifras que estaban en el lomo estaban en el orden correcto y lo rectificaba si había necesidad. Era mi manera crear orden a partir del caos[xxvi] […] Buscaba simplemente un mundo de coherencias bien provisto en referencias fijas. El cambio perpetuo que había que enfrentar por todas partes no me daba nunca el tiempo de prepararme. Es por esto que experimentaba tanto placer por volver a hacer siempre las mismas cosas”[xxvii] .

El borde no está necesariamente constituido por objetos: un pariente, un hermano, una hermana, pueden tener ahí lugar, pero a condición de que sean personas previsibles y, por lo tanto, controlables. “Para mí, dice Williams, las personas que me gustaban eran objetos, y esos objetos (o las cosas que los evocaban) eran para mi protección contra las cosas que no me gustaban, es decir, las otras personas”. ¿Por qué una necesidad semejante de protección? En razón, testimonia ella, “de un miedo irrefrenable de su [mi] propia vulnerabilidad”[xxviii].

El borde comienza a construirse a partir de tres elementos más o menos interdependientes que lo constituyen: la imagen del doble, el islote de competencia y el objeto autístico. Un investimiento notable de objetos caracteriza a todos los autistas de Kanner, pero muchos testimonian del aumento de una aptitud para adquirir conocimientos sobresalientes gracias a una memoria excepcional (nombres y clasificaciones de animales, canciones, plegarias, números).

El borde aislante tempera la relación con el Otro. Las violencias y las automutilaciones se vuelven raras, salvo precisamente si se busca darles alcance o si se intenta impedir los comportamientos de inmutabilidad asociados. El borde es una protección eficaz contra el deseo del Otro, pero al precio de cortar al sujeto de las relaciones sociales. Su establecimiento da testimonio de la asunción de una pérdida en la economía subjetiva: el autista sitúa el goce pulsional en un objeto fuera del cuerpo que lo capta. Esa pérdida ya no se asocia con una experiencia vivida de mutilación cuando el sujeto guarda el dominio del borde. A partir de este las adquisiciones sociales y escolares pueden empezar a desarrollarse, mientras que el cuerpo se estructura.

El borde dinámico

El borde aislante es encontrado por el sujeto en su entorno; el borde dinámico es más complejo: implica una participación del sujeto en su construcción. Si queremos seguir paso a paso la relación del recorrido de Joey a la Escuela Ortogénica de Chicago, constatamos que encuentra soluciones cada vez más eficaces para temperar su angustia y construir su mundo, y que estas se apoyan en una sucesión de objetos cuyas características se modifican. Luego de haber estado cautivado desde muy temprano por los ventiladores, se presenta en Betthelheim como un “niño-máquina”, luego se apega a Ken, que él nombra Kenrad, haciendo referencia a una potente lámpara que le da energía. La aprehensión que Joey se hace de él se humaniza entonces progresivamente, de lo que dan testimonio sus representaciones de sí mismo sobre dibujos, en “papoose”[xxix], primero eléctricos, luego cada vez más humanos. Viene en seguida un nuevo objeto complejo, encarnado en otro niño de la escuela, Michel, el más normal de ellos, según Bettelheim. Mitchell ya no es una lámpara, Joey crea para este niño y para sí mismo una familia, la familia “Carr”. Más tarde aparece un compañero imaginario llamado Valvus, un niño a la imagen de Joey. La construcción de este hace desaparecer poco a poco las máquinas, mientras que Kenrad y Mitchell son olvidados. La elección de cada nuevo objeto implica la asunción de una pérdida progresiva de los precedentes permitiendo tomar en cuenta el trauma de forma muy temperada.

Más tarde, después de haber terminado sus estudios secundarios en un Liceo Técnico, especializándose en electrónica, Joey regresa a la Escuela Ortogénica con una máquina eléctrica que había construido, un convertidor cuya función era la de cambiar la corriente alterna por corriente continua, es decir una máquina capaz de regular la energía eléctrica, lo que él precisamente imaginaba que necesitaba cuando llegó a esta Escuela.

La máquina eléctrica de Joey y sus construcciones posteriores, los compañeros imaginarios de Williams, la máquina de abrazar de Grandin son ejemplos de un borde dinámico; pero su forma más frecuente reside en el desarrollo de un interés específico. La prevalencia de este es la que caracteriza a los autistas sabios y a los autistas de Asperger: no faltaría entre estos últimos más que en un 5% a 15% de los casos[xxx].

El interés específico se origina frecuentemente en un trabajo para luchar contra un objeto de angustia buscando dominarlo a través del conocimiento. “Muchos pacientes, anota Attwood, me han comentado como alguna cosa de la que se tiene miedo podía adquirir un interés especial. El miedo del ruido de la descarga de la cisterna puede evolucionar hacia una fascinación por la plomería; una fuerte sensibilidad auditiva al ruido de la aspiradora puede terminar en una fascinación por los diferentes tipos de aspiradoras, su funcionamiento y su utilidad. Conozco muchas niñas Asperger, continúa, que tenían mucho miedo a los truenos y que desarrollaron un interés especial por las estaciones meteorológicas a fin de predecir las tormentas inminentes. Liliana, una adulta Asperger, describió cómo, en su infancia, le temía a las arañas, pero que había decidido superar su miedo leyendo todos los libros que podía encontrar sobre estas hasta el punto de buscar arañas para estudiarlas. Matthias explicó en un e-mail que “cuando estoy lleno de miedo o me siento perturbado tengo tendencia a hablar de los sistemas de seguridad, uno de mis principales intereses”[xxxi]. La máquina de Joey debía regular esencialmente la cesión del objeto anal, la máquina de abrazar de Grandin buscó volver la muerte más soportable, el interés de Ouellette por la música le permitió soportar las violencias padecidas en la escuela[xxxii], Williams nota que la energía sin límite de sus compañeros imaginarios encuentra su fuente en “la angustia y el pánico”[xxxiii], etc. En fin, el borde dinámico parece provenir con mayor frecuencia de un trabajo para componer con un objeto traumático. No descompleta al Otro: trata la pérdida a través de lo imaginario. Encuentra su origen bien sea en un velo puesto sobre el objeto traumático, bien sea en un control de este a través del conocimiento o incluso en una combinación de las dos aproximaciones.

El borde dinámico es frecuentemente simultáneo al desarrollo de juegos de escondite, juego de presencia-ausencia o de conexión-desconexión. La captación de un objeto traumático confiere al borde una notable aptitud para dinamizar al sujeto, pero a condición de que este se conecte voluntariamente a él. Sabemos que cuando Joey se conectaba imaginariamente a su máquina se animaba; mientras que cuando se desconectaba perdía la vitalidad. Grandin debe usar su máquina de abrazar para regular su energía vital, para Williams uno de los compañeros imaginarios es “una encantación exterior” forjada a partir de un encuadre del objeto mirada. “Este Willie, escribe ella, no era más que un par de ojos verdes brillando en la obscuridad, ¡pero qué ojos! Me daban un poco de miedo estos ojos, pero yo me había dicho que al mismo tiempo yo les inspiraba el mismo temor[xxxiv]. Gracias a Willie el objeto traumático es velado, pero también dominado, ya que Donna puede perderlo y recuperarlo a voluntad. Si ella se conecta a él, una animación pulsional se opera. Willie estaba siempre encolerizado, tenía ideas fuertes, razonaba, analizaba y quería aplastar a su interlocutor bajo el peso de sus argumentos. Era “una criatura de mirada resplandeciente de odio, con la boca apretada, con los puños cerrados, enarbolando una postura de rigidez cadavérica. Willie golpeaba con el pie y escupía a la mínima contrariedad”. Entonces la encarnación de este doble le permitió seguir bien estudios universitarios.

El borde dinámico se asocia frecuentemente a conductas de conexión-desconexión voluntarias que dan cuenta de una aptitud para una negativización temporal del objeto. Parece que los autistas que se vuelven independientes son capaces de una elaboración más acentuada aún de la imaginarización de la pérdida del objeto de goce.

El borramiento del borde

 Algunos ponen incluso en escena su pérdida real. Williams entonces sufrió durante mucho tiempo por la presencia de sus compañeros imaginarios que le permitían ciertamente una adaptación social, pero que le hacían persistir una cierta vivencia de “mutilación psíquica” cuando ella se conectaba con ellos. Es por esto que ella entendió que su evolución debía pasar por la desaparición de la “parte de ella misma” que ellos representaban. En la adolescencia, ella trató de separarse de Willie. Decidía matar a Willie, escribe ella, este otro yo-mismo siempre en cólera. “Me habían dado, cuenta, una muñeca que simulaba un niño pequeño vestido con jeans y una camisa. Lo enrollé en un pedazo de tela roja escocesa, un tejido que mi abuela quería mucho. Coloree sus ojos con lápiz de color, con el fin de darle una mirada luminosa de un verde irisado y fosforescente”. Notemos esta indicación que confirma el encuadre del goce escópico operado por Willie. “Me procuré, continua ella, una cajita de cartón que pinté de negro. Esperé que no hubiera nadie en la casa,  luego fui hacia el estanque de peces donde sumergí mi personificación simbólica de Willie en su negro sarcófago, borrando minuciosamente toda huella de los funerales”[xxxv]. Ese asesinato imaginario no llega a sus fines. Faltaron aún largos años antes de que su desaparición fuera asumida, pero revela una orientación de la auto-terapia puesta en marcha por algunos autistas de alto nivel.

Dibs lo confirma cuando termina su psicoterapia con una captura y un distanciamiento del objeto voz. “Escúchame bien, grabadora, dice él. Vas a atrapar  y a guardar mi voz…Voy a hacer una larga grabación y la guardaremos para siempre y para siempre. Será solamente para nosotros dos”[xxxvi]. En resumidas cuentas, insiste sobre el hecho de que su psicoterapeuta debe conservar la grabación: guarde esta cinta, le dice, “póngala en la caja, y ordénela y guárdela solamente para nosotros dos”[xxxvii].  Esta imaginarización de la pérdida se acompaña de una puesta en juego de la dimensión de la falta en su relación con el Otro. Sabe que las vacaciones de verano van a interrumpir su psicoterapia que llega a su fin. “Usted va a hacerme falta, dice a su terapeuta. Va a hacerme falta no venir más”. Agrega: “¿yo voy a hacerle falta?”[xxxviii] Alguna cosa puede ahora hacerle falta al sujeto como al Otro, y sin embrago no está perdido, sino captado por un contenedor que permanece accesible. El borde dinámico es un objeto cuya pérdida permanece controlada. Dos años y medio después de la terminación de la cura, cuando su terapeuta vuelve a encontrarse con Dibs, ella constata que él desarrolla un islote de competencia en el campo de la botánica, derivado del árbol que fue uno de sus objetos autísticos.

Grandin parece escenificar un tratamiento de su propia pérdida cuando ella se desliza en su máquina de abrazar que, según ella, encuentra su origen en “una especie de caja que parece un sarcófago”[xxxix], sin embargo ella precisa que lo más importante era que ella “continúa manteniendo el control”[xl] cuando se servía de él. Grandin conserva, sin embargo, durante muchos años en su habitación un objeto que le servía para regular su goce a través de una conducta voluntaria. No es sino tardíamente, en 2010, que ella menciona que su máquina  se quebró y no la reparó. “Ahora, dice ella, es con las personas con quienes hago gestos cariñosos”[xli].

Una modificación de la posición subjetiva del autista pasando por una pérdida mayor puede tomar formas más concretas. La decisión de Tammet de dejar a sus padres para ir a enseñar un año en el extranjero constituyó, de acuerdo con propio testimonio un giro decisivo de su existencia. Mucho después del intento de asesinato de Willie, Williams testimonia que soltar el manuscrito de su primer libro para su publicación revelando así lo íntimo de su mundo interior no carecía de angustia, pero fue también un avance.

Los pocos autistas que acceden al encuentro de los compañeros sexuales parecen haber llegado a un borramiento de lo concreto del borde. No guardan más una máquina de abrazar en su habitación, pero pueden conservar discretamente en su bolsillo un objeto que los ayuda a funcionar. “Por mi parte, testimonia Nazeer, difícilmente salgo sin una pinza de ropa en mi bolsillo, a pesar de que desde hace poco el teléfono celular hace oficio de sustituto”. Este objeto sirve para la regulación de la atención de su comportamiento. “Juego con la pinza, precisa él, para tener un objeto sobre el cual concentrarme mientras intento hacer algo más difícil”[xlii].

El borde dinámico no desaparece, se borra. Un objeto mediador perfectamente dominado subsiste entre el autista y el Otro, permite mantener un cierto aislamiento, pero también anudar algunos lazos sociales por su mediación. En el mejor de los casos, lo que queda del borde después de su borradura es el interés específico. Un imaginario de “caparazón” puede seguir estando unido a él: “Me sentía feliz, puede confiar Tammet, rodeado por los números como envuelto en una agradable cobertor numérico”[xliii]. Una de las características del interés específico es la acumulación de conocimientos y de experticias, se sabe que su utilización socialmente constructiva puede originar una carrera profesional o universitaria.

Sin embargo, el borde dinámico permanece frecuentemente localizado en un modelo o en una persona cercana. La elaboración de un cese de goce a partir de una pérdida de elementos del borde abre a veces a la posibilidad de encuentros de compañeros sexuales. Estos pueden aún prestarse a un tratamiento imaginario de la pérdida. La mayoría de los autistas que está en pareja viven con otro autista, o bien con un compañero homosexual. Buscan un compañero que sea un doble con el fin de borrar la diferencia y la pérdida que ella implica. Pocos son aquellos que logran conocer el goce sexual. Williams constata que a ella no le fue posible más que con ocasión de sus primeros encuentros sentimentales con compañeros no autistas: primero con Mike, luego con una mujer, Shelly, y con su segundo marido, Chris[xliv]. Sin duda un eco en su cuerpo de un tratamiento de la castración más elaborado.

La borradura del borde genera lo que algunos han podido nombrar el polo invisible del autismo, que se extiende en el más allá de la clínica de Asperger. Se encuentran allí sujetos que a veces no han descubierto sino tardíamente el nombre de su diferencia: Gunilla Gerland es una joven adulta cuando identifica su autismo en un libro[xlv], Ouellette tiene 47 años cuando se establece el diagnóstico luego de una consulta por ansiedad e insomnios[xlvi]. Es fuertemente probable que un cierto número de autistas no hayan sido nunca diagnosticados como tal.

“¿Se puede sufrir de autismo, se pregunta un especialista, sin que este trastorno funcional haya sido descubierto en la infancia y la adolescencia? ¿Existen formas lo suficientemente débiles para que uno no logre diagnosticarlas a tiempo? ¿Las formas atenuadas del autismo son graves al punto de conllevar grandes discapacidades? ¿La discapacidad es tal que los trastornos funcionales pasarán por indisciplina, desorden, replegamiento en sí mismo, malignidad o incluso maldad? La respuesta a estas preguntas, afirma C. Gilbert, es “sí” sin reserva”[xlvii]. Él apoya su conclusión en el testimonio de Gerland. El de Oullettte muestra que existen autistas menos discapacitados por su modo de funcionamiento; son maltratados por sus compañeros de clase que se burlan de su diferencia.

El polo invisible del autismo deviene tan incierto como aquel de los prekannerianos si nos atenemos a los criterios de la psiquiatría moderna para cernirlo. Así según Legdin y Grandin[xlviii], apegados al acercamiento del DSM-IV, muchas celebridades deberían ahora ser consideradas como autistas tales como por ejemplo T. Jefferson, A. Einstein, C. Darwin, O. Wells, Marie Curie, G. Mendel, B. Bartok, C. Sagan, G. Gould, W. A Mozart, B. Gates, etc. Si nos contentamos con el discernimiento de unos rasgos que denotan dificultades relacionales y con la presencia de “fijaciones o de concentración sospechosa”, incluso de “rutinas irracionales” o apego prologado a objetos; incluso notando que muchos de ellos tenían un carácter “infantil”, una apariencia descuidada, una memoria sorprendente, entonces con toda seguridad una gran parte de la humanidad podría presentar autismo de Asperger. Sin embargo, ateniéndonos únicamente a los cuatro síntomas mayores, soledad, inmutabilidad, trastornos del lenguaje y precocidad de la patología, el diagnóstico no es convincente para ninguno de los personajes citados más arriba. Así Ledgin evoque a veces las dos últimas características, no son consideradas por él como necesarias para el diagnóstico. De hecho su trabajo resalta una dificultad muy poco estudiada aún: la del diagnóstico diferencial entre psicosis ordinaria y síndrome de Asperger. La cuestión es de importancia ya que las incidencias son mayores sobre la conducción de la cura. Ciertamente, no es común que autistas se comprometan en una cura psicoanalítica. Cuando lo hacen por ellos mismos, se trata casi siempre de autistas Asperger o post-Asperger. Si el analista se deja guiar por el sujeto, sin buscar precederlo, es necesariamente conducido por aquel a introducir el borde en la cura, especialmente por la inserción de objetos y de intereses específicos. Sería conveniente que él sepa cómo componer con ellos, no interpretándolos, sino animando su separación y su desarrollo hasta su borradura.

El trabajo de Ledgin tiene a una idealización del autismo que encuentra hoy en día un eco favorable. Algunos no dudan incluso en considerar que el aumento de los autistas sería una esperanza para especie humana. Según Mottron, esta “modificación espontánea del genoma humano” produciría ventajas adaptativas a los tiempos actuales. Se manifestaría “en una comprensión intuitiva de los aparatos y programas de computador, en el aprendizaje acelerado del código escrito, lo mismo que en la ausencia de mecanismos de contagio emocional que contribuyen entre otras a la manera cruel con las que los no autistas se tratan entre ellos”[xlix]. No estamos lejos de considerar que el autismo sería una mutación genética ligada a la selección natural, de tal suerte que el autista sería un producto del mundo moderno en vía de una mejor adaptación a él. De hecho, el reciente acenso al cenit social del autismo se ancla en las afinidades del funcionamiento de estos sujetos con los ideales del discurso de la ciencia. Los autistas de alto nivel se presentan como comunicantes no ambiguos, que dicen siempre la verdad, y como seres programables, enteramente racionales, que aprenden todo a través del intelecto de suerte que son muchos los que convocan la metáfora del computador para aprehenderse. Anunciaría para algunos el advenimiento de un ser de ciencia liberado de los mecanismos de contagio emocional”.

El modo de funcionamiento de los autistas de alto nivel logra más que cualquier otro un dominio del objeto. En esto su discurso limita (roza) con los ideales de la ciencia que en su abordaje de lo humano quisiera forcluir la castración. La sola toma en consideración de su de su modo especifico de goce parece permitir orientarse en la diversidad clínica del espectro del autismo.

“El hombre piensa con su objeto”[l] subrayaba Lacan, comentando el Fort-Da freudiano, el autista tiene de ella una intuición confusa, adivina incluso que de este objeto habría que auto-mutilarse para animar su ser y regular su goce. Logra a veces imitar este corte, pero este permanece controlado y, entonces, siempre retenido. Los desplazamientos del objeto autístico y las elecciones de diferentes dobles ponen en juego una falta inmediatamente borrada por el establecimiento del nuevo objeto o del nuevo doble. La fuente traumática del interés privilegiado se encuentra borrada por la actitud del autista para convertirse en un especialista de ello. Sin embargo, no excluye la posibilidad de aprender aún más de modo que esta competencia implica la inherencia persistente de una pérdida. De allí los recursos que es posible a veces extraer para un ejercicio profesional. “La invención es el único “remedio” del sujeto autista, subraya E. Laurent, y ella debe, cada vez, incluir el resto, es decir lo que permanece en el límite de su relación con el Otro: sus objeto autísticos, sus estereotipias, sus dobles”[li].

La clínica del espectro autista, tal y como yo acabo de esbozarla, se desplegaría, lo entiendo así, en el desconocimiento de la clínica del síntoma y de la última enseñanza de Lacan. Algunos interpretan esta enseñanza como la que lleva a hacer totalmente el impasse sobre las estructuras para no retener más que la singularidad del goce de cada uno. Viejo debate que incitaría curiosamente a rebatir la última enseñanza de Lacan sobre posiciones anti- diagnósticas radicales anteriormente defendidas por Mannoni y Winnicott más que por Lacan.

En mi parecer su última enseñanza no incita a hacer el impasse bajo una aproximación estructural. ¿Por qué? Porque el síntoma psicótico está desabonado del inconsciente, mientras que el sinthome  del neurótico está abonado al inconsciente, y el del perverso está centrado en un fetiche. Las diferencias estructurales se encuentran incluso a nivel de la especificidad del síntoma. La forclusión generalizada no es de ninguna manera una versión lacaniana de la tesis kleiniana del nudo psicótico propio de todo sujeto. El delirio generalizado reposa en la ausencia de garantía de todo discurso; es precisamente lo que el delirio psicótico quiere borrar. No se vuelve loco quien quiere, subraya Lacan. El imposible inherente a la causa, el vacío de la referencia, la ausencia de un metalenguaje fundan la posibilidad del “delirio” creador de cada uno: “no solamente hay creación, afirma Lacan, cada vez que avanzamos una palabra, hacemos surgir del vacío ex nihilo de una cosa”. Por el contrario, el psicótico se esfuerza por saturar la incompletud del Otro con la ayuda de una construcción delirante con relación a la cual el sujeto deja de estar en fading. Delirio psicótico no es “delirio” común. En fin, las clasificaciones estructurales, no hay que olvidarlo, son de un orden bien diferente al de las clasificaciones psiquiátricas, porque ellas tienen consecuencias en la orientación de la cura.

Volvamos a la cuestión del autismo. ¿El borde es un síntoma? Nada indica que se ancle en el Uno del goce que marca el cuerpo. El borde parte de sensaciones corporales de las que se deprende progresivamente para darle forma a un objeto pulsional en una construcción imaginaria u objetal. En ciertas elaboraciones el encuadre del objeto pulsional se opera por una imagen del doble.  La mayoría de los psicoanalistas están de acuerdo en considerar que en el autismo el circuito pulsional no funciona, la construcción del borde no restaura este circuito, de manera que no se produce la resonancia del decir en el cuerpo.

El síntoma se escribe en lalangue; mientras que el borde autístico no se origina en aquel. Sin embargo, ciertamente, el autista hace uso de una lalangue, pero ella ya no está conectada a su borde. Está muy frecuentemente movilizada en una lengua verbosa, que puede a veces tomar el aire en una “lengua de poeta”[lii] o de “una bordadora de brumas”[liii] . Permanece encerrada en soliloquios principalmente producidos con fines de satisfacción privada; en raros casos ella se eleva al nivel de comunicaciones alusivas.  Una de las formas más elaboradas de ellos es el Mânti de D. Tammet, creación de una lengua neológica, que pareciera permitirle expresar sus experiencias particulares, pero que no deja de ser una lengua privada no apta para servir a la comunicación[liv]. El Mânti ni funda ni se agrega al borde; contrariamente a la memorización de lenguas extranjera que sirven a Tammet en su trabajo. Lo esencial de las adquisiciones sociales de estos sujetos, como lo había subrayado Asperger, pasan por el intelecto. El borde se complejiza apoyándose en una lengua de signos. Ahora bien, lo que caracteriza el signo es que representa alguna cosa para alguien, mientras que el significante representa al sujeto y su goce ante otro significante. El borde no se desarrolla sin el lenguaje, pero lo hace esencialmente en la ausencia de recurso al significante. Las soluciones autísticas mas elaboradas parecen construirse a partir un desarrollo del islote de competencia inherente al borde. Dan origen a la construcción de un “competencia” definida como una combinatoria de signos controlados propia para captar el goce. Los autistas-sabios (prodigiosos, calculadores, músicos, dibujantes, etc.) se caracterizan por la construcción de una competencia pobre: esta no hace lazo social pero moviliza los intereses y las capacidades del sujeto mientras que apacigua sus comportamientos. Algunos construyen competencias conformadas de mundos imaginarios cuyos datos están determinados con precisión a fin de satisfacer su voluntad de control. Así Gilles Prehin creó una ciudad imaginaria. Publicó 300 dibujos representándola, acompañados de datos históricos, geográficos, culturales y económicos plausibles relativos a “Urville”[lv]. Los autistas de alto nivel logran elaborar una competencia más terminada, que hace lazo social, construida apoyándose en sus excepcionales capacidades de memorización de los signos. Se convierten entonces en especialistas reconocidos en un campo del saber: informáticos, matemáticos, astrónomos, etc. Se ha constatado frecuentemente que los autistas de alto nivel ejercen una profesión derivada de dichas “obsesiones” de su infancia. La máquina de contención de Grandin, construida sobre su borde, la condujo a convertirse en una estudiante universitaria especialista en trampas para ganado utilizadas en los mataderos para dar muerte a los bovinos.

Constituida de signos y no de significantes, la competencia no está solamente “desabonada del inconsciente”, como lo es el síntoma, ella no posee ni siquiera la posibilidad de que se efectúe el abonamiento. La competencia no se interpreta: se asimila a través del intelecto. A diferencia del delirio o del síntoma, se funda en la adquisición de un saber que ya está ahí.

Si el borde no es un síntoma, no se presta a la interpretación, de suerte que tocamos ahí una de las razones por la cuales los psicoanalistas se ven frecuentemente incómodos con los autistas. Para apropiar el descubrimiento freudiano a la especificidad de la estructura autística, fue necesaria la invención de la “práctica entre varios”.

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[i] Dovan J. Zucker C. Autism’s First Child. Atlantic Magazine. October 2010. http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/10/autism-8217-s-first-child/8227/
[ii] Dovan J. Zucker C. Autism’s First Child. Atlantic Magazine. October 2010. http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/10/autism-8217-s-first-child/8227/
[iii]  En la literatura psiquiátrica internacional, el espectro del autismo se ha desatado de la clínica, volviéndose así un trastero heterogéneo. Según la CIM-10, abarca ocho categorías: autismo infantil, autismo atípico, síndrome de Rett, otro trastorno  desintegrativo de la infancia, hiperactividad con atraso mental y movimientos estereotipados, síndrome de Asperger, otros trastornos generalizados del desarrollo, y trastorno generalizado del desarrollo sin precisiones.
[iv] Bettelheim B. La forteresse vide. [1967] Gallimard. Paris. 1969, p. 264.[Hay trad. Cast.: La fortaleza vacía. Autismo infantil y el naciemiento del yo. Paidós. Buenos Aires. 2012]
[v] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre. Seuil. Paris. 1980, p. 273. [Hay trad.Cast.: Lefort, R. y Lefort, R. (1983) Nacimiento del Otro, Paidós: Barcelona]
[vi] Tustin F. Le trou noir de la psyché [1986]. Seuil. Paris. 1989, p. 30.
[vii] Lemay M. L’autisme aujourd’hui. O. Jacob. Paris. 2004, p. 166.
[viii] Laurent E. La bataille de l’autisme. Navarin/ Le champ freudien. 2012, p. 68. .[Hay trad. Cast.: La batalla del autismo. De la clínica a la política. Grama ed. Buenos Aires. 2013.]
[ix] Tustin F. Autisme et protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p. 238.
[x] Usaba aqui el « tu » en lugar del «yo » tal como lo solía hacer.
[xi] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre, o.c., p. 411.
[xii] Bettelheim B. La forteresse vide, o.c., p. 285.
[xiii] Ibid., p. 277.
[xiv] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre, o.c., p. 330.
[xv] Tustin F. Autisme et protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p. 174.
[xvi] Tustine F. Autisme e protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p.127
[xvii] En francés securizé , que puede ser tomado como sentimiento de seguridad, dispositivo de protección. (N. del T.)
[xviii] Bettelheim B. La fortalesse vide, o.c…p.188
[xix] “En el último estadio de esta evolución, nota Bettelheim, ella desgarraba el centro de la hoja de papel desde el comienzo, lo lanzaba, siempre con una expresión de disgusto, y solamente entonces rasgaba la hoja concéntricamente dirigiéndose hacia el centro ahora vacío. Era impresionante constatar la habilidad con la cual ella quitaba, aparentemente sin esfuerzo, el centro exacto de la hoja de papel y con la cual llegaba siempre exactamente a este lugar cuando había terminado de rasgar” (Bettelheim. La fortalesse vide, o.c…p.187).
[xx] Bettelheim B. La fortalesse vide, o.c…p.190
[xxi] Tustine F. Autisme e protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p.
[xxii] Laurent E. La bataille de l’autisme, o. c., p. 71.
[xxiii] Tammet D. Je suis ne un jour bleu. Les Arene. Paris. 2007, p. 28. [Hay trad. Cast.: Nacido en un día azul. Editorial Sirio. España. 2006.]
[xxiv] Laurent E. Laurent E. La batalla del autismo, o.c. p. 67
[xxv] Williams D. Si on me touche, je n’existe plus. Robert Laffont. 1992, pp. 76-77
[xxvi] Williams Ibid., p. 76.
[xxvii] Williams Ibid, p. 78.
[xxviii] Williams Ibid., p. 23
[xxix] “papoose” es un término utilizado por ciertos indígenas de América del Norte para designar al bebé.
[xxx] Attwood T. Le syndrome d’Asperger. De Boeck. Bruxelles. 2009, p. 201.
[xxxi] Attwood T. Ibid., p. 212.
[xxxii] “Paralelamente a la violencia, escribe él, yo había descubierto nuevos horizontes musicales, y la música se había convertido en un jardín secreto que ciertamente me ayudó a sobrevivir”. [Ouellette A. Musique autiste. Triptyque. Montréal. 2011, p. 93.
[xxxiii] Williams D. Si on me touche, je n’existe plus, o.c., 239
[xxxiv] Williams Ibid., p. 29
[xxxv] Ibid., p. 113
[xxxvi] Axline V. Dibs. Développement de la personnalité grâce à la thérapie par le jeu. [1964] Flammarion. 1967, p. 197.
[xxxvii] Ibid., p.199
[xxxviii] Ibid., p. 210
[xxxix] Grandin T. Ma vie d’autiste. [1986] O. Jacob. Paris. 1994, p. 51.
[xl] Ibid., p. 108
[xli] Citado por Laurent E., en La bataille de l’autisme, o.c., p. 73.
[xlii] Nazeer K. Laissez entrer les idiots. Oh ! Editions. 2006, p. 43.
[xliii] Tammet D. Je suis né un jour bleu, o.c., p. 35.
[xliv] Williams D. Everyday heaven. Jessica Kingsley. London. New York. 2004
[xlv] Gerland G. Une personne á part entire. [1996]. Autisme France. Mougins. 2004, p.222
[xlvi] Ouellette A. Musique autiste. Triptyque. Québec. 2011, p. 28.
[xlvii] Gilberg C. Préface à Gerland G. Une personne à part entière, o.c., p. 9.
[xlviii] Ledgin N. (Préface de T. Grandin). Ces autistes qui changent le monde. [2002]. Salvator. Paris. 2008.
[xlix] Mottron L. L’autisme : une autre intelligence. Mardaga. 2004, p. 206.
[l] Lacan J Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse. Livre XI. Seuil. Paris. 1973, p. 60.
[li] Laurent E. La bataille de l’autisme, o.c., p. 65.
[lii] Williams D. Si on me touche, je n’existe plus, o.c., p. 298.
[liii] Damaggio N. Une épée dans la brume. Ed. Anne Carrière. Paris. 2011, p. 279
[liv] Tammet D. Je suis né un jour bleu, o.c., p. 180.

[lv] Tréhin G. Urville. Carnot. Chatou. 2004.

 

II Congreso Internacional de Educación inclusiva

 

congreso

 

Marzo 11, 12 y 13

“La diversidad debe ser garante de la construcción de ambientes de aprendizaje significativos y de formación”

Los colegios distrital República Bolivariana de Venezuela, y Nuevo Gimnasio como institución educativa privada, han establecido una alianza temporal para la realización de este Congreso que tendrá lugar los días 11, 12 y 13 de marzo, en el auditorio del Nuevo Gimnasio.

El objetivo primordial de este encuentro es crear una red de instituciones dedicadas a la educación inclusiva para lograr la materialización del derecho a educarse desde la accesibilidad, la asequibilidad, la aceptabilidad, y la adaptabilidad, sin dejar de lado el espacio para responder a las inquietudes que se generan alrededor de los temas de inclusión y diversidad.

Se contará con la participación de conferencistas nacionales, como Lilian Caicedo, investigadora del IDEP, licenciada en Educación especial y magister en educación con énfasis en evaluación escolar y desarrollo educativo regional (Miembro de La Antena Infancia y Juventud de Bogotá); Rafael Pabón, filósofo de la Universidad de Los Andes, investigador y consultor con experiencia en formación e innovación en educación básica y media; la psicóloga Lilia Benítez Pinto; y el consultor en tecnologías, Pablo Arrieta.

Por otros países, el licenciado en Psicología, Luis Simarro (España); Alejando Piscitelly, (Argentina), filósofo y experto en nuevos medios; Gordon L. Porter (Canadá), docente y líder en temáticas de educación inclusiva; y Lucía Haggart (Canadá), coordinadora de desarrollo de recursos de inclusión.

Obtenga información detallada acerca del II Congreso Internacional de Educación Inclusiva en http://congresoinclusion.wix.com/escuela

 

 

 

Atención Integral en salud de las personas con trastornos del espectro autista-TEA

Palermo 002_acuarelaLa Línea de investigación en  Autismos y psicosis infantiles y juveniles de La Antena hará presencia regular en las mesas de trabajo a que ha convocado el Ministerio de Salud y Protección Social relativas a la atención integral de las personas con trastornos del espectro autista. El psicoanálisis de orientación lacaniana estará presente en los debates con el ánimo crucial de preservar la libre elección de las personas con autismo y sus familias, para decidir el tratamiento que más convenga a su singularísima realidad. El psicoanálisis no puede adherirse a los tratamientos que plantean un modo universal de acción, ni a los protocolos e indicadores de eficacia que ellos implican, no los objeta a priori, incluso los respeta como elección posible para algunos, para varios. Eso sí, reivindicamos el hecho y el derecho de que se prevea como un tratamiento con principios y ética conforme al padecimiento de quienes habitan el mundo al precio de aislarse de él. La clínica del autismo que el psicoanálisis practica agujerea la idea de que hay una única solución, un único camino a seguir ya configurado y establecido. Esta clínica que particulariza a cada sujeto no se concibe como una práctica uniforme o «tipo», se toma el tiempo para entender los impases que cada sujeto autista se puede plantear en la compleja articulación con el mundo. Se toma el tiempo para entender el modo que toma su angustia frente a la sola aparición de Otro. Se toma el tiempo para entender los modos en que el sujeto se ha defendido de esta presencia acuciante y en muchas maneras, amenazante. No es sin el sujeto autista que el psicoanálisis propone una salida, una luz conforme a la invitación acogedora pero decidida de estar con los otros sin que por ello desaparezca o se pierda en los límites diluidos de su existencia. Habrá que inventar ese modo, cada cual, con los elementos ingeniosos que solo un sujeto acogido como tal puede descubrir. Esta manera que puede encontrar el sujeto autista para vivir en el mundo y con el mundo, sin un excesivo y cruel costo es lo que el psicoanálisis puede ofrecer. Por esto, debe estar presente en las alternativas que tiene un sujeto para escoger quien lo pueda acompañar en este recorrido esencial.

Estaremos informando de este trascendental trabajo que iniciamos.
Lizbeth Ahumada Y.